jueves, 11 de agosto de 2011

Sobre la desaparición del protector bucal

Al principio surgió la duda de si lo había usado o no, pero cuando fui a lavarme los dientes no estaba en la dentadura de yeso. Por lo tanto, sí, lo había usado. Entonces dónde era la cuestión.

Hay noches en que me saco el protector, haciendo caso omiso a mi odontólogo que insiste casi obsesivamente en que los dientes están gastados y es ultra necesario el uso del plastiquito incómodo. Hay otras noches en que ni siquiera me lo pongo, es verdad. Pero cuando me despierto por la madrugada siempre soy consciente y alcanzo a ponerlo en la mesita de luz y al otro día lo encuentro. Hoy no sé dónde está.

No está en la mesita de luz, por supuesto, pero tampoco en el escritorio. En el baño ya revisé y menos que menos. Hasta hice la cama a ver si estaba entre las sábanas y no hubo caso. Le pregunté a mi vieja si lo había visto. Corrí la cama, me acosté panza abajo para llegar a ver debajo, ensuciándome de esa mugre que nunca limpio, pero no había nada más que eso, mugre, y una moneda de 10 centavos. Del protector, no hay señales. Y me empiezo a preocupar.

Si no está en ningún lado, hay un problema. Mejor dicho: dos. Uno, económico, porque la plaquita sale un huevo. El otro, más inmediato: relacionado con mi salud. ¿Me lo habré comido mientras dormía? ¿Es posible? Si es así, ¿Qué podría hacerme un cacho de plástico en el estómago? ¿Lo vomitaría si realmente me hiciese mal? Peor: ¿Me debo provocar algún tipo de ejección forzada? ¿Hace falta? ¿Tengo que llamar a un médico clínico por esto? ¿Sacar turno?

Los nervios fueron en aumento. A los quince minutos de búsqueda, la cosa me empezó a preocupar. Quizás lo había masticado tanto que se había hecho pedacitos durante la noche y me lo había ido comiendo de a poco, pensaba, pero esto era una flor de boludez. Si el material era justamente para eso: para morderlo y que no ceda, para morderlo y que te duela la mandíbula por no poder cerrar la dentadura (si lo tengo fichado al hijo de puta...). Así que comerlo de a pedazos era imposible, pero... ¿y si me lo había comido de una?

Volví a revisar los mismos lugares de siempre pero nada. A mi madre le volví a preguntar, y me volvió a contestar con esa cara de culo que a la mañana -sobre todo- la caracteriza: "¿Cómo voy a saber yo dónde está tu protector de la boca?". Bueno, está bien, vieja, tenés razón, pero "¿no entendés que no está?", tenía ganas de retrucarle y mandarla alareputamadrequelareparió. No está en ningún lado, no te estoy jodiendo, vieja, a ver si captás la onda de que el protectorsito sale como una luca.

Peor, después de unos minutos, como haciéndose la simpática me dijo: "Hacé memoria, ¿dónde lo dejaste?". Y ahí sí, no me contuve... pero no importa lo que le dije. Lógico que estaba haciendo memoria. A la media hora, ya derrotado, la levanté a Laila por la cintura en lo que sería mi última jugada en busca del plástico, pero tampoco. Encima, pobre, casi se ahoga después, pero podía ser... a esa altura, todo podía ser.

Así que acepté su pérdida. Después de todo, no me dejaba dormir. Después de todo, era lo mejor. Si encima tenía un olor horrible. Logré distraerme y fui al baño; leí tres carillas, y, cuando me proponía apretar el botón, allí estaba, hundido en la viscosa y densa materia. Dos opciones se me presentaban: hacerme el boludo o, como quien dice, meter mano en la cuestión. Maldito bruxismo.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Errores

Creo que no son eso, pero a veces dudo y pienso que cada despedida fue un error; que cada adiós, una equivocación. Pero, ¿y si no es así? ¿Si cada lágrima, si cada ida y vuelta, nos hicieron darnos cuenta que a todo momento, que a cada paso, por más lejos que estemos, estás vos, estoy yo? Qué si sirvieron para superar viejos miedos -hoy qué fácil hacernos los piolas- e inseguridades que de a poco fueron cediendo pero que ¡ay!, aún hoy, cómo cuestan.

Si me subo al subte y aunque haya lugar no me siento sino que lo recorro de principio a fin, a ver si las casualidades -que nos llevaron a estar juntos- nos dan, otra vez, una manito y nos hacen encontrarnos y reírnos como la primera vez. Como en cada reencuentro.

Si corro un bondi porque me parece haberte visto y me siento un estúpido cuando el semáforo, esta vez, no me ayuda -no nos ayuda-, sino que se pone verde, bien verde, para que me canse y el colectivo se esfume entre autos y avenidas. ¿Qué si las casualidades nos dan, ahora, la espalda? ¿Las forzamos? ¿O dejamos pasarnos?

Porque yo podría haber decidido no ir ese día a la toma y no nos hubiese visto Palo calentando agua en la cocina para tomarnos un té, ni tampoco hubiésemos calentado ese rinconcito debajo de las escaleras. Ni me hubiese enterado que eras una dulce nena de mamá con tristes horarios a respetar.

Porque, peor, yo podría haber estado de buen humor y haberte contestado que sí, que ahí te traía el trago que me pedías y vos te hubieses alejado, borracha y con los cachetes rosados, sin decirme que era un hijo de puta como luego me encantaría escucharte. Como luego te encantaría decirme.

Ojalá se nos cruce un sabio y nos diga: "Déjense de joder, no van a encontrar este cariño que hoy se tienen en ningún otro lado". Aunque mejor, y de esto estoy seguro, démonos cuenta solitos: vos y yo. Hoy creo que el único error es no decirte todo lo que pienso y siento: que sos vos el mejor de los sentidos. Perdón: que sos mi mejor sentido.

sábado, 6 de agosto de 2011

¿Puede ser?

Puede ser que tu labio inferior me destruya la mente
o que ame de ti aquella silla estilo de oriente

Puede ser que, por contradecirme, la vida te haga
más amante y perfecta que una princesa rosada

Puede ser que tú seas el próximo dios de consumo
que amanece con traer un pan y que traiga el ayuno

Puede que tu portal decididamente no me guste
y que el perro de una tía sorda me ladre y me asuste

Puede no ser o ser todo, mujer
Puede no ser o ser, ¿quién va a saber?
Puede que seas tú, puede llover aún
Puede que seas y que no te vea mi mala salud

Puede ser que tu mano abra puertas por siempre cerradas
o que un beso veloz me lo vuelvas, de pronto, una espada

Puede ser que tú seas la llave de un cofre divino
y también puede ser que me estrenes como un asesino

Puede ser que tú seas la mujer que me falte por darle
el vigor que me da un aguacero a las tres de la tarde

Puede ser que seas tú quien comparte el culto a la lluvia
bajo un techo de zinc, sobre un lecho, a las tres de la furia


Puede no ser o ser (1974), inédita, Silvio Rodríguez

viernes, 5 de agosto de 2011

Muy tarde

El ruido del ventilador. Tu vieja que se asoma y se queda un minuto en la puerta. Ustedes duermen, así que me mira a mí y me saluda con la mano, sin hacer ruido ni pronunciar una palabra. Yo estoy acostado, pero le respondo y junto los labios y hasta muevo la mano con torpeza. No sé si habrá venido a fijarse si está cada uno en su colchón; pasa que despiertos no íbamos a estar, era muy temprano. Quizás sólo vino a hacer de madre, pero ninguna de sus hijas estaba levantada. Incluso, una roncaba. Así que ella se quedó en la puerta y me saludó, y en ese saludo como que sentí algo más. Como que me saludaba con afecto, con cariño, como si le gustase que yo estuviese allí, con ella. Con ellos. Me miró con dulzura, fijamente pero sin incomodidad. Saludé como pude; no esperaba que se quedase ahí, quieta. Pero me gustó. Sentí como si me dijera, además, que cumplía un buen papel, que era un buen tipo y que hasta, en algún punto, era, por unas semanas, el hijo varón que no había tenido y que le hubiese gustado tener. Que no era poca cosa.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Tarea para el hogar II

¿Se pueden amar dos personas y rechazarse?

¿Cómo es posible?

¿Alguien miente?

¿O es miedo?


¿Se puede amar sin decirlo?

¿Tardar en hacerlo?

¿Existe un amor para toda la vida?

¿Se puede dejar pasar?

¿Se puede hacer entrar a otro?

¿Tiene sentido?

Me atrevo a responder la última: no.

lunes, 1 de agosto de 2011

La marca

Cuando se la cruzó a una cuadra de llegar a su casa, la saludó con un beso. Lo tenía decidido hacía rato, cuando pensó algo así como que era un día clave y que en ese saludo, en ese beso, entendería qué era lo que le estaba sucediendo.

Entonces ella desorbitó los ojos, se entregó como la primera vez, y hasta lo rodeó con sus brazos peludos. Pero no, no era un buen mensaje. Era el mesnaje equivocado, entendería después: un mensaje forzado. Pero allí ese beso era lo máximo, sin importar circunstancias ni tiempos ni olvidos. Así que almorzaron juntos y, en lo que pudieron, se sintieron juntos.

Hasta que él, en el momento en que entraba a pensar que podrían compartir toda una tarde más allá de todo, un llamado le señaló el destino de esa y de otras muchas: ella se iría después de comer y después de contarle cómo le había ido en la facultad, de hablarle de cómo estaba su madre, la relación con su hermana; es decir, se iría después de conversar de todas esas boludeces que, ese día, no importaban.

Había, sin embargo, alguna duda. Quizás se quede, pensaba. Quizás lo deje para mañana, anhelaba. Y eso pasaría, pero no como se lo imaginaba.

Es que cocinando, mientras él se encargaba del horno y ella lavaba o limpiaba la mesada -no viene al caso qué es lo que estaba haciendo, ni importa ya- le vio algo que le reveló, finalmente, el desenlance final.

-¿Qué pasa? ¿Qué tengo?- le preguntó.

Y él, aunque sabía que debía dejar pasar lo visto, tardó en responder y evidenció su incomodidad. Tras un silencio, en el que le corrió el pelo y le observó por un segundo el cuello, en su costado derecho, ese que soñaba vuelva a ser suyo, dijo, conociendo ya que era imposible volver atrás, entendiendo que había metido, otra vez y quizás definitivamente, la pata:

-Nada, no tenés nada

Ella, era de esperarse, no le creyó y fue al baño a mirarse al espejo. Tenía una marca en el cuello que, obviamente, no era de él.

Almorzaron y él no pudo evitar poner esa cara de mierda que luego le recriminaría. "¿Y sí, qué otra cara querés que ponga?", le contestaría, aunque sin mencionarle esa triste marquita que estaba en todo el derecho de tenerla pero que, pensaba, podría haberla evitado sabiendo cómo estaban las cosas: "¿Para qué la marca si podías cojer sin ella?", se preguntaba para adentro, entre enojado y dolorido. Lo empezaba a reprimir.

La escuchó como pudo, respondió de mala manera y recordó.

Recordó que en un mensaje le había dicho "te amo"; que le había pedido que la lleve a la costa en vacaciones, que se moría de ganas de que vayan juntos a un recital en noviembre, que era ésta la "situación ideal" y hasta que le había dicho que él la mantendría con su trabajo y peor: "siempre estoy pensando en vos", le había dicho, y no hace mucho; tan sólo algunos días.

Pero también se acordó de que en uno de esos le había dicho: los besos así no, las manos acá no. Cosas que no le había dicho nunca, ¿y por qué ahora que no estaban? ¿por qué ahora que no los unía nada más que un almuerzo o un desayuno, una fría mañana de lectura?

Levantaron la mesa, subieron, charlaron y ella se fue.

Si se hubiesen visto al otro día quizás la marca hubiese desaparecido y otra hubiese sido la suerte. Pero ya no se habían visto durante una semana y eso, para él, era demasiado.