martes, 24 de julio de 2012

La despedida

El espectáculo no recuerda si fue ayer o si no fue. Está en el camarín. Plena oscuridad. Mucho olor a tabaco. A porro. Dos vasos de whisky en la mesada. No sabe. Entonces se despierta, se para con dificultad y al salir cierra la puerta con fuerza. El ruido rebota, retumba. Se expande. Se extingue. Un eco. No hay nadie. Unas vueltas y una escalera. Unos seis escalones que recuerda levemente. No, siete. Tropieza. Está arriba. Ve asientos. Muchos. Un tumulto. ¿Se lo imagina? Un micrófono. Se acerca. Lo ubica en su boca. Va a hablar. Algo lo detiene. "Hablar al micrófono es una responsabilidad", se retrasa. Piensa. Alguien le dijo esa frase. No recuerda quién. No importa, no sabe. El olor a tabaco. Nuevamente. A porro. El humo quieto, el ambiente denso. Va a hablar. Esta vez sí. Está decidido. Un sonido agudo se desinfla. "El show se ha terminado, mis amigos", devuelve el eco una vez. Dos veces. Tres. El espectáculo no sabe si terminó o no. No sabe si fue. O es. ¿Se lo imagina? No recuerda. "...es una responsabilidad". Entonces una reverencia. Las butacas no responden. Sólo el eco. Da media vuelta. Son siete. Sí, son siete. Antes de abandonarlo, mira nuevamente el salón. "Adiós", se despide. Un silencio y una sonrisa en la última butaca.

lunes, 23 de julio de 2012

El viejo de las plantas

La primera vez que lo vi pasé de largo, pero era evidente que no era un vendedor más. Estaba escondido, entre dos paradas de colectivos, entre el humo, el ruido y las cientos de personas que caminaban de un lado para el otro, esperando con paciencia que alguien se interesase por sus modestos plantines. Frente al Parque Rivadavia había un lugar, un espacio pequeño, casi marginal, para esos colores.

Las primeras semanas sólo lo observé. Sentado en su sillita de plástico, esperaba callado con la mirada distraída que alguien se pusiese a observar sus extrañas plantitas. Recién ahí se acercaba en el momento preciso y explicaba cuáles eran las del día, porque nunca de los jamases ofrecía las mismas. La mayoría de quienes se paraban ya lo habían hecho. Sus clientes eran habituales y mantenía conversaciones con cada uno de ellos. "¿Hoy qué tenés, Roberto?", "¡Qué linda ésta!", "¡Se llevaron todas hoy!", le decían una y otra vez.

Así fue que un día, con tiempo, me puse a observar cada una de las plantas dispuestas con especial prolijidad encima de la heladera. Había sobre todo suculentas o crasas -plantas con hojas gordas que  retienen el agua- y algunos cactus. Todas en vasos de plástico, botellas cortadas y envases de telgopor, lo que les daba un aire rústico y casero. "Mi mujer es la que sabe y cuida el jardín, yo apenas entiendo un poco", se sinceraba con humildad.

Esa tarde no me convenció ninguna, pero, sabía, pronto volvería. Con más plata en la billetera y un poco más temprano, cosa de poder elegir. No le había preguntado si estaba siempre, si el oficio de vendedor de plantas era una salida económica, ocasional a un mal momento, o una verdadera pasión. Cuando lo volví a ver, no hubo dudas.


Sentado en ese pequeño recoveco a la espera de una venta que lo hiciese recuperar el mal día, como me diría después, Roberto me esperaba paciente. Y regalaba oxígeno entre tanto cemento. Una paloma se situaba en una de sus piernas, sintiendo y aprovechando su tranquilidad.

Entonces me explicó, una por una, cuáles eran las que ese día había decidido traer; cuáles sus cuidados y cuáles sus precauciones. En la duda por cuál llevar, me recomendó una en especial que no parecía muy prometedora: "Da unas flores azules hermosas, te la recomiendo". Tampoco sabía su nombre, pero ante la insistencia accedí y la llevé. Confié.

Semanas más tarde, y adecuada a su nuevo hogar, comenzó a estirarse y a echar nuevas hojas y raíces. Un mes después, el envase de plástico quedó chico. Y hubo que meter mano. Mi primer trasplante, entonces, resultó exitoso: la planta sin nombre siguió creciendo, con un impulso loco por crecer casi furioso y el sueño loco de tocar el cielo.

Sin embargo, la planta continuaba sin dar señales de flor alguna. Tampoco dejaba notar su identidad. Nadie sabía de qué especie se trataba ni de dónde era originaria. La posibilidad, así, de que el viejo de las plantas resultase un mentiroso comenzaba a tomar cada vez más cabida. En el deseo de vender, el viejo, más allá de su simpatía, podía recurrir a ese recurso. ¿Por qué él habría de escapar a esa lógica, por qué él no habría de hacerlo?

"Es un yuyo, ¿quién te la vendió?", preguntaban con asco algunos. Otros, más directos, opinaban: "No hay dudas, el viejo te cagó".

En la desesperanza total, lo comprobé. El viejo me había mentido: la planta, la ruellia brittoniana en su nombre científico o petuña mexicana en el más vulgar, jamás iba a dar las flores que él había prometido. Su genética estaba destinada a dar otros colores. La primera flor violeta aguantó un par de días. Cuando cayó, otras diez la reemplazaron.



sábado, 21 de julio de 2012

El Hombre Unidimensional

Lo dijo Freud: todo progreso de la civilización nos genera malestar, cierta insatisfacción que proviene de la dificultad de llevar adelante y actuar de acuerdo a nuestros instintos o pulsiones. La cultura, había dicho Freud, exige al individuo que renuncie a satisfacer sus pulsiones, principalmente eróticas.

Marcuse lo corrige después. Lo corrige o avanza sobre sus conceptos. No los deshecha, sino que los reconceptualiza. Su principal crítica es que el fundador del psicoanálisis convierte contingencias históricas en necesidades biológicas y así naturaliza lo social. Dice: cierta represión fue necesaria para toda organización social del hombre, es cierto, pero hay otra represión, hoy cada vez en aumento -más peligrosamente en aumento-, que complementa a la anterior: la represión excedente, que caracteriza la sociedad en la que vivimos y la cual es necesario y urgente advertir y revertir. Esto Herberto lo escribe, lo piensa y analiza para la sociedad norteamericana de mediados del siglo XX: Estado de Bienestar, posguerra, altos índices de empleo y, sobre todo, consumo creciente.

Desde el corazón mismo del capitalismo nos lo advierte. Quizás sea este su párrafo más claro, de uno de los libros más clásicos e interesantes de teoría social, El Hombre Unidimensional:

"Y es aquí donde la llamada nivelación de las distinciones de clase revela su función ideológica. Si el trabajador y su jefe se divierten con el mismo programa de televisión y visitan los mismos lugares de recreo, si la mecanógrafa se viste tan elegantemente como la hija de su jefe, si el negro tiene un Cadillac, si todos leen el mismo periódico, esta asimilación indica, no la desaparición de las clases, sino la medida en que las necesidades y satisfacciones que sirven para la preservación del "sistema establecido" son compartidas por la población subyacente".

Lo que él vislumbra es, en suma, una "sociedad administrada", en donde la mejor autoridad, la mejor de las represiones necesarias para el sistema, la ejerce la propia conciencia, la forma moderna y por excelencia de control del yo (¿el superyo según la segunda tópica de Freud?). Donde el poder dejó de ser meramente represivo hace rato -aunque, está claro, nunca éste se presente completamente desnudo jamás-. Donde ya casi ni necesita ser violento... Un poder positivo y productivo, casi sutil.

Continuará...

lunes, 16 de julio de 2012

Charla con Huguito, segunda parte

-El otro día cuando nos íbamos una vecina te preguntó por la lotería, ¿jugás siempre?

-No, a la quiniela juego.

-¿Cómo es?

-Según lo que apuestes… Ponele, si apuesto, si juego en las tres cifras y agarro las tres cifras, los tres números, si agarro, agarro casi 800 pesos. Si acierto los tres números…

-¿Y qué harías con eso?

-Y si me lo gano… Y no, pero por ahí si ganás por ahí te podés salvar, te puede ayudar en algo, nomás, nada más.

-No, como me dijiste que tu viejo había ganado allá en Concordia…

-¡Sí! mi viejo ganó dos veces la lotería, pero el billete ganó, no este. El de Navidad ganó. Dos veces. Pasa que este no te ayuda en nada, te puede sacar del paso nomás. Te saca del paso según la plata que pongas. Yo pongo un peso nada más. Ponele que si agarrás con cinco pesos, diez pesos, las diez cifras, imaginate que vos lo tenés que… que cómo es que se llama, cómo es que se dice…

-Multiplicar

-Claro, vos imaginate que con un peso te dan 800 mangos, con diez pesos imaginate cuánto agarrás…

-Después, comparando tu vida ahora con la vida con tu abuela, tu tía, ¿cómo la ves? ¿Tenés más o menos comodidades?

-Noo, hubo un tiempo que me críe en la calle, dormí en la calle. Allá en Concordia, eh. Dormía entre los vagones, todo allá en Concordia. Hasta que... A veces me quedaba entre los vagones, pero a veces me quedaba en la casa de mis parientes.

-¿Y hace cuánto vivís acá, ponele?

-Y acá van a ser seis años.

-¿Y antes dónde vivías?

-Acá en la otra cuadra.

-Ah, ¿y por qué cambiaste? (Silencio) O sea, ¿Por qué te viniste acá? ¿Mejor o peor, digamos?

-Tuve problemas con mi tío. Mi tío me dijo que pagaba alquiler ahí y no pagaba. Me cobraba a mí los alquileres y no pagaba. Hasta que un día se descubrió, viste que la mentira tiene patas cortas… (reímos). Un día falleció el papá de los pibes y un día yo estaba ahí, cuando yo estaba ahí en la cancha, estaba preparado para ir con mi bolso ahí a la cancha, y vinieron dos chabones y me preguntaron, mi tío estaba laburando, y me preguntaron: “¿Usted quién es?”, “No, soy el sobrino del tío, ¿y ustedes por qué vienen?” le digo, “No, nosotros venimos porque ustedes no pagan alquiler”, me dice, (se ríe al contar la secuencia, la cuenta entre risas) “Cómo que no pagamos alquiler”, le digo, “yo todos los meses le pago a mi tío”, le digo, “el alquiler, si él me dice que paga”, le digo.

-Claro, horrible.

-“Y bueno, ¿y tu tío está?, “no, mi tío no está”, le digo. Y bueno ahí (se vuelve a reír)…

-Ahí te quisiste matar.

-Noo, me dice, (trata de no reírse, se pone serio) me dice: “Bueno, decile a tu tío que se tienen que ir a la mierda”. Lo llamé a mi tío para que… (No puede contener la risa).

-Y lo mandaste vos a la mierda.

-(se ríe a carcajadas) Noo, boludo, lo llamé a mi tío y le digo “Che, tío”, le digo: “¿Cómo es, boludo, me decís que pagás acá el alquiler, boludo, acá”, le digo, “y no pagás nada?”, le digo. Encima le decís, porque le dijo que había una vecina ahí que le daba la plata ahí para pagar, ¿viste? Y era todo mentira, le digo. Yo le fui a preguntar a la vecina todo ahí, ¿viste? Vinieron los hijos del dueño acá, le digo, que nunca pagaron alquiler. “Noo, ¿cómo puede ser?”, no sabía dónde meterse el chabón… Y bueno (se ríe) ahí me vine y me conseguí acá y me alquilé acá. (Silencio. Se pone serio:) Pero siempre porque tengo laburo ese del Colegio, porque todos los meses tengo la plata. Y los primeros días siempre tengo la plata…

-¿Y, estuviste más cómodo?

-Pasa que… (piensa) … Eh…

-Digo, cómo te fuiste acomodando con las cosas.

-No, no, vos imaginate que vos vayas a vivir a una casa ajena, ¿vos cómo te vas a sentir?

-Pará, ¿te estás refiriendo a esta?

-No, no

-A otra

-Claro. Esta es mi primera casa, claro. Pero vos imaginate, vos entrás y es tu casa. No tenés que pedirle permiso a nadie para prender la televisión, para hacer lo que vos quieras, ¿me entendés o no? Nadie te va a decir… ¿me entendés? Pero cuando estás en casas ajenas vos te tenés que privar todo…

-¿Y por qué siempre viviste en casas ajenas?

-Y no sé por qué viví en casas ajenas. Porque no tenía… no sé.

-¿Hace cuánto que estás acá?

-Hace seis años ya

-(Arriesgo involucrarme un poco) Bueno, hace seis conseguiste estar en blanco, que te pusieron en blanco en el laburo. Tiene que ver un poco, capaz. Tener fijo, ¿no?

-Sí, pasa que… Yo tenía siempre plata… Ah, claro. Acá yo pagué un mes anticipado para estar acá. Sí, ya tenía la plata, pero… No sé, no sé por qué viví en casa ajena. No te puedo explicar porque no sé por qué viví. Pero yo nunca quise tener nadie, que nadie me regale nada, porque yo trabajo, ¿me entendés? Y no me gusta vivir de los demás. Si tengo, no me gusta hacer… no me gusta hacer, cómo te puedo decir… Si yo vengo, vengo al mediodía: “Y, tío, ¿te hace falta algo para cocinar?”, qué se yo, pongo la plata, ¿me entendés? No soy un tipo de decir no, vengo, como acá.

-Claro, es la primera vez que pudiste tener tu casa propia, tu espacio propio.

-Y sí, a veces yo tengo ganas de largar todo a la mierda y digo, qué hago si largo todo a la mierda, si largo todo a la mierda a dónde voy a ir a vivir, a la calle, ¿o no?, y en la calle quién te va a dar… Yo tengo que agradecer que estoy viviendo en un techo, ¿o no? (Silencio) ¿O no? Es lo fundamental.

-Obvio.

-¿O no?

-Sí, obvio.

-Tengo acá… Estoy acá, estoy cómodo. Me acuesto a dormir, me levanto mañana. Tomo un mate tranquilo. Eso es lo que tengo que agradecer. Que tengo esto, ¿o no? Que puedo pagar mi alquiler. ¿O no?

-¿Y cómo sería para vos estar mejor?

-(Mira a la pared, hay un silencio, pone caras que nunca había visto, la pregunta lo descoloca:) Y no… ¿Estar mejor?… Yo creo que estar mejor… Estar mejor sería sabés cuál sería estar mejor…Estar mejor… Me gustaría estar en familia. Estar en familia. Eso es lo que me gustaría estar. Estar mejor sería estar con mi familia. Tener una familia. Estar con alguien. Eso. ¿Entendés? No levantarme todos los días y no encontrarte con nadie, ni tener con quien compartir un mate, no tener con quien charlar, ¿me entendés? ¿O no?

-Has estado igual… (Venía hablando antes de encender el grabador de este tema, un tema delicado para él)

-Y sí. (Silencio).

-O sea, no lo ves como una cuestión material.

-No… no, no lo veo como una cuestión material, no, no. Yo todavía lo que pienso es que tengo todavía 38 años, 40 años, yo lo que pienso es que puedo seguir laburando hasta los 40 años, voy a estar a ful pero después de los 40, ¿me entendés? Ahí sí… Puedo estar ful, ¿o no?

-Igual tampoco es que hay una edad, un límite, ¿no? Se va viendo. Me imagino, no sé.

-¿Vos no pensás? No decís… Es como yo pienso con Marina. Yo digo, quiero seguir hinchando las bolas con Marina, pero pará, a veces digo, cuando Marina sea grande, por ahí no me da importancia. ¿Me entendés? Va a decir: “No, pero mi viejo me aguantó, me aguantó, me aguantó”, va a decir Marina. Y vos qué pensás decir... ¿Vos cuántos años tenés?

-21.

-Y bueno, vos tenés 21.Y vos decís: mi viejo, yo tengo que prepararme para tener una profesión. Ayudar a mi viejo. Si mi viejo me aguanto todo hasta ahora. Y si no, voy a estudiar para aguantar a mi viejo.

-Claro.

-¿Me entendés o no?

-Sí, sí.

-Vos tenés que procurar para agradecrle a tu viejo, porque tu viejo algún día…

-Lo va a necesitar.

-Igual que yo digo gracias a Dios, gracias a Dios yo soy un tipo sano, ¿sabés por qué? Porque nunca me enfermo, nunca me enfermo, nunca tengo nada. Vos imaginate que yo caigo un mes en cama. A mí quién me va a traer algo. Quién me va a traer un plato de comida acá en casa. ¿Me podés creer o no? Quién me va a traer…

-Te entiendo.

-Yo todos los días tengo que salir a laburar. Es así el tema, ¿o no?

-Sí… ¿Y de acuerdo a tu experiencia qué cosas hicieron que hoy vos estés mejor, igual, o peor que antes? Y si es que te ves mejor, igual, peor…

-No…

-Que antes hace cinco, diez años, no importa.

-Eh, lo que estoy mejor es que tengo esto, nada más. Que no dependo de nadie. Eso. ¿Me entendés? ¿O no?

-Tu lugar propio, decís.

-Claro

-¿Y pensás, ponele, a futuro? ¿Te imaginás el futuro?

-Sí, pienso el futuro… sí, pienso… Yo lo que pienso es que…pienso el futuro, sí, pero… Pienso… Yo digo tan analfabeto no puedo ser. Yo lo que tengo que… Progresar (la pronuncia con un énfasis, como si hubiera encontrado la clave de todo lo que me estuvo contando en esta segunda parte). Yo lo que tengo que decir es no, cómo hago para progresar si no sé nada, si no sé ni leer ni escribir. Si no sé ni leer y escribir no voy a progresar, ¿o no? ¿Es verdad o no?

-Ajam

-¿Cómo hago, me entendés? Para progresar si no sé leer ni escribir. Y yo no quiero ser como esa gente que está en la calle… Y si yo quisiera aprender algo, y a ganar más plata, yo le brindaría todo a mi hija. Nada más. A Marina.

-¿Qué querés de ella? Cuando crezca, digo.

-Yo lo que quiero es que aprenda a leer y escribir bien ella. Que aprenda ella bien. Porque el otro día no pasó de grado, ¿viste? La mandaron a estudiar a otro lado, la mandaron a hacer, ¿cómo se llama? Clases de apoyo, todo, hasta que la pasaron a segundo. Y yo no quiero que sea como mí. No quiero que sea analfabeta, nada, mi hija.

-¿La hicieron repetir?

-Claro, la mandaron a hacer...

-¿Pero repitió o clases de apoyo y siguió?

-No, siguió yendo a primero y después la pasaron a segundo. Está en segundo ahora.

-¿Pero se atrasó un año?

-Sí… No, no, no se atrasó un año.

-Ah, eso es lo que te decía.

-No, no, no se atrasó.

-No, no se atrasó, pero tuvo clases de apoyo.

-Pero no quiero que sea así como yo… ella. Y, no sé, qué se yo, quiero que sea grande y que diga: “Bueno, tuve un papá un día que no sabía leer ni escribir y que no me ayudaba”. Ella debe pensar eso. Capaz que la madre no le dice: “Tu papá no sabe leer ni escribir”, ¿viste? Pero yo quiero que ella aprenda. Ahora ella está contenta porque puede ir a natación, todo eso, ¿viste? Está contenta y me dice: no papá, yo voy a ir así, y así, y así. Está bien, pasa que yo no le hablo mucho así y le digo: “Estudiá, vos, hace lo que vos quieras”, y así le digo. Yo quiero que ella, en un tiempo capaz, en un futuro, me lo va a agradecer, ¿o no?

-Seguro.

-¿O no? Si ella me dice vos sos mi papito, vos sos mi papito, me dice. ¿O no?

-¿Pero le gusta ir al colegio a ella o no?

-Sí

-¿Le gusta?

-Sí. Sí, sí. Porque se siente sola, como yo me siento solo, ¿viste?, ella se siente sola en la casa. Entonces… Ella estaba acostumbrada a levantarse temprano conmigo también, ¿viste? Entonces, qué es lo que quiere ella. Ir a buscar compañía al colegio. Se va al colegio y… ¿me entendés o no?

-Ajam

-Quiere ir al colegio. Porque se siente ahogada en la casa. ¿Me entendés o no? (silencio).

-Y… ¿qué te imaginabas vos a los 20, más o menos? ¿Qué querías hacer?

-No, yo nunca tuve eso. Nunca tuve idea. Tengo 38 años y todavía no tengo una profesión. Nunca se me ocurrió aprender algo tampoco…

(Silencio, se muestra algo distraído o cansado, o las dos, no sé. Entra alguien: “Sale 48 Hugo”. Habla de las pizzas que se pidieron para ver el partido de Argentina contra Ecuador. Mientras busca la plata en su billetera, rompo el hielo con una pregunta, o al menos lo intento: “¿Es y media el partido no?”, “Sí, 7 y media”, “Son y cuarto ya”. ¿Qué ya la encargaste ya?”, le pregunta Hugo, “Sí, ya la encargué”, “¿A ver cuánto te tengo que dar?”. Las cuentas, como en nuestra entrevista, no las hace él. “24”, “¿Vos tenés ahí 24, así te pago con 100?”. “No, yo le dije que íbamos a pagar exacto… ¿No tenés 24 ahí?”, pregunta amable. Tarda otro tiempo más. Le alcanza los billetes y le dice: “Ahí está, ya está bien, ¿no?, 25, está bien. “Y si bajás boludo comprate una cerveza, dos cervezas, ¿a dónde vemos el partido acá o en tu casa?”, “Acá lo vemos, ahora vengo”, “Bueno”. Se va).

-Acá se ve lindo en este televisor.

-No, igual no tengo cable. Discutí con un vecino, ¿viste?, acá, el otro día y me cortó el cable. Sigamos…

-No, ya estamos bien (no solo se viene la hora del partido, sino que Hugo está cada vez más distraído, ahora con el celular en la mano y viendo la pantalla). Sólo si te quedó algo por decirme, si te gustaría decirme algo que no te pregunté, o compartir algo. Sino…

-¿Cómo? No te entendí.

-Claro, si querés contarme o compartir algo. Otra cosa.

-(Sigue con el celular) Ahora le mando mensaje a esta piba y vos te vas a reír. (Tarda unos minutos y me alcanza su celular. En la pantalla está escrito: “toma algo matarde”. Me pregunta, con risas, si está bien, le digo que no pero que se fije, que es un error que ya habíamos hablado juntos. Repite en voz alta y se da cuenta que falta el “mos” de “toma”, pero el partido está cerca, las pizzas ya vienen, entonces dice que no importa: “Dejá, no tengo ganas”, me dice casi agresivo, y lo manda, al toque responde y efectivamente la mujer entendió. Me pide a mí que se lo lea). Yo… yo lo que no entiendo es cómo puedo leer algunas cosas y no sé escribir un carajo. ¿Cómo puede ser? ¿Qué es lo qué es? ¿Cuál es el tema? Lo principal…

-(No sé la verdad, pero arriesgo) Que practiques, que te sientes, que escribas y que te equivoques…

-Eso me decía Nacho (un compañero del trabajo que lo estuvo ayudando a la salida del laburo pero que, me contó, dejó porque no tenía tiempo diciéndole que tenía que ir a aprender a la escuela. De hecho, Hugo me mostró el cuaderno, donde tenía anotadas las letras y las vocales, además de algunas frases con correcciones de Nacho. Sale Argentina a la cancha).

-Que te equivoques… ¡es cómo en el fútbol! Vos sabés cómo es. El otro día me contaste que jugabas bien, que tuviste la oportunidad de ir a un Club. Vos cuando empezaste a los cinco años te tropezabas con la pelota, y le pegabas peor, mal, y fuiste practicando. No aprendiste de un día para el otro.

(Sale Argentina a la cancha. Le anoto el celular en su aparato, que el otro día no quedó agendado. Me dice que cómo, que cómo me voy a ir ahora, que me quede a comer unas pizzas. Le explico que voy a ver el partido con mi viejo, que había quedado ya –vivo a dos cuadras–. Volvemos a hablar para quedar para otro día. Le digo de vuelta que tiene mi celular en el libro y en la agenda, que me mande cuando quiera un mensaje o algo para tomar unos mates y enseñarle lo que pueda).

-Vos venite cuando quieras, llamame y venite, pasá, estoy al pedo acá. Vos sabés, vos sabés que yo quiero aprender…

sábado, 14 de julio de 2012

Sin vuelta atrás

Fue cuando no tuvo manera de medirlo, de cuantificarlo. Cuando "hasta el cielo" le pareció poco, cuando "hasta la luna", demasiado cerca. Fue cuando "mucho" resultó incierto, confuso. Cuando "te quiero" dejó de ser preciso. Entonces, recién ahí, cuando no hubo palabra que lo satisficiera, "te amo" dijo. Y se asustó.

lunes, 9 de julio de 2012

Una solita

Muchas veces en su vida había pensado las cosas matemáticamente. Tenía la manía, la fobia, -o la costumbre, nadie lo entendía bien- de traducirlo todo en números, en razones numéricas. Era su ética, su manera de decidirse.

Si muchos dilemas se nos aparecen en palabras, a él se le aparecían en números, en porcentajes y reglas de tres simples. Todo instante era vivido con confusión, con la pregunta de cuántas personas en el continente, en el barrio o en el mundo entero estaban pasando por lo mismo que él: un pensamiento, una mueca o una casualidad como su nombre. Los números lo atrofiaban pero le daban sentido; lo dirigían.

Así, no le gustaba andar en bicicleta, odiaba las motos y prefería, por sobre todas las cosas, viajar en avión, no importara a cuántos kilómetros sobre la tierra estuviese, qué tan lejos de suelo firme se encontrara. Es que allí se sentía seguro. Allí los números le daban la razón; estaban de su lado. Abajo, demasiadas preguntas sin respuestas, demasiadas posibilidades imposibles de registrar y, por lo tanto, inseguridades imposibles de resolver.

Demasiadas contingencias y arbitrareidades.

La matemática era su manera de controlarlo todo. En su mente debían estar todas las opciones, todos los azares. Nada debía sorprenderlo. Nada debía desconcertarlo. Fuera de su lógica aburrida, no debía haber nada. Y no lo había. Ese era su éxito.

Así fue hasta que un día, cuando su mente parecía a punto de explotar, conoció a una mujer que le rompió todos los esquemas. Una probabilidad en un millón, pensó al verla, con el pelo rubio suelto y los labios perfectos y carnosos. Era ella, nadie más. Una probabilidad en un millón es mucho, se dijo inmediatamente y dejando los números por primera vez de lado, luchó en la adversidad.

La deuda

Entre las sábanas, acostada desnuda panza abajo y mirándome fijamente a los ojos, interrumpiendo un cálido silencio, me preguntaste con ternura: "¿Y ahora qué?".

Se venían las vacaciones, un mes sin vernos; la incertidumbre de enero. Entonces llegamos a un acuerdo: cada uno podría hacer la suya, y todo lo que "la suya" implicaba. Sin embargo, había solo una condición, una única condición a no traicionar: "No se puede volver con alguien".

Era un pacto de amor, sellado a los besos, inquebrantable; sincero.

...

Hacia fines de enero, el reencuentro: tu piel, morena, brillaba como nunca. Hablamos de todo, o de casi todo: no tocamos el acuerdo, ni lo mencionamos. Suponíamos que todo volvería a ser como antes, lo queríamos. Pero no. Había estado con la única persona en el mundo con la que sabía que no debería estar, con la única persona que, sabíamos, no podía estar. Creí que podía manejar la situación, pero no; había metido en el medio a alguien más. Esa única condición que habíamos pactado, tan simple, tan pura, la había violado.

...

Cuando empezaba el famosísimo quinto año -digo así porque el tuyo lo viví estando juntos, mientras te descontrolabas en las fiestas y yo te miraba hacer eso que hacías-, decidimos ambos terminar la relación, aunque fue un final sin ganas, casi abierto, libre. Al poco tiempo, me lancé a los brazos de quien me había hecho romper el pacto, de quien me había sido esquiva durante años, salvo durante esos pocos meses en los que, claro, uno no estaba, por así decirlo, "disponible".

...

Abril. Una fiesta del colegio que coincidía con tu cumpleaños y una ausencia, la de ella. Un abrazo que no se dio y unas palabras que fueron fuego, sinceras como todas las que escuché de tu boca: "Salí, no quiero que me abraces". Unos minutos de charla que se hicieron horas y sin embargo no sirvieron de nada -y claro, no había manera ni la habría jamás-. En esa noche, la memoria de una traición, su claridad: te había fallado como a nadie. Ahora ambos sabíamos la mentira del final y lo que había pasado después, y yo cargaba, como ahora, con una deuda que sé que no podré pagar nunca: la de haberte traicionado.

Estaba entre dos espadas y no sabía elegir en cuál hundirme. Finalmente, correr. La desición: quedarme sin el pan y sin la torta. Y quedarme sin saber cuál era cuál.

jueves, 5 de julio de 2012

La charla con Hugo, primera parte

-¿Cómo es un día típico en la semana?

-¿Cómo un día típico?

-Sí, en la semana. ¿A qué hora te levantás, a qué hora te…?

-Ah, ¿qué es lo que hago? Me levanto a las seis, tomo mate una hora y ¿qué más? Me levanto a las seis hasta las siete y me voy a trabajar, hasta las 10 menos 20. Y de ahí me voy a comprar a Constitución mercadería y vuelvo para acá. Y por ahí como algo acá en mi casa, 11 y media o 12 menos 20, y espero hasta las 12, 12 y cuarto, me voy a buscar la nena al colegio, la llevo a la casa y de ahí me voy para el trabajo.

-¿Qué es lo que hacés a la mañana? ¿Vas a buscar mercadería?

-Porque yo laburo en la calle, vendiendo. Ahí en Paseo Colón y Garay. Eso que está ahí dentro de la caja vendo. (dentro de la caja hay caramelos y pastillas de tres tipos diferentes). Pero ahí me falta un montón. Hay poco porque ayer fui a laburar y vendí… Y a la noche vengo y como algo, me pongo a mirar tele y me acuesto hasta el otro día así. Todos los días así. De lunes a viernes.

-¿Y a qué hora llegás a la noche acá? (La entrevista transcurre en su casa, que es un cuarto de una casa conventillo del barrio de La Boca).

-A la noche llego a las 7 y cuarto… 7 y cuarto, 7 y 20, pero al mediodía cuando termino de laburar ahí, 10 menos 20, me voy a Constitución a comprar, y ahí me vengo para acá con el 168, como algo. Más o menos a las 12 menos 20 estoy comiendo ya. Espero que se hagan las 12 y cuarto y la voy a buscar a la nena y la llevo a la casa y ahí me tomo el colectivo, el 29, para ir hasta el Colegio (trabaja en limpieza del Colegio Nacional de Buenos Aires). Vendo de mañana, de 7 de la mañana a 10 menos 20 de la mañana y después trabajo de tarde en el Colegio.

-¿Y por qué dos trabajos?

-Este, el de la mañana, es un laburo que hago para… gano con eso, sí, pero ¿qué voy a hacer desde las seis de la mañana hasta la 1 del mediodía que entro a laburar allá? ¿Qué hago acá? Pelotudeando sólo encima, porque estoy sólo… Cajeteo a dos manos. Hasta cuando llueve me voy igual para no quedarme acá…

-Claro.

-Tengo la costumbre de levantarme todos los días temprano. Si me acuesto a las 9, 10 menos 20 estoy durmiendo ya. Así todos los días, de lunes a viernes. Más o menos como quince años que estoy laburando ahí. Antes vendía diarios yo.

-¿Y el fin de semana cómo es tu día? Más o menos…

-Los fines de semana lo que hago… juego a la pelota. Los sábados o los domingos. Y después si tengo que lavar ropa me vengo y me quedo acá lavando la ropa y me preparo para ir a laburar el lunes otra vez.

-Después, ¿cómo te imaginás que era...? No sé si tus viejos…

-No los conocí a ninguno de los dos. Bah, a mi vieja la conocí pero… Si por eso no fui a la escuela yo.

-¿Te puedo preguntar por eso?

-Sí, no fui a la escuela por eso.

-¿Por qué?

-Porque mi vieja después que lo mataron a mi viejo nos dio a nosotros a la calle. Bah, “nos dio”… Y ahí yo me crié en la calle. Bah, no me crié en la calle. Me crié con una abuela y mi abuela me mandaba a la escuela pero yo no iba. Me iba a vagar. Y anduve así de un lado para el otro. Y por eso yo no iba a la escuela ni nada. Nunca fui a la escuela.

-Tu abuela te intentó mandar pero no…

-Recién tenía… Cuando tenía que empezar la escuela me mandó. El primario era. No hice nada… Al caso de eso tengo una… por no saber leer ni escribir una vuelta me agarraron ahí en Constitución peleando borracho, ¿viste? Y los milicos me metieron en un lado ahí en Constitución y me dijeron: “Dale negro, dale negro, firmá esto que ya te vas”.

-No sabías qué era…

-Entonces yo agarré y les firmé, ¿viste? Y ese papel decía que era por intento de robo.

-Hijos de puta…

-Hasta Comodoro Py fui con eso. Pero no me metieron en cana. Me dieron un año en suspenso.

-¿Y cuándo fue esto?

-Y hace más o menos cinco años atrás. Y todavía no se cerró la causa esa. Todavía me salta esa causa. Después justo se estaba por cerrar la causa esa y yo me mandé una cagada con mi mujer y saltó eso…

-Volviendo a tu vieja, ¿qué hacía ella?

-Noo, mi vieja no hacía nada. Como mi viejo laburaba en el ferrocarril, ¿viste? Allá en Concordia. Laburaba en el ferrocarril y mi vieja no hacía nada. Y mi viejo sacó dos veces la lotería allá en Entre Ríos. Dos veces. Y después de esto lo mataron. Bah, por defender a un amigo en un bar le metieron un tiro en la cabeza. Allá en un lugar en Entre Ríos. Un joyero lo mató. Núñez era el apellido.

-…

-Lo conocían allá mucho porque jugaba al fútbol también, ¿viste? En un club que se llamaba Libertad. Lo conocían mucho por el fútbol allá, ¿viste? Yo fui hace poquito a Concordia. En Semana Santa creo que fui. Fui y me vine. Después tenía ese otro hermano que no sabía leer y escribir. (Señala una foto donde está él con dos personas).

-¿Por qué decís tenía?

-Y porque lo mataron también. Y este aprendió de grande. De grande aprendió a estudiar.

-¿Y hace cuánto pasó que no está el otro?

-Y hace como 3 años que lo mataron.

-¿Qué pasó?

-Los amigos lo mataron.

-¿Los amigos?

-Ajá. (Vuelve a la foto) Este otro hermano mío, ¿ves? Es el que te decía. Esta otra es mi hermana, pero de distinto padre.

-Pero cuando vos fuiste con tu abuela, ¿estaban ellos también?

-No, yo sólo fui. A los otros lo agarró otra tía mía.

-¿Y de tu abuela qué te acordás? Viviste con ella.

-Lo que me acuerdo es que me mandaba a estudiar y yo me escapaba y me iba y me perdía una semana. No volvía. Me iba a vender diarios, andaba vendiendo en los trenes… Al final me salí yendo de la casa de mi abuela. Me crié con otra tía mía, ahí en el barrio.

-¿Qué edad tenías cuando decís que te ibas a vagar y eso?

-Y era recién… Tenía 10, 11 años.

-¿Tu abuela te decía algo?

-No, me salía a buscar.

-Esto era allá en Concordía, ¿no? ¿Cuándo viniste para acá?

-Sí, era allá. Acá me trajo una tía mía que vivía en Avellaneda, ¿viste? El primer día que vine nomás, creo que el segundo día empecé a laburar. (Se ríe cuando lo cuenta) De ayudante de albañil empecé a laburar.

-¿Cuántos años tenías?

-Ah… eso no me acuerdo… Esto fue en el 86.

-¿Cuándo naciste?

-En el 74.

-¿74? Ah, doce, está bien. Y a los 12 ya empezaste a laburar con tu tía, entonces.

-Y viste que en esa época había mucho laburo. Estuve laburando como dos o tres años como albañil. Y ahí ya no iba a la escuela nada, ¿me entendés?

-¿Ella te pidió que labures? ¿Cómo fue esa decisión?

-Y sí, porque eran muchos en la casa de ella. No me iba a quedar yo ahí boludeando. Y bueno, después de todo eso, tenía 12, 13 años, y me anoté en un club que se llamaba Vitoriano Arena, por allá por la Alsina. Y ahí me quisieron dar para vivir en el Club y me quisieron mandar a estudiar. Y yo no quise.

-En el Club, ¿por qué te ofrecieron eso?

-Porque yo jugaba ahí. Y jugaba bien al fútbol. Y me quisieron dar para que yo viviera ahí y yo no quise. Como yo era chico, ¿viste? tenía 12 años, y el Club estaba escondido allá, no sé si vos conocés allá por la Alsina. Está escondido allá el Club. Y los sábados me iban a buscar. Yo trabajé mucho en un taller de chapa y pintura. Y yo a veces no quería ir los sábados y los domingos a jugar y me venían a buscar ahí al taller.

-Digamos, te tenían fe los del Club.

-Sí, me venían a buscar al taller.

-Igual tenías 12 años, mucho no podías decidir…

-Ah, y después me acuerdo que en el taller de chapa y pintura había un muchacho que se llamaba Rubén que era mecánico. Él me llevo a una escuela, iba a la noche y después dejé.

-Empezaste el primario pero no…

-Sí, iba a la noche. Mientras laburaba…

-¿Y qué te acordás del colegio?

-Había otro pibe que se llamaba también Remigio, ¿viste? Pero el chabón era grande ya, tenía como 19 años y tampoco no sabía leer ni escribir. Trabajaba para un taller. Pero el chabón creo que aprendió…

-O sea que viniste para acá y el primer día ya estabas laburando en chapa y pintura.

-No, de ayudante de albañil. Después me pasé a pintor de coche. Ahí estuve como 5 años, 6 años.

-¿Y todo esto para ayudar en la casa de tu tía?

-Después me fui de la casa de mi tía. Me fui a vivir al taller. Porque mi tía era alcohólica. Tomaba mucho.

-…Voy mirando así no tenés problema con la hora. Son y 46 (las diez y 46).

-No, no importa, voy a tener que ir así nomás, la voy a traer para acá para afeitarme y luego la llevo.

(Dice “así nomás” porque se quería afeitar cuando apenas se levantó, pero se quedó dormido y cuando llegué yo ya era tarde. Es que me citó a las 9 y media en su casa del viernes 25 de mayo, feriado, porque pensaba no salir el día anterior. Pero sí salió y lo levanté yo con el aviso de que estaba en la puerta. Antes de empezar con la entrevista, hablamos de otras cosas y se puso a barrer. Estaba preocupado, también, por el olor a tabaco que había quedado ya que amigos de él habían entrado el día anterior a su casa y habían fumado: “Hay un olor horrible, ¿no?”, me preguntaba. La preocupación por la hora es debido a que a las 11 había quedado en ir a pasar a buscar a su hija Marina, de 7 años, para llevarla al Parque Lezama a andar en bicicleta).

-Voy a tener que ir así nomás, la voy a traer para acá para afeitarme y luego la llevo al Parque. (Retoma). Y me fui, porque mi tía era alcohólica, hinchaba mucho las bolas y me fui a vivir al taller. Tenía como 16, 17 años. (Silencio). Pero nunca a la escuela. Y ahora a pesar de que está pasando el tiempo ¿viste? yo me estoy dando cuenta que yo con el laburo este que tengo, con el laburo este que tengo a la tarde, yo pienso que… yo digo: ¿Cómo puede ser que…? Digo, ¿Cómo puede ser que…? ¿Cómo hace esta gente para tener… cómo hace la gente para tener un re auto, una re camioneta? ¿Cómo mierda hacen? Eso porque estudiaron y tienen… y tienen algo, ¿no? Saben algo, ¿no? Porque estudiaron, ¿no? ¿O no? Porque si vos no sabés nada… (Me mira por primera vez atento a mi respuesta).

-Sí… no sólo es estudiar me imagino… (Me hubiese gustado responderle con mi “punto de vista”, pero no hacía a la entrevista, aunque sí a la charla; pensé que esta vez la dejaría pasar y que la próxima vez le contaría mi parecer –ya habíamos hablado que nos íbamos a juntar otras veces–).

-Ajá… Y a veces me digo cómo, yo toda la vida no voy a vivir así, ¿o no? Laburar así, vivir de esto. Algo tengo que hacer.

-Vos decís que es el estudio el que…

-Y sí, pienso que sí. Porque por ahí el día de mañana si yo me voy del laburo ahí del Colegio en otro lado no me van a tomar. ¡Si no sé leer ni escribir!… Bah, leer sí, pero escribir nada… Y yo entré al campo sin leer y escribir, ¿entendés?

-¿Qué es lo que hacías exactamente en el Colegio?

-Estaba de limpieza, mantenimiento. Ahí no se pedía nada para escribir, ni nada. Acá en el Colegio sí. A mí no me mandan a la calle, nada, porque no sé nada.

-¿Cómo “no me mandan a la calle”?

-Claro, porque por ahí te mandan a llevar papeles y todo eso, ¿viste? Te usan para eso. Pero si vos no sabés leer y escribir… ¿cómo mierda hacés? Aparte yo no conozco mucho las calles acá…

-Es como que te abriría puertas también en el laburo de ahora.

-Claro, porque… Ponele… Ponele, qué se yo, a los 50 años cuando ya no pueda trabajar más, me dicen: “Sí Duarte, vaya Duarte allá, párese ahí en la puerta y contróleme toda la gente que pasa por la puerta y anóteme toda la gente que entra”. Entonces vos te quedás mirando ahí como un pelotudo y te decís qué hago acá, ¿me entendés? ¿O no? Como el otro día fui a “Personal” (el departamento de empleados dentro del Colegio) porque tenía una falta con aviso, ¿viste? El chabón me agarra y me pone un papel de estos viste, así, (me desliza una hoja en blanco por la mesa y me mira fijo a los ojos) y acá decía, tenía que poner motivos por los que falté, ¿viste? Yo me lo quedé mirando al chabón y el chabón me miraba. Y yo puse mi nombre y mi apellido ahí nomás. Y me dice: “Poné los motivos por los que faltaste”, me dice, ¿viste? Y yo lo quedé mirando al chabón y le digo: “Mirá, yo no sé, no sé leer ni escribir”. “Ah, bueno, pará”, me dice, “pero, ¿por qué faltaste?”, “Porque fui al médico”, “Entonces poné problemas personales”, me dijo. Y al final lo terminó poniendo él. Y eso queda feo, ¿viste?

-Claro, hubiese sido más claro poner: “Tuve que ir al médico”. Mejor siempre que lo escriba uno, además.

-No, porque una amiga me dice: “Vos tenés que poner problemas personales nada más, a ellos qué les interesa lo que vos no hacés o hacés”. Son cosas que a uno se le graban en la cabeza, y… ¿me entendés?

-¿Querés que vayamos? Mirá, fijate la hora, no sé qué hora es.

-No, ahora vamos.

-Bueno, un minuto. ¿Viste todos los laburos que me contaste? ¿Cómo siguió después del taller? Me imagino que por lo que me contaste tenías 20 años, una cosa así.

-Ahí entré en el Colegio ya, en el Campo de Deportes.

-Ah, ¿ya a los 20?

-No… creo que era… Yo tengo… Seis años… Seis años laburados en negro en el Colegio, más ocho, ¿cuánto es?

-Seis más ocho, 14.

-Y bueno, hace 14 años que estoy yo ahí, en el Colegio. Ah, miento, miento. Yo laburaba ahí en paseo Colón y Brasil, y había una estación de servicio ahí, ESAURA, no sé si te acordás. Bueno, ahí en la esquina. Y ahí venía un muchacho del Gobierno a lavar los autos, ahí, ¿viste? Yo lo conocía al chabón. Yo terminaba de vender diarios y me iba a laburar ahí a la tarde, al lava autos. Y un día le pregunté al chabón y vino el chabón y me dice: “Che, ¿no querés laburar a la tarde?”, “Sí, cómo no voy a querer laburar”, le digo. “Andate allá”, me dice. ¿Viste que el campo de deportes…? (Se refiere a la zona en la que está). Te estoy hablando hace, mirá, 14 años atrás… Estaban haciendo el Hilton recién.

-En el 98.

-Sí. Más o menos, sí.

-¿Estaba todo deshabitado, ahí no?

-¡No había nada! Estaban haciendo el Hilton recién. Y me fui y entré a laburar. Y estuve seis años laburando en negro. Y ahí me quedé, me quedé nomás.

-¿Y ahora desde hace ocho años que estás en blanco con el Colegio? ¿Estuvo bueno el salto ese, el cambio ese o no tanto?

-No, no cambió mucho. No porque… Como el viejo este Juan, ¿vos te acordás? Bueno, él me hizo entrar ahí, ¿viste? Cuando me hizo entrar, ¿viste? Como él como si fuera como el que me hizo entrar, como “ujú la concha de la lora, lo hice entrar a este chabón”, ¿viste?, como me hizo entrar de efectivo, ¿viste? Pero yo no lo tomaba como eso…

-Ah, él lo tomaba como muy importante y vos no.

-Claro.

-Ah, ahora te entiendo.

-¿Qué, mi laburo no vale? le decía yo. Si acá hacía falta una persona, ¿me entendés? Y él no, como lo hice entrar como efectivo y me tiene que agradecer toda la vida, ¿me entendés? Porque me hizo entrar como efectivo. Y yo no le daba importancia a eso.

-Sí, no entiendo bien igual.

-Claro, él como…

-Es que uno piensa que es un cambio importante, en cuanto a seguridad, ¿no?

-Y él me decía: “¿Qué, vos no valorás lo que yo te hice?”. ¿Qué, qué querés que te haga? Qué, no te sirvo lo que estoy haciendo yo?

-Claro, es un laburo, no un favor

-El tipo lo valoraba mucho porque me hizo entrar A MI ahí, porque me hizo entrar de efectivo.

-¿Pero Juan lo que te hizo fue entrar al laburo o ponerte en blanco?

-No, no, por un amigo entré. Después me ayudó a entrar ahí al Colegio, pero en el Colegio hacía falta una persona, en el campo. Si nadie quería ir ahí a laburar, a pintar las canchas esas, ¿viste? Yo tenía… Te estoy hablando hace cuánto…

-El 98.

-¡El 98! Bueno…

-24 años tenías. ¿Puede ser?

-Sí… Y bueno, hasta ahora estoy ahí.

-Y 55 son, ¿vamos a buscar a la nena?

-Bueno.

-Después si otro día tenés tiempo…

-¡Sí! Mañana o el domingo vení.