viernes, 27 de agosto de 2010

Escupir

Te envidio por poder construir semejantes oraciones, con esa simpleza casi burda, tonta que las engrandece y las agiganta. Por esa manera de escribir, por esa expresividad que nunca voy a poder alcanzar. Me desvelo por las mujeres que no tengo ni voy a tener. Por esa casa con pileta y jardín que jamás conseguiré. Por ese hermano que nunca tuve y tampoco encontraré. Por tocar la guitarra como ese semi dios, pseudo mortal que ya todos saben quién es.

Por jugar en la bombonera de cinco y recibir el aplauso de la tribuna que se mueve, que late y vibra ante un foul innecesario pero elegante, de esos que se aplauden solo en ese templo al huevo huevo huevo que es la bombonera. Por salir del tunel y recibir el clamor de las masas coreando esta campaña volveremo a tar contigo, no sin antes haber abrazado a mis compañeros y haberles dicho ante ese partido de mierda que se jugaría: dale que esto es boca cheeeeeeeee.

Me encantaría no pensar por unas semanas, o al menos no pensar dos putas veces las cosas, dejar de ser tan organizadito, tan terriblemente racional, porqué todo tan ordenado!, pero a veces me supera, si encima termino este texto de morondonga y qué es lo primero que hago? Lo justifico, lo justifico, como si fuera una necesidad, una imperiosa necesidad. Necesito un turno urgente con mi subconsciente.

¿Pero para qué digo todas estas cosas? Yo solo quiero ir en gomón con mi viejo a pescar unos matungos, después desescamarlos, sacarle las tripas, y luego enharinarlos, más tarde freirlos, y comerlos, devorarlos con un poquito de limón y sal.

domingo, 15 de agosto de 2010

Laila

Laila piensa todos los días. A veces sueña, tiene hambre; tiembla de frío o sufre del calor y jadea.

Está sola aunque no concibe ni se imagina, tampoco recuerda, un pasado diferente. Su realidad es este patio, a veces la cocina y cada tanto el gran mundo exterior, ese espacio inmenso que por momentos la desconcierta.

En sus salidas ve autos que pasan, ha visto también semáforos, pero para ella son sólo luces que titilan, son sólo colores que por momentos brillan, sombras y figuras sin nombre; tonalidades. Laila ignora muchas cosas pero tampoco las necesita saber. Ni pretende hacerlo.

Se confunde cuando camina sóla por la calle, y ya no sabe bien porqué camina sólo por la vereda. Se confunde cuando ve uno de los suyos. Su cabeza es un río de pensamientos que la hacen reflexionar de esa realidad que nunca fue; sólo quiere olfatear y generar un contacto, y generalmente se entristece porque sabe, intuye, que probablemente no vuelva a cruzarlo nunca más. Es un amigo de una sóla noche, de una sóla esquina, por eso lo olfatea hasta más no poder; incluso hace ruído con el hocico como queriendo adueñarse de ese aroma para así retenerlo y recordarlo, una y otra vez, hasta el cansancio.

Laila duerme mucho porque no encuentra muchas cosas para hacer, prefiere descansar y dormir, porque así sueña. Sueña con muchos otros, con una pradera grande, inmensa, para correr, correr como nunca corrió en su vida, sin límites ni dirección alguna. A veces sueña y hace ruidos que son como lamentos. Se acuerda de ese mes de vida en el que pasó sus días en una jaula, poniendo cara de bebé para que algún niño intrépido consiga convencer a su mamá lo linda que ella era.

domingo, 1 de agosto de 2010

Sueño

Sueño con tenerte a mi lado, con que de repente seas mía, al menos una noche. Con poder acariciarte hasta que mis manos se cansen, poder besarte hasta que mis labios se sequen. Sueño con verte a mi lado, adormecida, calma; sueño apenas con oir, sentir, tu dulce respiración. Con pegarme a tu suave figura y verte dormir en mi compañía, rodearte con un brazo y sentir el calor de tu cuerpo. Con que uses mi otro brazo de almohada, que lo acomodes como te guste y me robes las sábanas durante la noche. Y hasta que quizás ronques.

Sueño con levantarte sólo un poco la remera y hacerte cosquillas en la panza con húmedos besos: con recorrer tu silueta y encontrar, finalmente, tus finos labios dispuestos a pegarse a los míos. Con que me entregues tu cuello, y así tus cachetes, tu frente; con acariciar tu pelo y que no necesites peinarlo. Con encontrar tus ojos en el profundo silencio de la velada y que calles y callemos, que no digas nada porque ya todo esté dicho.

Sueño observándote toda la noche; con despertarte con un beso por la mañana y que ahí, recién ahí, hables para sólo preguntarme si no me molesta que te quedes.