domingo, 26 de junio de 2011

El fútbol y la amistad


Más abajo dije que toda relación necesita saber que el otro estaría dispuesto a jugársela por uno. Lo afirmaba para una relación de noviazgo, pero para la amistad -para una buena- la cosa es igual; sólo difieren los casos.

¿Qué significa para un amigo que te la juegues por él? El ejemplo perfecto: si un amigo te convoca a un partido-desafío de fútbol no podés rechazarlo bajo ningún punto de vista. Sin importar cuándo te avise; si dos días antes o sólo con dos horas de anticipación.

Más irrechazable será dicho partido si tu amigo no sólo necesita presentar equipo, sino ganar porque hay apuestas de por medio. Ahí sí: no podés fallarle, aunque tengas las mejores excusas. Aunque estés al horno con los parciales, aunque el día está completamente gris y haya anuncio de tormentas eléctricas, aunque no haya bondi que te lleve y tengas que caminar quince cuadras. No podés fallarle. Simplemente no podés: aunque con tu novia cumplan un mes, dos años o casamiento, tenés que ir.

Y más, mucho más, si no sólo se apuesta la cancha sino el honor porque el equipo rival es uno de la facultad, uno con el que tu amigo se cruza todos los días: si además de plata, hablamos de honor, no hay nada más que decir. El llamado de tu amigo -si es uno en serio- tiene que ser como el llamado del dt de la selección, como el llamado del Checho a Carlitos, como el del Diego a Garcé.

No hay dudas. No debe haberlas. Porque ahí sí, en esa amistad, como alguna vez te dijo o le dijiste a tu novia, "las cosas no funcionan". Al estudio, a la novia, se lo dejará para después, pero al partido hay que jugarlo. Y no sólo eso, sino transpirarlo. Sentirlo propio. Descoserla.

Y más, muchísimo más, si además del honor y la cancha (200 pesos sale la hora, un afano) ese amigo tuyo apostó un fernet. Vale la pena repetir el concepto: no sólo hay que ir, entonces; hay que ir y romperla. Hay que ir y no sólo eso; llegar temprano. Hay que ir y dejarlo todo. Hay que ir y poner cara en cada pelota como si fuese la última.

Después de la victoria de hoy sentí que fuimos un poquito más amigos.

sábado, 18 de junio de 2011

¿Me regalás un trago?

La primera vez que te vi, en aquella fiesta hace más de tres años, estaba en la barra tratando de vender tragos pero era imposible; la mayoría se acercaba, como vos, a pedir algún que otro vaso de alguna bebida -no importaba cuál- para, o terminar peor una noche que ya venía mal, o tratar de remontarla (cosa díficil, se sabe).

Tu caso estaba entre los primeros, me enteraría después.

Es que algo te pasaba con tu chico y la noche venía para atrás. Por eso habías decidido dejar la pista y recurrir al último recurso: la barra y la posibilidad de una cerveza bien fría gratis o, quién sabía, un fernet branca de litro con hielo para compartir con todas tus amigas (recurrir a billetes para salir de un mal momento hubiese significado el fracaso total).

"¿Me regalás un trago?", preguntaste tierna pero ratonamente, mientras ponías los brazos sobre la mesada toda sucia de limón, sal y otros aperitivos. "¿Gratis? Ni en pedo", te contesté, rotundo, discipliscente. Feo.

Recuerdo, entonces, haberme impresionado y lamentado cuando, dando media vuelta, te alejaste de mí. Había sido un boludo, pero bueno, las ventas venían mal, todos queríamos irnos a Bariloche y... No, nada lo justificaba. Ni siquiera tenía tu nombre, tu división, año. Nada. Sólo sabía, claro, que eras del colegio. Que no era tan poca cosa, de última. Pero iba a ser difícil...

¿A qué voy? Sí, sé que no debería haberme reído el otro día cuando tus viejos me conocieron por primera vez y me preguntaron cuándo nos habíamos conocido, pero era imposible no pensar contestarles con la verdad: "Su querida hija estaba re en pedo porque la había dejado otro flaco y nada, como yo estaba vendiendo alchol en una barra de una fiesta clandestina y ella vino a pedir un trago gratis para terminar de mamarse, la mandé a la reputamadrequelaparió y ahí nos conocimos". No daba, no.

Sólo atiné a responder: "Fue amor a primera vista". Y ella, del otro lado de la mesa, se rió.

viernes, 17 de junio de 2011

Idas y vueltas

Le dijo "te amo" y ella lo miró fijo a los ojos. Dudó. Pensó: "Es un capricho, como siempre".

"No es el momento", sentenció, en voz alta, mientras se preguntaba por qué no le pedía que se vaya detrás de él, si era sólo eso lo que esperaba.

Tiempo atrás él le había dicho todo. Todo lo que sentía y lo que le impedía arrojarse a sus brazos: "Si estoy con vos no es para joder, es para estar tres años, toda la vida...", le había dicho. Lo que se había animado a declararle hoy, ese "te amo" tan díficil, tan postergado, lo sentía en ese entonces, pero ¿cómo iba a decírselo cuando quería estar con otra persona? Había preferido callar. Ahora, ¿Cómo entender que ella lo diga así, como si nada, como una simple respuesta? Algo no empezaba a cerrar.

"Hoy decidís vos", le dijo, aunque con ternura y sin tratar de acorralarla. Ella no estaba acostumbrada a eso, pero en ese momento era feliz, y no quería dejar de serlo. Ni equivocarse. Ni volver a equivocarse. Sonreía, cosa que no hacía hace rato. Se reía. Eso era mucho.

"Yo también te amo, ¿qué hacemos?", se mostró confusa. "Él es muy bueno", agregó. Y allí sí: no había más nada que hablar. ¿Por qué forzar las cosas? ¿Para qué?

Él sentía que había dicho y hecho todo. Quizás no. "Entonces, ¿chau?", se preguntó, y, casi sin querer, ella lo escuchó. "Será en otro momento", dijo él, con alguna fuerza interna que no sabía bien de dónde sacaba. O quizás sí sabía. Le había hecho mucho mal, la había hecho doler. Era hora de que le tocase, finalmente, a él.

Intentó mostrarse decidido, saludó con un beso y caminó. Dobló en la esquina y se sentó en la oscuridad de un edificio: ¿por qué había dicho que no estaba bien con su novio? Esa era la única cuestión que, creía, quedaba en el tintero. ¿Había algo más que terminar una relación y decirle que la amaba?

martes, 14 de junio de 2011

Reflexiones mojadas

Toda relación necesita saber que el otro estaría dispuesto a jugársela por uno, aún en las condiciones más tremendas. Por ejemplo: la mina ideal atrás tuyo, las dos borregas de tercero con ganas de comerte a besos y probar por primera vez un trío, tu ex de hace cinco años con ganas de hablar. Aunque estas situaciones antes apuntadas nunca pasen. Se tiene que saber -debe estar implícito- eso del estar dispuesto a jugársela, con hechos o con sus ausencias. Cuando suecede algo que rompe esta creencia (un llamado que nunca fue, un beso mal ocultado; algo siempre sucede...), sí o sí sobreviene, o debería sobrevenir, para que la relación se mantenga, la necesidad de que esa creencia en el otro se haga realidad. Ahora, si ese otro no condice sus acciones con esa creencia que se fue forjando en la conciencia del otro durante quién sabe cuánto tiempo (meses, quizás años), el cataclismo es mortal. Los insultos se suceden y la ruptura es decisiva (ni una mirada se tolera). Esto por lo menos hasta que las aguas se apaciguen y los recuerdos buenos se equilibren con los malos. Ahora, cabe la posibilidad de que no sólo se equilibren, sino de que los buenos afloren; de que primen sobre los negativos como en un eterno sube y baja amoroso. Luego, hay más preguntas que respuestas. Bah, como siempre. Por suerte. ¿Por suerte?

martes, 7 de junio de 2011

Gotán /el otro final

-¿Usted es el dueño de un perro que se perdió en Pinamar?

Al otro día, Miguel preparó un bolcito y se fue para allá. Lo habían contactado desde una veterinaria, en donde, decían, su perrro estaba "en perfectas condiciones". Gotán, que había sido encontrado deambulando por la playa, se había ido, aparentemente, detrás de una perrita y, según versiones no oficiales del dueño de la clínica, había alcanzado las costas de la ciudad vecina de Villa Gesel.

Miguel ni siquiera llamó al laburo para avisar que se iba, ni llegó tampoco a avisarle a su mujer. Era tanta la felicidad que simplemente se fue. Cree incluso que fue uno de los viajes más cortos a la costa, con un tiempo récord de tres horas y veinte minutos.

Dar con la veterinaria no fue difícil. Gotán, que estaba atrás, todo bañadito, suave y perfumado, se acercó enseguida, antes de que Miguel saliese del auto, indicándole con sus ladridos que ese era el lugar correcto. Es que reconocía Gotán que el sonido del motor que se aproximaba era el de su camioneta.

Aunque ya viejo, Gotán puso su cara de mayor felicidad y se lanzó a las piernas de Miguel con esa vitalidad que no tenía -o no demostraba- hacía tiempo, acariciándolo torpemente con el hocico, empapándolo de su babosa alegría.

No había dudas. Miguel era su dueño y Gotán era el Gotán de los carteles del centro de Pinamar, ese perro que había sonado en las radios pero que nadie había visto y que se había hecho infelizmente famoso.

Por primera vez en la historia Tango-al-revés estaba peinado como uno de esos perros de su raza que aparecen cada tanto en animal planet. Por primera vez, no tenía olor a encierro, ni a sucio ni a nada eso, aunque Miguel lo prefería; no le gustaba peinar a sus perros ni bañarlos como a personas, menos que menos ponerles perfumito. Gotán era un perro, su compañero, no su mascota, repetía. Es más, si alguna vez quisiese, podría irse bien a la mierda, lejos de él, eso establa claro. Pero el problema era que, esta vez, temía que Gotán no se haya perdido por decisión propia sino por una cuestión de simple estupidez. Y eso lo había hecho pelota.

El veterinario interrumpió, implacable, el cálido encuentro luego de más de un mes y dos semanas de pensamientos oscuros. Luego de comentarle algunas cosas relacionadas con su estado y cómo habían dado con él y bla, fue al grano: "Son $600 en total", pasó factura.

Miguel quizás en otra situación lo habría mandado bien alareputamadrequeloparió, pero sus ojos estaban brillosos todavía. En otra ocasión, le hubiese dicho: cómo podés hacer negocio con la desgracia ajena (le habían hablado hasta de un spa y un baño de inmersión -sólo faltaba que le cobren un psicólogo animal, decía-). Pero, al verlo gordito y bien alimentado, se contuvo. Miró a Gotán, que seguía enrredándose entre sus piernas, cazó la billetera y gatilló.

Lo subió, por primera vez en la historia, en el asiento de adelante.