martes, 14 de junio de 2011

Reflexiones mojadas

Toda relación necesita saber que el otro estaría dispuesto a jugársela por uno, aún en las condiciones más tremendas. Por ejemplo: la mina ideal atrás tuyo, las dos borregas de tercero con ganas de comerte a besos y probar por primera vez un trío, tu ex de hace cinco años con ganas de hablar. Aunque estas situaciones antes apuntadas nunca pasen. Se tiene que saber -debe estar implícito- eso del estar dispuesto a jugársela, con hechos o con sus ausencias. Cuando suecede algo que rompe esta creencia (un llamado que nunca fue, un beso mal ocultado; algo siempre sucede...), sí o sí sobreviene, o debería sobrevenir, para que la relación se mantenga, la necesidad de que esa creencia en el otro se haga realidad. Ahora, si ese otro no condice sus acciones con esa creencia que se fue forjando en la conciencia del otro durante quién sabe cuánto tiempo (meses, quizás años), el cataclismo es mortal. Los insultos se suceden y la ruptura es decisiva (ni una mirada se tolera). Esto por lo menos hasta que las aguas se apaciguen y los recuerdos buenos se equilibren con los malos. Ahora, cabe la posibilidad de que no sólo se equilibren, sino de que los buenos afloren; de que primen sobre los negativos como en un eterno sube y baja amoroso. Luego, hay más preguntas que respuestas. Bah, como siempre. Por suerte. ¿Por suerte?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me hacés pensar en los que pasaron a mejor vida sin llegar a condecir con sus acciones / no acciones con la propia creencia forjada... y sí, si había suficiente amor, los recuerdos buenos opacan como nunca a los malos (cuando siempre había sido al revés), y te amigás con las preguntas sin responder... con el tiempo, claro.