sábado, 14 de noviembre de 2009

Absurdos

He decidido, después de cierto grado ínfimo de reflexión individual, revolucionar no sólo el mercado actual en cuanto a libros y textos de autoayuda y psicología se refiere, sino también hacer lo propio con el ambiente intelectual que anima toda esfera de la vida cotidiana.

Voy a hacer una publicación que se titulará "Los secretos de mi fracaso" y allí describiré y desarrollaré un sinnúmero de cualidades que me permitieron, en un corto período de tiempo, alcanzar un ostracismo el cual considero poco menos que irremediable. Entre ellas, se encuentran: una inseguridad excesiva, una torpeza exagerada, una sensibilidad desmesurada. Complementariamente, soy un ser demasiado introvertido, pensante en demasía, y para nada impulsivo. Estoy lleno de miedos, de censuras, de prohibiciones. No me gusta arriesgar y jamás opto por blanco o negro. Mi vida está llena de grises y mis desiciones son, además de escasas, superfluas. Por cierto, en la mayoría de los casos trato de evitarlas. Estas son solo algunas de las características más significativas de mi persona y solo algunos de los motivos que representan mi caída al vacío. A lo largo de la edición de este mi libro más preciado, que conforma gran parte de lo frustrante que es mi existencia, he intentado enumerar con gran precisión, y creo que así lo he logrado, las propiedades que detallan en gran medida mi incompetencia e incapacidad como ser viviente de este mundo, mis constantes limitaciones. Incluso actualmente escribo el segundo tomo, de unas aproximadas 500 páginas. Aún así, siento, con tristeza y desazón, que todavía hay mucho más por ahondar en mí...

Espero haberlo ayudado a usted, señor léctor, a descubrirse, y así, juntos, a descubrirnos, y advertir aquellas cualidades que nos han facilitado alcanzar el fracaso y la hostia en un tiempo particularmente breve.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Gol

La duda me sobreviene. Es sólo un instante. Tomo la pelota. ¿Decido patear o espero? La cabeza gacha, el arco en frente. La certeza, o quizás el presentimiento, no lo sé, de que un defensor se acerca desesperadamente a cerrar me invade casi inconscientemente. Una idea, una intención se aparece en mi mente, y la desición de llevarla a cabo es repentina: un movimiento tosco de piernas se sucede. El defensa milagrosamente ha pasado de largo. No hay habilidad sino simple frialdad. Ahora el arco vuelve a aparecer y las opciones se achican y aclaman todas al unísono una sóla palabra, un mismo objetivo: red. El arquero se vuelve mera figura, su remera amarilla resalta entre los tres palos; se acerca. Una última mirada a la pelota y la desición ya está tomada; el tiro, inevitable, ya es inminente. La cadera casi que se desubica, y la pierna realiza el largo y algo grosero movimiento e impacta con cara interna la sagrada pelota. El remate es cruzado, con dirección al lado del poste derecho del guarda metas. Pero ahora sí, un imprevisto se sucede. La bola, con fuerza, empieza a levantarse. Son sólo segundos. Las miradas, atónitas, expectantes, de jugadores y espectadores se concentran en un sólo recorrido. Mi figura se recompone, levanto la cabeza y casi de reojo miro el destino ya sentenciado del balón, esperando el final. El esférico toma altura y el ruido de su impacto con la red es estruendoso, seco. El arquero alcanza sólo a observar, impotente. Salgo despedido a un costado, cierro el puño y grito "Gol!". Luego hasta se suceden algunos abrazos y algunos besos, cariños del fútbol. El equipo vuelve a su campo y todo esto lo pienso y medito, todo hasta que el árbitro pita y la pelota vuelve a rodar. El partido se ha abierto y ahora las cosas están 1 a 0.