sábado, 28 de junio de 2008

Hoy

Pero esta vez me voy a poner duro como una roca, firme como una pared. Hoy no te voy a dejar que te adelantes más pasos. Ya no más. No voy a retroceder. No te voy a dejar que me dejes mal parado, que me engatuses de vuelta. Retroceder ya no tiene que ser una opción. Hoy voy a estar firme, como debí estarlo hace tiempo. Hoy tu mirada no va a ser la de antes. No me va a hacer como antes.  Hoy voy a enfrentarla. Hoy voy a poder. Hoy ten miedo de mí.

martes, 24 de junio de 2008


"Ni los obréricos ni los milíquicos
tienen la cúlpica señor fiscálico."

lunes, 23 de junio de 2008

Camino


Una pandilla de pibes. Algunos más normales que otros, si se puede rescatar una pizca de normalidad en estos individuos. Algunos más locos que otros, si puede rescatarse a alguno más o menos cuerdo. Algunos más compinches que otros, si se me permite la comparación. Algunos un poco más estables, otros muy poco cuerdos. En fin, una linda banda de churretes, de jóvenes inexpertos, que recién comenzaban a andar por el Camino. Mancebos, imberbes, creídos, arrogantes... algo adolescentes. Algunos más maduros que otros, pero todo se equilibraba. Un grupo heterogéneo, que brillaba por su complementación. Del más flaco al más gordo, del más pensador al más irreflexivo, del violento al conciliador, del demagogo al exageradamente tranquilo. Del rebelde al sumiso, del revolucionario al algo derechoso... De todo lo había. Y convivían. Y había hasta un poco más que simple convivencia. Compartían éxitos y fracasos; intentos y proyectos, los insinuaban, les daban vida y los llevaban a la práctica. Compartían desde una pelota de fútbol, desde un vestuario, hasta un techo, una forma de vida... en fin, sus historias... sus comienzos. Se entendían. Un solo gesto, una mirada. Ni hacía falta preguntar. Se conocían de memoria, desde hace años. Se defendían, protegían, se ayudaban cuando así lo requería alguien del grupo, cualquiera sea. Lo había todo. Del líder al obediente, del humilde al soberbio, del adulador al crítico, del intelectual al negado, del metódico al más práctico. Se complementaban. Aprendían unos de otros. Eran amigos, pero se querían como hermanos. Disfrutaban de la vida, reían y se angustiaban. Tropezaban sí, pero siempre juntos; se alternaban en sus funciones, un día alguien daba una mano y al otro la recibía. Así era su ley, su código, sus principios. Pero, ¿qué sería de ellos cuando el Camino se separe? ...Nadie lo sabía. Y eso era lo bueno.

viernes, 13 de junio de 2008


"Que diría la gente
el domingo en la misa
si saben de ti."

"...y tuvimos miedo, temblamos,
y en ésto se nos fue la vida."

Búsqueda

Desde chico uno se cría, educa, crece, madura, intenta moldearse como quiere, como le dicen, como le indican. Quizás como está destinado a ser. Uno afronta problemas, encrucijadas, complicaciones, dificultades; debe uno aprender a caminar, a comer civilizadamente, a no chillar, a hablar, a comunicarse, a respetar, a convivir. Pero nunca nadie se encuentra siempre con una solución. Empieza a optar, elije. Se pueden elegir buenos o malos caminos, mejores o peores. Se recorre la vida. Se empieza a clarificar un trayecto, una vocación, un estilo de vida, una filosofía, una constante, una profesión. Uno ansía poder llegar a ser quien siempre soñó de pequeño. Esos sueños a partir de conocer a sus familiares, a sus amigos más cercanos, a personas admiradas, admirables, quizá algunos ídolos: superhéroes, políticos, músicos, futbolistas, escritores, hasta la persona más inesperada e insignificante. Uno busca una forma de ser, de mantener una personalidad, intenta estampar en sí lo que admira de otros. Actitudes, muecas, gestos, características, cualidades. Uno se vale de ejemplos para formarse. Los escucha, ve, observa; se mide, se compara, se vale de ellos. Forma además su conducta, sus expectativas, sus principios. Espera mantenerse fieles a ellos. Eso es lo que admira de otros.

Pero ahora recién empieza a transitar el camino de la vida, le falta muy poco. Tiene miedo de traicionar sus orígenes, sus causas, sus fundamentos. Vacila sobre su futuro. Sin embargo, se siente libre. Debe empezar a tomar decisiones que antes le eran ajenas. Ya es “grande”: cocina, bebe, maneja, se viste bien, viaja, aunque todavía depende. Esa dependencia a veces no lo favorece. De momentos lo altera, pero es natural. Cada vez se siente más libre, totalmente soberano de su vida. A veces se siente sólo en su camino, pero a veces piensa en la mitad del vaso lleno: ahora él maneja el volante; gira, dobla, busca, y sigue buscando, esperando encontrar. Deberá encontrar. Va a encontrar, no importa cuándo.

Luego trabaja, se empieza a ganar la vida. Quiere demostrarle a los demás y, sobre todo, a sí mismo, que puede, que ya no es un nene de mamá. Quizá le vaya bien, o no: no importa. Continuará trabajando, perfeccionándose. Buscará una estabilidad, una compañía, una manera de compartir su vida, su existencia, de dejar algo en esta vida, de no sentirse desperdiciado, así como vacío; de hacerse valer. Busca, y quizás encuentre. Su deseo de formar una familia, una casa, esos valores que desde chico le inculcaron: la familia, la propiedad y el amor.

Quería ser padre, lo sentía como una necesidad. Debía hacerlo. Rodeaban su cabeza sentimientos profundos; de indecisión, mezcla de inmadurez y a su vez de querer progresar, prosperar. Llegó un día en que quedó solo; su compañera, sus hijos y él. Ahora le tocaba transmitir esos valores que le habían inculcado desde joven a sus hijos. Al fin ahora se vislumbraba el camino; quizá más adelante podía llegar a ver una llegada, por ahora algo lejana. Aunque a veces le gustaba mirar para atrás, melancolía, nostalgia mediante.

Sólo una inquietud lo perturbaba en el final de su recorrido: ¿había hecho las cosas correctamente? ¿Fiel a sus principios? ¿Supo transmitir lo que alguna vez le fue transmitido? ¿Había cumplido con su rol en esta vida? Esas preguntas lo acosaban. Más que nunca se acordaba de su viejo, a quien de pequeño había tenido de amigo, ídolo y ejemplo. A veces se quedaba mirando a sus hijos mientras dormían, vacilaba unos instantes, y sonreía. Le bastaba con ser la mitad de lo que su viejo había sido para él: padre, ejemplo, y amigo. Terminó de contarles el cuento de todas las noches; su imaginación volaba, realmente se esmeraba, y ahora a él le tocaba irse a dormir. Al otro día no despertó.