martes, 30 de septiembre de 2008

Dale campeón

Cinco años colgando pelotas, atando trapos, pinchando bochas, en serrano, en muni; en la playa, en el patio del colegio, en la calle, en todos lados. Cemento, tierra, polvo. Cinco años, y justo venimos a ganar el último, el más preciado. Nos vamos con la medalla en el pecho. Y con los huevos bien puestos. Con la satisfacción que nos merecemos de ser quince personas, y todas todas pateando para un mismo lado. Más allá de diferentes estilos, formas de jugar, de ver al equipo, todas tiramos para un mismo lado, y podemos decir hoy que somos un equipo, afuera y adentro de la cancha. Porque hace cinco años que venimos pensando en lograr el campeonato como algo lejano, y conseguirlo en quinto… qué lindo.

Hoy no me hago el boludo: hoy les respondo a los que decían que tenemos un lindo equipo: qué sí, que tienen razón. Hoy lo aceptamos. Pensar que perdimos 6 a 1 con los que ahora les ganamos 3 a 0, increíble. Pensar que en tercero llegamos a la final casi que esperando un milagro, que obviamente no se dio. Pero que ahora dependíamos de nosotros, de pararnos bien en la cancha y poner todo lo que había que poner.

Hoy, que se acerca el fin de la secundaria, hoy recién podemos decir que cumplimos un objetivo. Que logramos algo que veníamos queriendo desde hace mucho tiempo. Y que nos lo merecemos, viejo. Que no solamente nos vengan a felicitar por el primer puesto, sino por el grupo humano, es una alegría inmensa, doble. Después de tantos quilombos, votaciones, decisiones… Que hoy nadie se queje de haber jugado menos, de haber salido, de haber ido al arco, habla muy bien de todos nosotros. Hoy sabemos que acá nadie quiso cagar a nadie, que acá todos luchamos por lo mismo y que acá el primer puesto lo conseguimos entre todos. Que todo se hizo por el equipo, por la división, por la camiseta. Por la hinchada, también.

Sabemos que dentro de cincuenta años cuando pasemos por el campo de deportes va a estar nuestra foto, ahí, colgada, en la vitrina de los campeones, que nos va a despertar quién sabe qué sensaciones más extrañas. Que vamos a exagerar, obvio, y a nuestros hijos les vamos a decir “en quinto teníamos un equipazo”. Y lo más lindo es que quizá... quizá nos crean.

Se puede decir ahora que nos ganamos el respeto de todos. Porque antes éramos el partido fácil, esa es la verdad. Jugaban contra nosotros y sabían que podían ir a la fiesta y el sábado hasta golear fácil. Pero ahora no. Pensar que ahora algunos de otras divisiones están diciendo “y pensar que nosotros les robamos un empate”. Vamos a jugar muchas finales en nuestras vidas, pero no sé cuántas se van a poder acercar a lo que sentimos el otro día.

Hoy, me pellizco el brazo y sigo gritando: dale campeón.




sábado, 30 de agosto de 2008

Encuentro

Él la buscó, la buscó y parecía perderla. Lo intentó. Aunque se detuvo, decepcionado. Ya no creía. Nunca creyó. Sin embargo esperó. Esperó y supo por fin encontrarla. O ella lo encontró a él, quizá. Fueron años para él. Se encontraron. Se mezclaron. Juntaron sus labios en una noche de estrellas cómplices, de nubes ausentes, de vientos partícipes. Todo se silenció. Sus bocas hablaban un lenguaje que ambos conocían. Se contagiaban de interés. Se entrelazaban cada vez más, aunque todavía apenas lo insinuaban. No sospechaban un futuro. O quizá sí. Lo ignoraban; disfrutaban del momento, se deleitaban de sus venturas. No medían sus actos. Era temprano para eso. El encuentro se consumaba, pensado desde hacía mucho tiempo. Ellos disfrutaban del uno al otro. El mundo se reducía a esas dos siluetas en la oscuridad de la noche. Soledad compartida. Y nada más. Ya habría tiempo para arrepentirse.

miércoles, 13 de agosto de 2008


"Porque no vaya a ser que cansado de verte
me meta en tus brazos para poseerte
y te arranque las ropas y te bese los pies
y te llame mi diosa y no pueda mirarte
de frente y te diga llorando después
por favor tenme miedo
tiembla mucho de miedo mujer
porque no puede ser"

"No hay cosa más sin apuro
que un pueblo haciendo la historia
no lo seduce la gloria
ni se imagina el futuro
marcha con paso seguro
calculando cada paso
y lo que parece atraso
suele transformarse pronto
en cosas que para el tonto
son causa de su fracaso"

lunes, 11 de agosto de 2008

Salvador Allende


Pocos hombres tienen la voluntad, la firmeza de luchar por lo que creen digno. Pocos hombres se sienten capases de modificar la historia. Pocos hombres lo intentan. Aquellos que lo hacen son rápidamente convertidos en símbolos, en cánticos, en imágenes. Son las banderas que enarbolará el pueblo en su lucha continua sobre la desigualdad, la pobreza, el hambre y la miseria, sobre las injusticias. Pocos intelectuales pueden ver la realidad, y muchos menos contradecirla, aspirar a un cambio. Otros, los más, se dan vuelta como panqueques. Las falsas democracias de hoy en día representan a la mayoría (¿la representan?), pero hasta qué punto los trabajadores son capaces de soportar las arbitrairedades de sus patrones. Hasta qué punto se puede vivir oprimido. Las propias armas de estas democracias se encargarán de derrumbarlas, pero qué díficil cuando estas falsas democracias son defendidas por el Imperio, allá arriba. ¿Por qué tanto odio al pensar diferente? ¿Porqué tanto deseo de poder?

Supo exponer sus ideas. Supo defender sus ideales. Supo mantenerse firme. Supo enamorar a un pueblo entero. Supo identificarse con él. Con sus carencias y necesidades. Supo sacarlo a la calle. Con sus sueños. Sus demandas. Supo hacer valer a los olvidados. Supo despertar a un pueblo. Supo enseñarles el camino. Supo, como supieron otros en otros tiempos. Supo valerse de integridad, en un mundo donde las circunstancias le eran adversas. Supo enfrentarse al enemigo, de frente y sin resquicios.

Salvador Allende fue un verdadero intérprete de la voluntad popular. Perseguía un sueño, un ideal. Una utopía. La utopía de millones, de los más. Algo irreal en este mundo virtual de hoy en día, lleno de imágenes y falsedades. En este mundo lejos del cambio. Pero por qué dejarse engañar. Por qué no salir, por qué no pelear. Por qué no luchar. Por qué no apostar por lo que uno cree. Por qué no ganarse un lugar en los libros... si los hombres sin historia son la historia.

Allende se suicidó con un tiro en la cabeza.

viernes, 1 de agosto de 2008


"Hoy quisiera ser viejo y muy sabio,
y poderte decir,
lo que aquí no he podido decirte:
hablar, como un arbol,
con mi sombra hacia ti.
Como un libro salvado del mar,
como un muerto que aprende a besar,
para ti, para ti, para ti, para ti"

Desencuentro

Por ahí somos muy diferentes. Opuestos, quizá. Nada parecidos. No compartimos ni el mate, ni la comida, ni la música. Ni la personalidad, ni el presente, ni los sueños. Ni un pasado común siquiera. Nada. Todo indica que es cuestión de chocar contra una pared y distanciarse, como puede suceder.

Eran de ambientes diferenes. Nadie hubiese arriesgado nada por ellos. Formas de ser incompatibles. No compartían una conversación. Discentían en todo. Que uno blanco, que el otro negro. Se peleaban, llegaban a sufrirse el uno al otro. A dudar de la relación que construían. A dudar de la sinceridad del otro. Todo olía a despedida. A desencontrarse, una vez más y para siempre.

Pero su sonrisa puede unir cualquier cosa. Por eso es que quizá te quiero. Sólo por tu sonrisa. Que no es poco.


"Y decirte que todo está igual:
la ciudad, los amigos y el mar,
esperando por ti."

miércoles, 30 de julio de 2008

Firmes y dignos

Triste, con bronca, un poquito de verguenza. Un poco de rabia, un poquito de todo. De mala sangre, de dientes apretados... Algo traicionado. Después de cinco putos años, uno se da cuenta de qué personas está rodeado. No todas por igual. Algunas más, otras menos. Pero uno se da cuenta lo miserable que pudieron ser aquellas personas que uno consideró como amigos, como verdaderos compañeros de la vida, a quienes guardó para siempre un lugar en el corazón, que no va a ser tal, como en verdad uno quiso desde un principio. Pero el tiempo es sincero y se encarga de descubrir disfraces y decir quién es quién, de demostrar falsas solidaridades. Falsos discursos. Falsas personas; falsos sus corazones. Porqué haber confiado en ellos. Qué ingenuos habremos sidos. Porqué seguir creyendo. Uno dice basta. Se cansa. Y cada vez son menos los de este lado. Y todo pasa ahora, cuando esto ya termina. Cuando es en este momento de nuestras vidas que uno termina de moldearse, de formarse como ser humano, como ser pensante, cuando uno tiene la posiblidad única de decidir quién ser y cómo serlo, cómo escribir nuestra propia historia. Te queda la amargura de pensar que en estos años, todo fue una simple careta. Que nadie fue quien de verdad era. Triunfar van a triunfar. Este tiempo se compartieron miles de cosas, nos conocimos de memoria. Se generaron miles de afectos. Pero a dónde quedó eso. A dónde se fue la amistad, la coherencia. Que ya parecemos desconocidos. Dónde quedaron de repente nuestras convicciones. Allá, allá, bien lejos... Pero me enorgullece este pequeño grupo; saber que hay gente en quien uno puede confiar todavía. Saber que ellos no se voltearían. Y no me arrepiento. Los banco como nunca, a muerte, a todas partes. En cualquier etapa de sus putas vidas. En cualquier estado de ánimo, cualquier situación, en cualquiera de los cientos de errores que vamos a cometer a lo largo y ancho de nuestros caminos. Para qué seguir fingiendo. Para qué mentir. Si ya uno sabe quién es quién. Si ya uno sabe de quién está rodeado.

lunes, 21 de julio de 2008


"En busca de un sueño
hermoso y rebelde"

jueves, 17 de julio de 2008

Olvidados

El otro día, como tantas otras veces, volvía de noche a casa. Bajaba del colectivo. Caminaba unos pasos por la avenida, daba vuelta a la manzana, y ahí siempre me encontraba con el linyera que acostumbraba dormir debajo del techo de la verdulería, en un lugar inhóspito que rozaba lo cruel e insalubre. Solía darle algunas escasas -pero muy agradecidas- monedas cuando de ellas estaba provisto (aunque muchas veces preferí guardármelas en el bolsillo). El día que me refiero era ya de noche. Él se encontraba dormido, tapado con una sola manta hasta la nuca. De verdad que hacía frío. Intenté reducir el ritmo de mi andar para no interferir en su sueño, pese a que sabía que su tolerancia con el ruido estaba ya bastante bien entrenada, en un acto de rebuscada generosidad, acaso ficticia y típicamente burguesa. Autos, colectivos, camionetas pasaban por esa calle. Si bien no era muy transitada, el empedrado no ayudaba en nada y el ruido era insoportable. Agaché la mirada y seguí mi rumbo a casa.
Hacía años que ocupaba ese lugar. Ya me había acostumbrado a recorrer estas rutinarias cuadras con la presencia del vagabundo. Las primeras veces me resultaba extraño, como si lo ignorara y otro poco lo rechazase. Nunca pensé, ni se me hubiera ocurrido pensar, que él se daba cuenta de que yo era el mismo que había pasado ayer, y anteayer, y así todos los días de la semana. Hasta que un día mientras caminaba distraído, cansado de nada, me interrumpió y me dijo: “Te conozco”. Su aspecto no era el mejor, y su voz quebrantada, fuerte y ronca terminaron por asustarme. De veras me asusté. Tristemente me asusté. Me quedé callado, aturdido por su pregunta y seguí caminando. Luego, ya en casa, razoné cómo pude haberme quedado callado; que qué tonto había sido. Resentido, entré aturdido y me saqué el abrigo: me fui a dormir todavía pensando lo que había sucedido, y cuán ignorante había sido… Me puse en el lugar del tipo, y me sentí un hipócrita; lo mal que estaba vestido, lo sucio que aparentaba, su voz ronca, gastada paradójicamente del desuso, su imposibilidad de relacionarse con el mundo, de elegir un camino en la vida, de luchar por algo, por un futuro, por una mejoría. Quizás era esto último lo que más le dolía: su imposibilidad para plantearse y elegir su forma de vida, su trabajo, su hogar, su techo, su familia… en fin, su carencia de opciones, de oportunidades. Su vida era así y no podía hacer nada para cambiarla. La gente le daba unas monedas (me incluyo) y así no se solucionaba nada. Con el paso del tiempo amargamente su situación se volvía aún peor. Situaciones cada vez más antagónicas y extremistas. Pero nadie hacía nada, ni siquiera nadie se proponía, o acaso insinuaba, un cambio. Sabía que su vida sería desde el primer día que llegó a ese rincón, ese huequito y no mucho más. Recuerdo lo que me costó pegar un ojo en aquella noche.
Al otro día, volvía caminando del colegio. Mi recorrido no me hacía pasar esa noche por el cubículo del linyera. Pero me desvié unas cuadras. Estaba pensando, desnudo frente al poderío del cemento y del sistema, acariciando despreocupadamente su desprolija barba. Seguí caminando, y su mirada ni se desvió… Me dio vergüenza pararme después de lo que había pasado el otro día. Me hice el boludo, en verdad. Unos metros después, paré la marcha y, todavía dudando, decidí volver. Su rostro de cerca era aún más viejo de lo que aparentaba, y estaba todavía más deteriorado, y esto inevitablemente no sólo por el tiempo. Su barba me seguía sorprendiendo. Me quedé parado frente a él y durante unos segundos lo miré. Él hizo lo mismo. No pronunciaba palabra, esperando y observando muy atento lo que hacía. Eso me incomodoba aún más. Me costó empezar a hablar. Mirando el piso, le pedí disculpas por lo del otro día. Sabía que no eran necesarias, pero acaso una aparente mezcla de culpa, remordimiento y lástima me hicieron creer que estas eran no menos que necesarias. Le dije, entonces, y entró a reírse a carcajadas. No entendía. No tuve más nada que decirle, y todavía medio incómodo por la situación, di media vuelta. Me dio algo de miedo. Quizá no debería haberle hablado, pensé. Empezaba a caminar cuando me pidió si antes de irme no le podría dar unas monedas. Respondí rápidamente que sí, y con movimientos apresurados y toscos saqué del bolsillo todas las monedas que tenía, que no eran más que 80 pobres centavos. Cuando volví a casa recuerdo haberle dicho a mi madre que teníamos un nuevo vecino. Mi madre en cambio, lo único que supo decirme fue que tuviera cuidado.
A partir de ese día, me saludaba o hasta a veces yo mismo me paraba y tomaba la iniciativa. Siempre se mostraba de buen humor, y siempre tenía ganas de charlar. A veces demasiadas, para mí. Me contaba que una de las cosas más tristes de su vida actual, además de las obvias y muy evidentes a los ojos, era no poder hablar, comunicarse con otras personas, que lo traten como a un loco, como a un vagabundo, como a un inútil, o peor aún, como un sujeto peligroso. "¿Peligroso yo?" y se reía. "Yo soy más bueno que el pan, ¿porqué te creés que estoy acá?". Tarde a tarde conversábamos unos minutos. De ser el linyera que ocupaba un rinconcito, a ser el nuevo vecino, hasta considerarlo como amigo, entonces. Era triste escuchar reclamarle al sistema su total indiferencia con su situación y la de muchos otros más, que se encontraban igual que él, o aún peor. Le enervaba su incapacidad para hacer algo que modificase su historia, y también la de sus hijos, los cuales no veía hace meses. Su vida se limitaba a pedir unas limosnas y, por sobre todas las cosas, contentarse con ellas, porque creo era esto su vida: saber contentarse, casi por obligación. El día que procure algo más, sabía iba a enloquecer y terminar mal, o peor que lo que estaba. Cuando su malhumor era excesivo, me contaba, necesitaba distraer su mente. Hundía sus sentimientos de bronca e indignación en unas botellas de alcohol, aislándose cada vez más. Su voz, cada vez más ronca y apagada.
Otro día, volví, como tantas otras veces, a doblar por la esquina. Ya tenía en la mano unas monedas que tenía pensado darle al linyera. Me sorprendí al ver que en ese hueco del edificio, en ese rincón de la calle, no había nadie. Volteé para ver en frente, pero tampoco había nadie, ni nada. Seguí caminando, pensando que quizá podía haberse ido unos metros más adelante, en el edificio que seguía. Pero tampoco. Dejé de caminar. Me quedé quieto un rato. Hacía años que dormía allí. Incluso dejaba sus cosas si algún día como excepción se alejaba. Pero hoy no; no estaban… ni su carro, ni su manta, ni sus cosas. Dónde estaba ahora me preguntaba, qué había pasado con él. ¿Habría conseguido algún lugar para vivir, alguna salida para su humillante modo de sobrevivir? Sabía que esto era casi imposible….Sabía que lo más probable era que su vida hubiera acabado. Esto era normal, un fin inexorable para todo ser humano. Pero lo que realmente me inquietó en ese momento, hasta darme un sentimiento de bronca de lo más profundo, era que tal vez nunca haya podido cumplir con su inalcanzable pero simple, casi tonto sueño de poder vivir en una casa propia, dormir en un colchón digno, una frazada limpia y un almohadón acolchonado, como el mío.

sábado, 28 de junio de 2008

Hoy

Pero esta vez me voy a poner duro como una roca, firme como una pared. Hoy no te voy a dejar que te adelantes más pasos. Ya no más. No voy a retroceder. No te voy a dejar que me dejes mal parado, que me engatuses de vuelta. Retroceder ya no tiene que ser una opción. Hoy voy a estar firme, como debí estarlo hace tiempo. Hoy tu mirada no va a ser la de antes. No me va a hacer como antes.  Hoy voy a enfrentarla. Hoy voy a poder. Hoy ten miedo de mí.

martes, 24 de junio de 2008


"Ni los obréricos ni los milíquicos
tienen la cúlpica señor fiscálico."

lunes, 23 de junio de 2008

Camino


Una pandilla de pibes. Algunos más normales que otros, si se puede rescatar una pizca de normalidad en estos individuos. Algunos más locos que otros, si puede rescatarse a alguno más o menos cuerdo. Algunos más compinches que otros, si se me permite la comparación. Algunos un poco más estables, otros muy poco cuerdos. En fin, una linda banda de churretes, de jóvenes inexpertos, que recién comenzaban a andar por el Camino. Mancebos, imberbes, creídos, arrogantes... algo adolescentes. Algunos más maduros que otros, pero todo se equilibraba. Un grupo heterogéneo, que brillaba por su complementación. Del más flaco al más gordo, del más pensador al más irreflexivo, del violento al conciliador, del demagogo al exageradamente tranquilo. Del rebelde al sumiso, del revolucionario al algo derechoso... De todo lo había. Y convivían. Y había hasta un poco más que simple convivencia. Compartían éxitos y fracasos; intentos y proyectos, los insinuaban, les daban vida y los llevaban a la práctica. Compartían desde una pelota de fútbol, desde un vestuario, hasta un techo, una forma de vida... en fin, sus historias... sus comienzos. Se entendían. Un solo gesto, una mirada. Ni hacía falta preguntar. Se conocían de memoria, desde hace años. Se defendían, protegían, se ayudaban cuando así lo requería alguien del grupo, cualquiera sea. Lo había todo. Del líder al obediente, del humilde al soberbio, del adulador al crítico, del intelectual al negado, del metódico al más práctico. Se complementaban. Aprendían unos de otros. Eran amigos, pero se querían como hermanos. Disfrutaban de la vida, reían y se angustiaban. Tropezaban sí, pero siempre juntos; se alternaban en sus funciones, un día alguien daba una mano y al otro la recibía. Así era su ley, su código, sus principios. Pero, ¿qué sería de ellos cuando el Camino se separe? ...Nadie lo sabía. Y eso era lo bueno.

viernes, 13 de junio de 2008


"Que diría la gente
el domingo en la misa
si saben de ti."

"...y tuvimos miedo, temblamos,
y en ésto se nos fue la vida."

Búsqueda

Desde chico uno se cría, educa, crece, madura, intenta moldearse como quiere, como le dicen, como le indican. Quizás como está destinado a ser. Uno afronta problemas, encrucijadas, complicaciones, dificultades; debe uno aprender a caminar, a comer civilizadamente, a no chillar, a hablar, a comunicarse, a respetar, a convivir. Pero nunca nadie se encuentra siempre con una solución. Empieza a optar, elije. Se pueden elegir buenos o malos caminos, mejores o peores. Se recorre la vida. Se empieza a clarificar un trayecto, una vocación, un estilo de vida, una filosofía, una constante, una profesión. Uno ansía poder llegar a ser quien siempre soñó de pequeño. Esos sueños a partir de conocer a sus familiares, a sus amigos más cercanos, a personas admiradas, admirables, quizá algunos ídolos: superhéroes, políticos, músicos, futbolistas, escritores, hasta la persona más inesperada e insignificante. Uno busca una forma de ser, de mantener una personalidad, intenta estampar en sí lo que admira de otros. Actitudes, muecas, gestos, características, cualidades. Uno se vale de ejemplos para formarse. Los escucha, ve, observa; se mide, se compara, se vale de ellos. Forma además su conducta, sus expectativas, sus principios. Espera mantenerse fieles a ellos. Eso es lo que admira de otros.

Pero ahora recién empieza a transitar el camino de la vida, le falta muy poco. Tiene miedo de traicionar sus orígenes, sus causas, sus fundamentos. Vacila sobre su futuro. Sin embargo, se siente libre. Debe empezar a tomar decisiones que antes le eran ajenas. Ya es “grande”: cocina, bebe, maneja, se viste bien, viaja, aunque todavía depende. Esa dependencia a veces no lo favorece. De momentos lo altera, pero es natural. Cada vez se siente más libre, totalmente soberano de su vida. A veces se siente sólo en su camino, pero a veces piensa en la mitad del vaso lleno: ahora él maneja el volante; gira, dobla, busca, y sigue buscando, esperando encontrar. Deberá encontrar. Va a encontrar, no importa cuándo.

Luego trabaja, se empieza a ganar la vida. Quiere demostrarle a los demás y, sobre todo, a sí mismo, que puede, que ya no es un nene de mamá. Quizá le vaya bien, o no: no importa. Continuará trabajando, perfeccionándose. Buscará una estabilidad, una compañía, una manera de compartir su vida, su existencia, de dejar algo en esta vida, de no sentirse desperdiciado, así como vacío; de hacerse valer. Busca, y quizás encuentre. Su deseo de formar una familia, una casa, esos valores que desde chico le inculcaron: la familia, la propiedad y el amor.

Quería ser padre, lo sentía como una necesidad. Debía hacerlo. Rodeaban su cabeza sentimientos profundos; de indecisión, mezcla de inmadurez y a su vez de querer progresar, prosperar. Llegó un día en que quedó solo; su compañera, sus hijos y él. Ahora le tocaba transmitir esos valores que le habían inculcado desde joven a sus hijos. Al fin ahora se vislumbraba el camino; quizá más adelante podía llegar a ver una llegada, por ahora algo lejana. Aunque a veces le gustaba mirar para atrás, melancolía, nostalgia mediante.

Sólo una inquietud lo perturbaba en el final de su recorrido: ¿había hecho las cosas correctamente? ¿Fiel a sus principios? ¿Supo transmitir lo que alguna vez le fue transmitido? ¿Había cumplido con su rol en esta vida? Esas preguntas lo acosaban. Más que nunca se acordaba de su viejo, a quien de pequeño había tenido de amigo, ídolo y ejemplo. A veces se quedaba mirando a sus hijos mientras dormían, vacilaba unos instantes, y sonreía. Le bastaba con ser la mitad de lo que su viejo había sido para él: padre, ejemplo, y amigo. Terminó de contarles el cuento de todas las noches; su imaginación volaba, realmente se esmeraba, y ahora a él le tocaba irse a dormir. Al otro día no despertó.

lunes, 5 de mayo de 2008

El francotirador

"Si pega en el palo -del lado de afuera- te podés llegar a sacar, es la verdad. Podés venir jugando exquisito pero si errás una fácil, ahí te desarmás, (y te desarman con las puteadas, claro). Ni que hablar si te putea un compañero tuyo; hay que ser mal tipo eh… Pero cuando roza del lado de adentro, ahí sí… la adrenalina sube y a la mierda que me corro todo para festejar el gol, qué mierda si estaba caminando desde hacía veinte minutos, para festejar te puedo correr hasta saludar al arquero que no hay problema, esa es la verdad. Eso se sabe. Ni que hablar si el gol marca la mínima diferencia en un partido, ó si acaso se logra un empate sobre la hora; afónico todo el fin de semana, y con orgullo. Sí, estoy afónico, es que metí un gol, ¿y qué?

Una definición errática, en cambio, un tiro afuera, puede malograr una buena actuación; derribar todo lo estudiado en la pizarra del vestuario, todo lo entrenado durante la semana. Pero, ahora sí, lo que realmente me molesta es que me vengan a hablar de que los partidos se ganan por el estado físico, de que uno tiene que aguantar los 90 minutos corriendo detrás de la pelotita, ¿pero qué carajo es eso? Acá, muchachos, nos olvidamos de la táctica. Hasta el más gordo de los gordos te puede meter un centro en la cabeza, un pase entre líneas que te deje sólo al siete; hasta el más fasero puede tirar el mejor cambio de frente… ¿o me van a decir que no? y en cancha de once te estoy hablando; qué cancha de nueve, de siete, ni papi fútbol, acá se juega de once: once contra once, y nada más. Como cuando se juega sin ofsaid, ¿pero son pelotudos? Te pongo al diez, al nueve y al siete en el área chica y te tiro todos pelotazos: eso no es fútbol, che. Que ahora se hacen todos los lindos; que la canillera, que los botines, que la remerita, la pilchita, la vendita para el tobillo, ¡EL ANTITRANSPIRANTE! (dios mío…), el desodorante homosexual, de marca tipo rexona o alguna de esas -al menos no la caretean, qué se yo- y todas esas cosas para ganarse minitas jugando para el reverendo culo. ¿Pero qué te hacés si empieza a llover y te metés en el vestuario como una puta? Se te ensucia el pantalón y pedís el cambio... eso por decirle a mami que te compre pantalonsito blanco, comprate uno negro y jugá, raspá, tirate al piso. Y por favor que no haya barro, porque claro, ahí ni se arma el partido. Pero vamos todos a cambiarnos…

¿Partidos? Partidos eran los de antes... -Beto, te juego un wini"

jueves, 7 de febrero de 2008

El 10

Nos deja el equipo sin recambio, sin frescura en el mediocampo, sin glamour, porque eso es lo que transmite él fuera, y no sólo fuera, sino también dentro de la cancha. Uno de esos tipos que corren la pelota, y la piden siempre. Uno de esos que podés estar en la tercera bandeja pero igual reconocés esos movimientos, ese estilo, esa forma de cuidar la bocha; hasta con verlo caminar te das cuenta que es él. Inconfundible pegada, pases precisos y, algo poco común, siempre la frente alta, oteando a cada lado de la cancha. Con él no hay grises. Ó blanco ó negro. Odio o ternura. La gente lo aplaude o lo chifla; lo ama o lo odia. Algunos lo tienen como ídolo; otros como enemigo. Es lo que se supo ganar desde chiquito, sólo con una pelota, unos palos, el verde césped y unas líneas de cal. Es el líder de la cancha: ordenando, dirigiendo, marcándole a sus compañeros errores y virtudes; en fin, el ritmo del equipo… Si bien hay quienes lo critican, nadie puede negarle, -periodistas o fanáticos- que al fútbol lo vive y lo siente como pocos en cada partido. Transpira como si de una prueba se tratase. Grita poco los goles, es cierto. Calla en señal de respeto. Tampoco sonríe. Pareciera como si sufre cada pique corto, cada pelotazo hacia arriba, cada minuto del encuentro. Sus códigos son otros dentro de la cancha; es humilde al extremo, aunque cuando no se lo respeta, puede correrse todo el mediocampo simplemente para gritar un gol. Nunca pide salir del campo de juego, ni aunque su equipo esté jugando mal y el resultado no acompañe. Y quizá también su mayor virtud sea agrandarse en las difíciles. Eso afirman sus seguidores. Si alguno intenta desmoralizarlo o simplemente bajarlo en cancha, como quien dice, él se agranda y es cuando más la pide. Una patadita de más puede ser contraproducente. Se agranda y agranda a su equipo. Juega las finales como verdaderos partidos de potrero, dejando cuerpo y alma en cada minuto. Y si el técnico lo saca, él putea, pero sale, como un grande, aplaudiendo a cada lado de las tribunas. Con su rostro cansado y su mirada gacha. Y ahí es cuando la gente responde. La gente de pie, ovacionando a una de sus figuras. Al 10 del equipo. Al que dirige. Fuera y dentro de la cancha.

jueves, 10 de enero de 2008

martes, 8 de enero de 2008

Ella

Envuelta, acaso falsa, simulada, afanosamente fingida. Demostraba sonrisas que no eran, muecas engañosas, ademanes embusteros, tramposos si se quiere. Esa risita radiante considerada en un primer momento como tal, se transformaba de a poco en pura monería. Su estilo, nunca discreto, era rebuscado. Se enseñaba como deseaba ser vista, ni más ni menos. Su ser desconocía la sorpresa, que perdía sentido, no teniendo lugar, no permitiéndose. El silencio era improbable en su cercanía; era menester convertirse, y esto rápidamente, en el eje absoluto de las cosas. La eminente exclamación que producía poco tardaba en tornarse insoportable: empalagaba y agobiaba. Se esmeraba, inclusive, para provocarlo. Las miradas ajenas eran su punto de referencia, su eje de coordenadas. Ella conseguía ser feliz de esa manera. Los que creían conocerla, se contentaban con su revestimiento. Su maquillaje valía más que miles de momentos y sensaciones. Sus ropas debían cautivar, atraer, seducir distintas miradas, atraerlas. Su espejo era su fiel seguidor, lo cual no tardó en generar una melosa dependencia. Cada mañana lo sentía como una prueba que había que superar; sufría o se deleitaba con ella. Nunca se tomaba el inocente lujo de ser tal cual era. El adorno lo era todo: el fracaso o el éxito. El renombre, la fama, el ser reconocida en su ambiente, era su meta. Sus inseguridades, resentimientos, envidias, la llevaron a comportarse así. Sentía como una exigencia ser partícipe; lo necesitaba, era su vicio.

Pero su personalidad arrogante, altiva, creída, era bien vista por todos. Su egoísmo y creciente egocentrismo no eran reprobados. Al contrario. Ella era admirada. Eran ridículos y escasos aquellos que veían más de lo que miraban, y entendían su forma de ser, ¿o acaso de no serlo? Necesitaba un reconocimiento; perseguía cariño, el cual no era agradecido. Sólo era una forma de alimentar su sed, y contribuir a su romántica codicia.

sábado, 5 de enero de 2008