martes, 1 de diciembre de 2009

In fraganti

Hoy te robo un beso. Tengo la duda de cómo vas a reaccionar, pero resulta apasionado. Dura un minuto, quizá dos. Me permite mojarme otra vez con tus finos labios,volver a sentirlos. Te revuelvo el cabello como aquella vez en que te sentí mía por unos instantes. Intuyo, sé, que el delito debe consumarse rápidamente. La satisfacción es grande pero efímera. Volver a verte, besarte, me permite volver a renovar el recuerdo, mantenerlo vivo, hacerlo presente. Me decís que te estás yendo, pero poco me importa en ese momento. Tengo la ilusión de que te vas a acostar pensando en no haberte ido, en qué hubiese sucedido si te hubieses quedado, en fin, en que fue un robo desleal pero amable. Aunque también sé que lo más probable es que apenas recuerdes mi nombre y que pronto lo olvides si no lo has hecho ya. Pero de esto no estoy seguro y en imaginarme el abanico de posibles posibilidades encuentro el disfrute de mis días y mis solitarias noches.

Si algún día te vuelvo a ver, no reincidiré, lo prometo. Sólo lo haré de una cierta manera: que me lo pidas. Pero ese no es el problema, ni en él radican mis miedos: es que temo no volver a verte jamás.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Absurdos

He decidido, después de cierto grado ínfimo de reflexión individual, revolucionar no sólo el mercado actual en cuanto a libros y textos de autoayuda y psicología se refiere, sino también hacer lo propio con el ambiente intelectual que anima toda esfera de la vida cotidiana.

Voy a hacer una publicación que se titulará "Los secretos de mi fracaso" y allí describiré y desarrollaré un sinnúmero de cualidades que me permitieron, en un corto período de tiempo, alcanzar un ostracismo el cual considero poco menos que irremediable. Entre ellas, se encuentran: una inseguridad excesiva, una torpeza exagerada, una sensibilidad desmesurada. Complementariamente, soy un ser demasiado introvertido, pensante en demasía, y para nada impulsivo. Estoy lleno de miedos, de censuras, de prohibiciones. No me gusta arriesgar y jamás opto por blanco o negro. Mi vida está llena de grises y mis desiciones son, además de escasas, superfluas. Por cierto, en la mayoría de los casos trato de evitarlas. Estas son solo algunas de las características más significativas de mi persona y solo algunos de los motivos que representan mi caída al vacío. A lo largo de la edición de este mi libro más preciado, que conforma gran parte de lo frustrante que es mi existencia, he intentado enumerar con gran precisión, y creo que así lo he logrado, las propiedades que detallan en gran medida mi incompetencia e incapacidad como ser viviente de este mundo, mis constantes limitaciones. Incluso actualmente escribo el segundo tomo, de unas aproximadas 500 páginas. Aún así, siento, con tristeza y desazón, que todavía hay mucho más por ahondar en mí...

Espero haberlo ayudado a usted, señor léctor, a descubrirse, y así, juntos, a descubrirnos, y advertir aquellas cualidades que nos han facilitado alcanzar el fracaso y la hostia en un tiempo particularmente breve.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Gol

La duda me sobreviene. Es sólo un instante. Tomo la pelota. ¿Decido patear o espero? La cabeza gacha, el arco en frente. La certeza, o quizás el presentimiento, no lo sé, de que un defensor se acerca desesperadamente a cerrar me invade casi inconscientemente. Una idea, una intención se aparece en mi mente, y la desición de llevarla a cabo es repentina: un movimiento tosco de piernas se sucede. El defensa milagrosamente ha pasado de largo. No hay habilidad sino simple frialdad. Ahora el arco vuelve a aparecer y las opciones se achican y aclaman todas al unísono una sóla palabra, un mismo objetivo: red. El arquero se vuelve mera figura, su remera amarilla resalta entre los tres palos; se acerca. Una última mirada a la pelota y la desición ya está tomada; el tiro, inevitable, ya es inminente. La cadera casi que se desubica, y la pierna realiza el largo y algo grosero movimiento e impacta con cara interna la sagrada pelota. El remate es cruzado, con dirección al lado del poste derecho del guarda metas. Pero ahora sí, un imprevisto se sucede. La bola, con fuerza, empieza a levantarse. Son sólo segundos. Las miradas, atónitas, expectantes, de jugadores y espectadores se concentran en un sólo recorrido. Mi figura se recompone, levanto la cabeza y casi de reojo miro el destino ya sentenciado del balón, esperando el final. El esférico toma altura y el ruido de su impacto con la red es estruendoso, seco. El arquero alcanza sólo a observar, impotente. Salgo despedido a un costado, cierro el puño y grito "Gol!". Luego hasta se suceden algunos abrazos y algunos besos, cariños del fútbol. El equipo vuelve a su campo y todo esto lo pienso y medito, todo hasta que el árbitro pita y la pelota vuelve a rodar. El partido se ha abierto y ahora las cosas están 1 a 0.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Momentitos

Él vuelve a servir y la espuma rebalsa. Otra ronda más y van unas cuantas ya. Sonríen, comentan, a veces se gritan y bromean. La noche es cada vez más espesa y las miradas se nublan. Los pensamientos en algunos casos se atrofian y en otros se agitan y agigantan. Los movimientos, torpes, se ralentizan y a veces se confunden. Las luces surgen borrosas y algo más distantes, dentro de una oscuridad que los envuelve y de una música de orquesta que los transporta a quien sabe dónde. Más allá una señora de edad baila sin ritmo pero con una gracia que enloquece medio salón. Pura sensualidad y movimiento. Más cerca, en la mesa, otra señora juega y se divierte con los muchachos y muestra gentilmente sus enormes atributos. Las miradas a esta hora se cruzan sin discreción, con fantasía y coraje. En la barra algunos ya cabecean, y se suman nuevas sillas.

De repente alguien me recuerda desde el rincón de la mesa, me pregunta, qué es la vida sino estos momentos. Y me quedo pensando. Qué es la vida sino esto. Los miro nuevamente. Levanto la jarra y bebo. La noche se apaga.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Cien

Suena el gatillo. Un ruido seco y un silencio atroz, profundo, se sucede. Las cosas de momento quedan suspendidas, inmóviles, y los pensamientos se confunden. El ruido del gatillo se repite, aún más cercano, y retumba en los oídos de los dos.

La misma sensación, el mismo escalofrío. Los cuerpos absortos y el mismo silencio se repite. Luego una frase; seca, rápida, que los devuelve de la confusión y el aturdimiento, que los petrifica pero devuelve a algo así como a la vida, que se sella en sus memorias y los reta a un incierto pero, al fin, último esperar: "Cuenten hasta cien, si cuentan noventa y nueve los hago cagar a los dos".

El ruido a pasos que se alejan y la indecisión y el desconcierto. Los segundos se prolongan como nunca antes y se suceden lentamente. Los dos cuentan para adentro con el temor a ser escuchados. Cuentan con el temor a que todo se acabe de un momento a otro, con el temor a la nada

Se sienten cerca pero lo desconocen. Sólo cuentan y esperan. "Noventa y ocho, noventa y nueve... cien, cientouno". "¡Alfredo! ¡Alfredo! ¡Estamos libres! ¡Ya está! Dejá de contar, boludo", grita una de las figuras mientras se quita la capucha con una alegría que recordará por siempre. Alfredo seguía contando, arrodillado y con la cabeza gacha, con la misma desconfianza del principio y con el miedo intacto, -el mismo pavor a la muerte que lo perseguía desde hacía siete años.

"¡Alfredo!". Todavía en la oscuridad, Alfredo recibe los brazos de su compañera y éstos le brindan esa seguridad que el número ciento uno no logró brindarle. Se levanta lentamente, con dificultad y lágrimas en los ojos, aún algo desconcertado. Repite los movimientos de su compañera y la abraza infinitamente, la aprieta fuertemente, y ella lo hace de igual manera. Una mirada más, sincera y reconfortante, reparadora. Ambos saben el infierno que han vivido; palabras no necesitan.

Luego el ruido lejano a coches que se alejan. No saben dónde están, ni qué pasará después, pero de momento están solos, y son libres.

martes, 8 de septiembre de 2009

Te necesito

Te necesito como las frutillas a la crema chantilly,
como el mar a la arena, y el sol a la luna

Te necesito como el mal precisa al bien,
como la leche al puré,
la merienda al nesquick,
y la coca al fernet.

Te necesito como los hermanos se necesitan,
como la milanesa a las papas fritas,
como el salame al queso,
y el leber a las galletitas.

Te necesito como la noche al atardecer; sos para mí
lo que una linterna es a la oscuridad,
lo que un abrigo al frío,
y lo que un secreto a un amigo.

No hay pescado sin pez, como no hay memoria sin olvido,
como no hay cena sin vino, y como no hay vos sin yo.

Sos para mí lo que un nido es a un árbol,
lo que una bombilla es al mate,
lo que el termo a un viaje,
lo que el viento al molino,
lo que la lluvia a la tierra,
y lo que el fuego a la parri.

Te necesito, exijo, como el pan a la manteca,
como letrado y biblioteca, como patova y discoteca,
y como Giselle... a la Probeta.
Como la muerte a la vida, como la soledad a las drogas,
y el traidor a la soga.

Te necesito a mi lado como un banco a una plaza,
como quinto a Saraza, y tercero a Queotracasa,
como primero a Malabia, y la sopa a Mafalda,
como el penal a la falta, como el aceite a la palta,
como una adolescente a la falda.

Como el chori al chimichurri, como el huevo a Revuelto,
como la noche a Nachito, y la octava a Tito,
como lo rústico a Zaki, y la décima a Maxi...

Como lo pelado a Javo, y Jere al asado,
como el cinco a Daro, y el arco a gabo,
y la vuelta a la Sesta...

Como el marxismo al Manifiesto, y la basura en el cesto,
como la isla a Cuba, y el caribe a Aruba,
como Sociología a la Uba, y el vino a la uva...

Mucho más que eso te necesito, de verdad.

martes, 4 de agosto de 2009

Cíclico

De vuelta con una vieja amiga que la tenía olvidada, escondida, aunque siempre presente. De vuelta esa muchacha frígida de mirada opaca y sin brillo; de compañía no grata. Esa imágen invisible que se acuesta tarde y casi ni duerme; merodea. Esa figura codicada y pretendida de lejos, pero que de cerca acecha y mortifica.

Si te extrañaba, yo no sé.
De vuelta, Soledad, estás conmigo.

lunes, 3 de agosto de 2009

Saltar

Hoy tengo piernas pegajosas, así como bien flacuchitas, pero con estilo, con un estilo bien particular y para nada discreto. Son como un poco húmedas; son raras, es cierto... Las tengo que cuidar, y por eso salto; no soy de correr. Me gusta saltar, de acá para allá, a un árbol, a una ramita, o a veces me quedo tirado en el piso, mirando, observando qué pasa por encima mío... y qué pasa por debajo. Porque uno suele olvidarse del debajo, pero también pasan cosas ahí. Arriba es como más tentador mirar, no lo niego, pero abajo hay también para escuchar, hay más para sentir y tocar. ¿Y esas cosas por dónde las siento? Por mis piernitas, sí, que a veces se ensucian de tierra, pero no importa, porque al rato voy y me mojo un poquito, y quedan como nuevas. Me agrada mojarme, empaparme... nadar. No quiero ser egocéntrico, pero debo decir la verdad, y es que nado muyy bien. Me siento cómodo en el agua. Cuando estoy limpio, entonces ahí, vuelvo a saltar. Salto tan lejos a veces que hasta yo me sorprendo, y me quedo un tiempito pensando: "Pucha, que alto salté". Eso lo pienso por un rato, me quedo sentadito ahí y vuelvo a observar todo de nuevo, desde otros parámetros, creo yo, porque como les dije, a veces salto mucho; definitivamente no es joda esto del salto. Me gusta observarlo todo con una calma y una tranquilidad díficil de describir. Admito que camino poco y nada, no lo necesito, o no me gusta; jamás me lo pregunté y creo que no lo voy a hacer ahora por esta confesión estúpida y sinsentido: simplemente no camino. Tampoco soy alguien muy querido, pero a veces noto cómo se quedan mirando mis formas y no sé qué más. Me miran el lomo, creo yo, pero no sé qué tengo de raro, nunca pude verme muy bien. Un poco me he visto en el reflejo del agua un día de diluvio pero eso no basta para definirse a sí mismo, no es suficiente.

Final A (opcional):
Y a veces salto y alcanzo lugares extrañísimos, con animales muy raros, grandes, y de unos sonidos muy particulares. No me caen mal, es más, me quedo mirando esas extrañas maravillas que tiene la selva en donde vivo, y al rato me voy, de vuelta para mi hogar. Pero hay una sola cosa que no entiendo de todo este asunto, y es la siguiente: ¿Qué necesidad tendrá ese bichito soberbio y enorme de lanzarme esa cortina de luz blanquesina que retumba en mis ojos por días enteros? Eso sí que no logro entender.



Final B (opcional):

Otras veces volé; hoy me conformé con saltar.

Final luego de A ó de B:

Bueno, acá terminan mis pensamientos porque nunca me gustó estar mucho tiempo quietesito en un mismo lugar; cuestión de sentirse seguro, vio. Prefiero volver a saltar, y eso es lo que hago. Adiós.

sábado, 11 de julio de 2009

I

Una etapa en donde cada paso deja su huella, cada avance deja su marca y su sendero, su sinuoso camino; cada frase se repite una y mil veces, se queda y se va, pero vuelve, siempre vuelve. Vuelve con más fuerza, con mayor intensidad. A veces se va, pero sólo por momentos. Queda como guardada en un rincón viejo y olvidado, porque viene otra, y así otra y otra, hasta que aparece una nueva, que la suplanta y se ubica por encima, momentáneamente. Se suceden. Se suman y forman una mezcla de voces, susurros y letras que crean un pensamiento único e irrepetible. También hay miradas, que se cruzan, que se encuentran, que se hacen próximas, pero luego se alejan y se distancian. Casi que desaparecen. Pero están. Son pasado y presente. Y aparecen nuevas, nuevas y más coloridas miradas. Hay amistades, poemas, letras, historias, mujeres. Todo se mezcla, viene y va. Y uno recuerda; no elije, sólo recuerda aquello que, como por arte de magia, se ha fijado en su memoria. Tristezas y alegrías, encantos y desencuentros; besos, caricias, abrazos y retos.

"como amor por descifrar, como un Dios en edad de jugar..."

miércoles, 6 de mayo de 2009

Qué felicidad

No sabes que contento me pone reencontrarme con Orestes. Una sonrisa infantil se impregna en mi cara, y mis ojos se agrandan. Me siento un nene con el cucurucho más grande del mundo, con el regalo de navidad más preciado. Me siento ese niño que fui y que extraño ser. Lo siento más cerca, al menos. Simplemente por saber, por tener la certeza de que aquel personaje de mi imaginación, no sólo fue, sino que ahora también es. Es y seguirá siendo presente. No digo que haya dejado de serlo alguna vez, pero ahora se renuevan mis expectativas y mi curiosidad se agiganta a cada minuto. Como juguete olvidado, Orestes vuelve al lugar que se había ganado, al primer plano de mis pensamientos. Será que lo necesitaba. Que lo necesitaba o lo extrañaba, no lo sé, ni me importa. Pero sé que estas no van a ser páginas de un libro cualquiera, de una novela. Van a ser las páginas de la vida de mi gran amigo y compañero Orestes.

lunes, 4 de mayo de 2009

Click

El otro día vi cómo se caían las hojas de los árboles. Me hubiese gustado tener en ese momento la cámara, pero es siempre lo mismo; no era cuestión de tenerla en la mochila. Si hubiese decidido llevarla en la mochila aquella mañana, hubiera corrido otra suerte, y esa situación estoy casi seguro que no se me hubiera presentado. Es ley. Cuando uno no la lleva es cuando se le ocurren esas secuencias que uno piensa que podrían competir hasta con el mejor fotógrafo del mundo, aunque está bueno destacar que eso sólo pasa en ese instante, porque luego al momento del revelado, son más las frustraciones que los encantos. Esta también es otra ley. O su segunda parte.

Sobre el cuadro que se me presentó, no hay mucho más para decir. Era simplemente eso. Hojas cayendo y susurrando por lo bajo. Una llovizna de hojas amarillentas que caían como papelitos desde la copa de los árboles, que se amontonaban en la vereda, cubriendo el gris oscuro del cemento. Lo hacían con lentitud, pero con un estilo propio que parecía darles vida. Daban trompos en el aire, giraban, ladeaban para un lado y para el otro. Y ay, cuánto vale una situación así entre tanta urbanidad. Qué gran satisfacción es caminar pisando estas hojas maduras caídas de los árboles, qué grato desfasaje de tantos colores artificiales y grises opacos. Y ay, pero qué tan descuidados están estos en nuestra vida cotidiana. Acaso no lagrimean con sus hojas amarillas, acaso no murmuran unos con otros, siendo el viento que los agita el cómplice de sus pensamientos. Acaso no piden a gritos un poco de espacio; recuperar su protagonismo en un mundo que cada vez les es más ajeno. Acaso no son ellos la causa de mi respiración.

miércoles, 8 de abril de 2009

Desde que leí aquel libro, una figura sobrevuela mi cabeza, revolotea mis pensamientos, eleva mis actos y mis formas. Una figura que cabalga dentro mio, que recorre mis venas y que se torna cada vez más presente. Que jamás imaginé descubrir. Una silueta que empezó siendo abstracta, mera figura pasajera, pero que ahora es. Se me abalancha a cada paso, a cada desición, cada palabra. Está. Es y no es a la vez. Una silueta que intenta guiarme, que intenta mostrarme su verdad, compartirla. Que aparece y se estampa sobre mí.

Ser

Tengo una sola función en esta vida. Es algo a veces bastante monótono, aburrido, tedioso. Uno se cansa de hacer siempre lo mismo. No hay variantes ni grises. Vivo todos los días de mi existencia con un simple temor: que me dejan de lado, que no me consideren útil. Ya han pasado muchos años, y me siento algo oxidado, mareado, como que todavía no encuentro mi rumbo. He recorrido lugares hermosos, paisajes increíbles, lagos del Sur y Ríos del Norte, pero ni eso siento que me llena. A veces me siento en una soledad que realmente me desespera.

A propósito de mi singular propósito tengo sensaciones extrañas. A veces siento que no me cuidan. Como que a nadie le importo. Si bien a veces me rozan con las manos suavemente, no lo hacen con cariño, si no con un frío interés que me conmueve. Pareciera como que me tienen miedo, como que creen que soy capaz de herir, de hacer daño, pero eso no es verdad, o no enteramente, ya que esa no es mi intención. Incluso recibo halagos -pocas veces-, pero hay algo que todavía no entiendo, y que parece que nunca entenderé. Es así como todo parece encaminado en un principio, como si al fin encontrase el cariño y el cuidado que necesito, pero después, en un acto de suma indiferencia, despego, y apatía, me revolean por el aire, una vez, dos veces, tres veces, y así... Cuatro, cinco... No se conforman con un tiro, si no que cada vez intentan lanzarme más lejos.




lunes, 6 de abril de 2009

Volar

En serio te digo. Voy a volar. Lo decidí hace unos días. Me cansé de estar pisando esta tierra sucia, a veces un tanto húmeda, un tanto seca. Es así como opaca, sin gracia, a veces descolorida, de un tono amarronado, de un marrón muy fuerte. Me cansé de este marrón. Quiero alcanzar otras latitudes, quiero tocar otras superficies. Quiero conocer la arena. Quiero volar. Volar como lo hacen los pájaros. De día y de noche. Volar como nunca jamás voló nada ni nadie. Animal, pájaro, bicho o persona. Es simple lo que quiero. Quiero llegar arriba, allá lejos, y no volver hasta tocar lo azul del infinito. Tocarlo y sentirlo. Tocar una nube; sentir ese espacio denso y a la vez vacío. Quiero incluso abrir la boca y llenarme de nubes la garganta, como cuando era chica y comía en la plaza esos copos que yo creía de nubes, y tener ese recuerdo por siempre.

Quiero tropezar con las nubes... aunque pensándolo bien creo que quizá es un poco lejos. Con volar me conformo. Quiero volar con las alas bien abiertas -porque también quiero tener unas alas enormes que me salgan de las costillas (pero no así nomás, sino de forma natural, como las tienen las aves). No solamente tienen que ser grandes, sino también coloridas; alas monumentales. Quiero elevarme para luego caer en picada. Surcar el cielo, planearlo. Ir de aquí para allá. Quiero revolotear por sobre las cosas de este mundo, y porqué no de otro también, si es que tengo el coraje para hacerlo. Sólo es cuestión de animarme creo yo. Quiero conocer el mar, desde hace tiempo. Quiero volarlo todo; todos los mares, ríos y montañas, todas sus laderas y todos los márgenes de todos los ríos. Que no me quede ninguno por recorrer. Quiero que sean míos, al menos por un rato. Quiero ir de un lado a otro. Quiero observarlo desde arriba, contemplarlo todo, y conocerlo quiero. Volar como vuelan las aves, sin importar el rumbo. Solamente eso quiero.

Realmente creía que iba a volar.
Y voló.