viernes, 5 de agosto de 2011

Muy tarde

El ruido del ventilador. Tu vieja que se asoma y se queda un minuto en la puerta. Ustedes duermen, así que me mira a mí y me saluda con la mano, sin hacer ruido ni pronunciar una palabra. Yo estoy acostado, pero le respondo y junto los labios y hasta muevo la mano con torpeza. No sé si habrá venido a fijarse si está cada uno en su colchón; pasa que despiertos no íbamos a estar, era muy temprano. Quizás sólo vino a hacer de madre, pero ninguna de sus hijas estaba levantada. Incluso, una roncaba. Así que ella se quedó en la puerta y me saludó, y en ese saludo como que sentí algo más. Como que me saludaba con afecto, con cariño, como si le gustase que yo estuviese allí, con ella. Con ellos. Me miró con dulzura, fijamente pero sin incomodidad. Saludé como pude; no esperaba que se quedase ahí, quieta. Pero me gustó. Sentí como si me dijera, además, que cumplía un buen papel, que era un buen tipo y que hasta, en algún punto, era, por unas semanas, el hijo varón que no había tenido y que le hubiese gustado tener. Que no era poca cosa.

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