lunes, 9 de julio de 2012

La deuda

Entre las sábanas, acostada desnuda panza abajo y mirándome fijamente a los ojos, interrumpiendo un cálido silencio, me preguntaste con ternura: "¿Y ahora qué?".

Se venían las vacaciones, un mes sin vernos; la incertidumbre de enero. Entonces llegamos a un acuerdo: cada uno podría hacer la suya, y todo lo que "la suya" implicaba. Sin embargo, había solo una condición, una única condición a no traicionar: "No se puede volver con alguien".

Era un pacto de amor, sellado a los besos, inquebrantable; sincero.

...

Hacia fines de enero, el reencuentro: tu piel, morena, brillaba como nunca. Hablamos de todo, o de casi todo: no tocamos el acuerdo, ni lo mencionamos. Suponíamos que todo volvería a ser como antes, lo queríamos. Pero no. Había estado con la única persona en el mundo con la que sabía que no debería estar, con la única persona que, sabíamos, no podía estar. Creí que podía manejar la situación, pero no; había metido en el medio a alguien más. Esa única condición que habíamos pactado, tan simple, tan pura, la había violado.

...

Cuando empezaba el famosísimo quinto año -digo así porque el tuyo lo viví estando juntos, mientras te descontrolabas en las fiestas y yo te miraba hacer eso que hacías-, decidimos ambos terminar la relación, aunque fue un final sin ganas, casi abierto, libre. Al poco tiempo, me lancé a los brazos de quien me había hecho romper el pacto, de quien me había sido esquiva durante años, salvo durante esos pocos meses en los que, claro, uno no estaba, por así decirlo, "disponible".

...

Abril. Una fiesta del colegio que coincidía con tu cumpleaños y una ausencia, la de ella. Un abrazo que no se dio y unas palabras que fueron fuego, sinceras como todas las que escuché de tu boca: "Salí, no quiero que me abraces". Unos minutos de charla que se hicieron horas y sin embargo no sirvieron de nada -y claro, no había manera ni la habría jamás-. En esa noche, la memoria de una traición, su claridad: te había fallado como a nadie. Ahora ambos sabíamos la mentira del final y lo que había pasado después, y yo cargaba, como ahora, con una deuda que sé que no podré pagar nunca: la de haberte traicionado.

Estaba entre dos espadas y no sabía elegir en cuál hundirme. Finalmente, correr. La desición: quedarme sin el pan y sin la torta. Y quedarme sin saber cuál era cuál.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Malo, malo, malo Darío. Jugar a dos puntas está mal, sobre todo si una de las puntas está expresamente prohibida!
Una genia la chica, me la re imaginé diciendo "salí" jajajaja.
Repito, cosas de adolescentes, quinto año es el momento exacto de la vida para mandarse cagadas, porque todas se justifican. Y además, porque hacemos cosas que años después son historias buenísimas para contar ;)

martina dijo...

las cosas uno las hace porque las siente en el momento chee, no hay que arrepentirse, por más de que lastimes, es el circulo. te lastiman, lastimas y así sera por el fin de los tiempos. por supuesto que no por eso hay que tomarlo a la ligera, pero tampoco tan a lo exagerado
un beso, que estés muy bien :)

Ayelén B. dijo...

"Y quedarme sin saber cual era cual". Yo tenia una amiga que me decia siempre: por qué no puedo querer comer pan duro?, quizás la definición de pan y de torta no sea igual para todos.

Te felicito, como siempre me sorprendes con los finales.