sábado, 23 de octubre de 2010

Una buena pregunta

Me llamaste a eso de las tres. Estaba sentado en el 168 que iba para Olivos a la altura de Constitución. Cuando sonó el aparato pensé: “Mi viejo”, pero no. En la pantalla se leía tu nombre y es por eso mi sorpresa: porque nunca habíamos hablado antes y no me esperaba ese llamado, y menos esa tranquilidad en tu voz, esa naturalidad. “Si nos conocíamos hace tan poco”, pensaba. Te respondí y habré sonado como un tonto, pero igual quedamos en vernos, y al poco rato nos vimos.
Me atraía que no tengas problemas en expresar lo que sentías, en llamarme cuando tuvieses ganas de verme. Parecen estupideces, pero no es poca cosa; al día de hoy las recuerdo. Me gustaba que me abraces así de la nada y, curiosamente, me fascinaba que al proponerte juntarnos me respondieras: “La verdad que no, no tengo ganas”. ¿Dónde conseguir alguien igual?
No sé si es madurez, pero seguro es algo que anda por ese concepto o lo rodea.
Una vez temía suspender una de nuestras citas: habíamos quedado a las cinco en no me acuerdo qué plaza y media hora antes me llama, bien oportuno, como siempre, un amigo ofreciéndome ir a la cancha con él sin pagar un peso -el partido empezaba a las seis-. Dudo, es verdad, pero acepto su propuesta, aunque con la tristeza de no solo tener que postergar tus besos sino de tener la obligación de llamarte y contarte que prefería ver a veintidós tipitos correr atrás de una pelota –porque eso era para vos el fútbol– antes que encontrarme con vos.
Te llamé, entonces, y con la más tierna y dulce de mis voces te conté la curiosa situación. Preveía un enojo, una crítica, algo, al menos un tono de reproche, pero no. Ni parecido. Me dijiste, así, textual: “¡Qué bueno, che! Me alegro. Bueno, nos vemos otro día”, fulminándome con la respuesta. No sabía qué decirte, no era posible una respuesta como esa; no para mí, por lo menos. No en ese momento. Revisaba cada hueco de tus palabras esperando notar resentimiento o algo parecido. Pero no. Ni ahí ni nunca encontré falsedad en tus palabras, en tus expresiones. Y eso fue lo que me hizo quererte.
Al día de hoy me pregunto: ¿Estaba mal que te des besos con otras personas, sabiendo ambos que solamente me amabas a mí? Buena pregunta.

3 comentarios:

Catalina dijo...

Piano piano. El final un poco inesperado. El relato venía muy positivo cómo para dar ese giro radical.
Tengo algún comentario en tanto una sintaxis, pero el resto muy piola.

Atenea dijo...

Depende tu concepto del amor, o no?
No es igual para todos.

María dijo...

Me gustan tus intervenciones amorosas
y tu voluntad de analizar vínculos y afectos.
Mundos donde lo auténtico a veces se esconde, las actuaciones son impecables porque nos permiten sobrevivir y, sin piedad, las modas penetran