martes, 8 de enero de 2008

Ella

Envuelta, acaso falsa, simulada, afanosamente fingida. Demostraba sonrisas que no eran, muecas engañosas, ademanes embusteros, tramposos si se quiere. Esa risita radiante considerada en un primer momento como tal, se transformaba de a poco en pura monería. Su estilo, nunca discreto, era rebuscado. Se enseñaba como deseaba ser vista, ni más ni menos. Su ser desconocía la sorpresa, que perdía sentido, no teniendo lugar, no permitiéndose. El silencio era improbable en su cercanía; era menester convertirse, y esto rápidamente, en el eje absoluto de las cosas. La eminente exclamación que producía poco tardaba en tornarse insoportable: empalagaba y agobiaba. Se esmeraba, inclusive, para provocarlo. Las miradas ajenas eran su punto de referencia, su eje de coordenadas. Ella conseguía ser feliz de esa manera. Los que creían conocerla, se contentaban con su revestimiento. Su maquillaje valía más que miles de momentos y sensaciones. Sus ropas debían cautivar, atraer, seducir distintas miradas, atraerlas. Su espejo era su fiel seguidor, lo cual no tardó en generar una melosa dependencia. Cada mañana lo sentía como una prueba que había que superar; sufría o se deleitaba con ella. Nunca se tomaba el inocente lujo de ser tal cual era. El adorno lo era todo: el fracaso o el éxito. El renombre, la fama, el ser reconocida en su ambiente, era su meta. Sus inseguridades, resentimientos, envidias, la llevaron a comportarse así. Sentía como una exigencia ser partícipe; lo necesitaba, era su vicio.

Pero su personalidad arrogante, altiva, creída, era bien vista por todos. Su egoísmo y creciente egocentrismo no eran reprobados. Al contrario. Ella era admirada. Eran ridículos y escasos aquellos que veían más de lo que miraban, y entendían su forma de ser, ¿o acaso de no serlo? Necesitaba un reconocimiento; perseguía cariño, el cual no era agradecido. Sólo era una forma de alimentar su sed, y contribuir a su romántica codicia.

No hay comentarios: