viernes, 21 de mayo de 2010

Preso

Llegó a su casa enojado. Arrojó su mochila al piso y lo mismo hizo con su campera, que solía colgar con cuidado en uno de los percheros que lo recibían. Tenía los ojos cansados, y estaba dolido; no acostumbraba las derrotas; una falta de experiencias lo llevaba en caso de fracaso a un pozo sin fondo del que le era díficil salir. Casi imposible.

Se dirigió a la cocina, abrió la heladera, no encontró nada. Todo era motivo de rabia. Una ira amorosa que parecía no tener fin lo perseguía desde hacía meses. Sin embargo, casi con resignación, elegía encerrarse, auto excluirse de sus amigos y su familia. Cada vez recibía menos llamados; y con los pocos que recibía, dejaba sonar el teléfono una y otra vez, hundiéndose en una frustración que no tenía límites y que lo encontraba solitario, indefenso.

Abrió la despensa: algunas latas, cajas de arroz, salsas de tomate, fideos, pero no era eso lo que buscaba. Dudó un momento, extendió la mano, probándose. Pero falló. Volvió a fallar. Su cara cambió y un sonido de furia salió desde su interior. Deslizó su mano derecha horizontal y violentamente y arrojó harina, salsas, arvejas al piso. Buscó detrás y allí estaba la botella que había escondido la semana pasada, que había dudado desprenderse, aunque no había logrado hacerlos, casi llena. La tomó y se sentó en un rincón.

Agobiado por recuerdos, por un pasado que no fue, nunca creyó verse tan disminiudo por una mujer, tan fragil; nunca creyó poder ser la víctima. Pero los roles cambian, y a veces toca ganar, otras perder. Algún día comprendería. Pero no, evidentemente no todavía.

"Solo por una mujer", pensaba, pero ya era tarde. La botella de wisky casi vacía se encontraba ya en el piso, destapada, derramándose. Otra noche dormiría en el piso. Otra noche sufriría por ella, esa ilusión que lo atormentaba, y que sin embargo jamás volvería a tocar, siquiera sentir, siquiera observar.

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