domingo, 25 de diciembre de 2011

De despedidas y algo más

Laila me ignora. O no me escucha, no lo sé. Pero ella sigue tirada ahí, durmiendo, o esperando no sé bien qué. No sé si es que está vieja o es que ya no me tiene ese afecto que me tenía. Que nos teníamos. Pero no me recibe como antes, ni me pone cara de nada. Ya ni pide que la pasee. No me viene con su hocico todo mojado de recién haber tomado agua para romperme las pelotas y pedirme una salidita al mundo exterior -al menos una manzana, creo que diría si pudiese conversarme-. Para peor, no sé si es culpa mía o su vejez. Culpa de no limpiarle el patio, de de alguna manera ser el que la obliga a pasar un día entero (dos incluso) acostada ahí debajo de la mesa de plástico del patio esperando vaya a saber qué, durmiendo vaya a saber para qué. El otro día de gran calor, al menos, le di unos cuantos baldazos de agua fría que recibió sin moverse, para luego sacudirse y mojar con esas gotas que no molestan pero que dejan un olor a perro que no está tan bueno -porque nada más feo que el olor a perro grande, y encima mojado-. Recuerdo que dejé que me mojes, pero no sé si es suficiente. Laila, espero haber sido un buen dueño para ti.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Cuentan, cuentan, cuentan...




"Cuentan
que los que recibieron al extraño,
-que por rara virtud también fue un héroe-
lo esperaron con su hambre y sin otra atribución."

"Cuentan" fue una de las primeras, una grata sorpresa para la gran mayoría y una especie de regalito, como él dijo antes de comenzar.

Luego, en una de sus últimas canciones, ya algo cómodo por las constantes declaraciones de amor del público femenino pero también del masculino, Silvio, otra vez en Buenos Aires, cantó:

"Soy feliz, soy un hombre feliz, y quiero que me perdonen, por este día, los muertos de mi felicidad".

Y sí, te perdonamos, le contestamos con aplausos y alguna que otra piel de gallina. Y se fue. Y volvió, porque los gritos no cedían y los cánticos menos. Y la bandera cubana flameaba, inerte, en medio de la joven masa que lo aplaudía una y otra vez. Te perdonamos, Silvio, medio que le dijimos. Y volvió. (¿Volverá?).

Como quien dice, los públicos de grandes artistas no envejecen jamás. Y allí estábamos nosotros, sedientos de arpegios y esperando por más vueltas, preparando la despedida que se avecinaba, inexorable, triste, f'inal.

Y entonces volvió ya por última vez y cantó, como para agradecer todo el cariño; para hacernos un mimo y sentirnos cerca, cerquita, a pesar de la distancia terrible, implacable que nos separaba de su escenario:

"Cómo gasto papeles, recordándote.
Cómo me haces hablar en el silencio.
Cómo no te me quitas de las ganas
Aunque nadie me ve nunca contigo..."

Porque esa noche, de alguna extraña manera, estábamos juntos. Lejos, sí, bien lejos, pero sintiéndonos. Él con su guitarra y nosotros, atreviéndonos al susurro.

"Y como pasa el tiempo,
que de pronto son años,
sin pasar tu por mí, detenida".

Seis años habían pasado desde la última vez. Quién lo hubiese dicho.

"Te doy una canción si abro una puerta
y de la sombra sales tú
te doy una canción de madrugada
cuando más quiero tu luz"

Más de tres horas juntos, después de años. Era madrugada, sí. Quién lo hubiese dicho.

"Te doy una canción cuando apareces
el misterio del amor
y si no lo apareces no me importa
yo te doy una canción".

Y aplaudimos. Mucho. Todo lo que pudimos. Quién lo hubie...

"Si miro un poco afuera me detengo
la ciudad se derrumba y yo cantando;
la gente que me odia y que me quiere
no me va a perdonar que me distraiga
creen que lo digo todo
que me juego la vida
porque no te conocen
ni te sienten".

Y volvemos a aplaudir porque creemos que en tus canciones lo dijiste todo, la vida y la muerte, el odio y el amor. Quién lo...

"Te doy una canción y hago un discurso
sobre mi derecho a hablar
te doy una canción con mis dos manos
con las mismas de matar.
Te doy una canción y digo patria
y sigo hablando para ti"

-Viva Cuba-, grita, vocifera uno.

"Te doy una canción
como un disparo
como un libro
una palabra
o una guerrilla
como doy el amor"

Quién...

sábado, 10 de diciembre de 2011

Un día histórico

Es curioso. Una Presidenta que se define por la negativa: "No soy la Presidenta de las corporaciones". Pero con un énfasis, una fuerza y un vigor envidiable: "Yo NO soy la Presidenta de las corporaciones; soy la Presidenta de los 40 millones de argentinos". Como para que no se lo olviden. Más tarde, Yasky explica el por qué del apoyo: "Ni una persona con hambre en la Argentina ni ningún genocida impune, esas son las dos banderas". Alicia Kirchner ante la promesa de buen desempeño: "Y también lo hago por Néstor, SÍ, JURO". Los aplausos y las lágrimas de Cristina. Evo Morales, apenas llegado al país, tras bajar de su avión presidencial con la insignia de "Estado plurinacional de Bolivia" no puede saludar a Cristina, a su nuevo mandato, sin agradecer: a ella, a Néstor, por la ayuda en sus momentos díficiles. La Presidenta con Dilma se da muchos besos, con Pepe y su primera dama se abrazan para la foto; con Piñera, nada, apenas la imagen de protocolo. "No soy yo, soy un proyecto colectivo", diría después. Nacional y popular. "Y profundamente democrático". "Parecía imposible recuperarse de tanta derrota, de tanta decepción, pero aquí estamos".

Del público, entre las banderas, una pregunta: "Si Néstor no es el pueblo, ¿el pueblo dónde está?"

jueves, 8 de diciembre de 2011

Son decisiones

El puto tardaba en responder los mensajes. Peor, a veces ni los respondía. Pero ella, mitad no querer ver, mitad ya fue, creyó que era todo parte de un juego, que aunque no entendía bien cuál, aceptaba con gusto; la clandestinidad, como a cualquiera, le divertía y le sentaba bien. Por lo menos al principio.

Después el chabón se fue convirtiendo en una obsesión. Era el hijo de puta que le encantaba, el hijo de puta con que todas las minitas querían estar y con el que sólo ella había podido. A costa de entregarle todo y él nada, sólo ella lo había logrado.

Al comienzo pensó que todo lo controlaba. Ese pendejo no me va a tener como quiere, pensaba. Las amigas le decían que tenía novia, pero ella no entendía, o no quería entender (esa es, finalmente, la gran duda de todo esto: ¿lo entiende y no lo quiere entender? ¿lo entiende y se hace la boluda?).

¿Cómo, si hasta en las putas redes sociales, con foto, etiquetaciones y hasta "me gusta" y hasta unos cuantos te amo había en internet? Si se los veía tan perfectitos por qué la iba a ver a ella, apretarla, besarla. Cogerla. ¿Por qué? Cómo, cagarla así, después de dos años de novios con "la puta esa". Cómo, si para el mundo era otra la que figuraba debajo de su foto tan tierna a continuación de la frase "Tiene una relación con".

De alguna manera, era como si ella no existiese.

Sin embargo, la posibilidad de que entre ellos algo existiera estaba latente. Lo estaba desde un principio, y lo era todo. Después, aún cada vez más lejana, siguió presente en su mente. Era cuestión de tiempo, pensaba, se convencía o lo intentaba. El tipo desaparecería de su cabeza, pronto conseguiría otro chongo, otro clavo que le sacase ese clavo, clavote, y todo lo mierda que la había tratado. Pero los tiempos, menos cuando uno los piensa y los repiensa constantemente, menos cuando los intenta moldear como si fueran arcilla, no se deciden como nosotros queremos.

Ya ni lo disfrutaba a su chongo cuando se veían, era una especie de cumplir. Pero era una rutina de la que le costaba y no quería salir (¿y no quería...?). Una rutina que le exigía tomar una decisión que ella postergaba. Porque, como siempre supo, la posibilidad aún hoy, la chance pequeñita de que algo le gustase a él, estaba, existía. Y hasta no rechazarla por completo, iba a seguir apostando. Jugando sus cartas en este juego que se le iba, se le fue, o se le estaba yendo cada vez más de las manos. A la mierda.

"En un año vas a pensar que es un asco. Te vas a preguntar cómo pudiste estar con él con lo feo que es. Ahora te encanta, pero ya vas a ver", le aseguraba una de sus best frends. Como desde hacía rato, había tiempos para que ese flaco con bigotes dejase de ser su fetiche, su objeto deseado, pero cuanto más pensaba en ellos, cuanto más los esperaba, más indomables, inciertos y hasta hostiles se volvían.

Hasta se preocupaba por estar linda, por estar perfecta y femenina. Cuando él, hoy lo percibe, claramente le chupa un huevo. No se preocupa ni por ella ni por nada. Ni por una camisa limpia ni por acompañarla a las cinco de la mañana a esperar el bondi que tardaba horas en llegar y otras tantas más en ir hasta su casa.

Al menos pagaba el telo, se excusaba ella frente a las exigencias morales de sus compañeros, algunos noviando y amando, otros noviando sin amar, y otros amando en un lado y noviando en otro. Ella no decía nada, casi, pero se servía más fernet y en intimidad con alguno y rojos los cachetes lograba llegar hasta el fondo de todo: "Jamás voy a estar con alguien así, me encanta. ¿Y si lo pierdo qué?".

Él, claro, era parte de esa autoestima por el piso; su culpable o al menos su copartícipe necesario -no importa-. Ahora, su argumento era imbatible. Y si lo perdía, ¿qué? Pero había que tomar una decisión.

En eso, el celular que vibra. Un mensaje: "¿Nos vemos?". Y una respuesta: "Dale".