jueves, 21 de julio de 2011

Una noche de mierda

Le abro la puerta del patio, le digo "vamos" y enseguida me entiende. Mejor: me capta el tono. Entonces corre desesperada, atraviesa el comedor, el living y casi que se lanza por las escaleras, chocando con la puerta del medio que se hallaba cerrada. Ahí queda trabada sin poder moverse: ni para arriba ni para abajo; como inclinada. Pero ella, en su dulce espera, jadea de alegría.

Sabe que no voy a su ritmo, pero espera. Agarro las llaves, la billetera y bajo con ella, que golpea la pared con su cola frenética. Pasa lo mismo, pero con la puerta de entrada. Ella se lanza y espera, y luego, ahí sí, el afuera.

Hacía rato no la sacaba. Pobre Laila. Siempre digo lo mismo, y no siempre la saco: pobre Laila, que duerme en el patio ahora bastante seguido porque se le cae mucho el pelo y sino la casa es un desastre, dice mi vieja, preocupada por el orden y la limpieza.

A Laila antes la sacaba con correa pero nunca resultó: cada salida era una lucha, una guerra entre tirar y aflojar, entre avanzar y retroceder. Hasta que un día me animé a dejarla completamente libre y ella, educadita, cumplió como para poder repetir. Ahora puedo salir con ella sin tener que llamarla todo el tiempo. Incluso, puedo ir al chino sin tener que atarla a un árbol; antes tenía la correa en los bolsillos por si las moscas, pero ahora ni siquiera sé dónde está en casa. Hasta hoy pensaba qué bien la habíamos educado -acostumbrado-, pero ahora creo que nada de eso: todo se debe a su edad.

Es que Laila está grande: come poco, deja comida, duerme de más, no juega, se cansa rápido; y ya no es la misma cuando salimos.

Hoy pasó algo horrible para ella. Volvíamos del supermercado y antes de cruzar Julián Álvarez nos cruzamos con una parejita con un cachorro todo bonito, peinadito y juguetón. Laila, cuidadosa, se acercó a olfatear y el otro empezó a dar piruetas por el aire, a saltarle encima, a mordisquearla con cariño. Pero Laila se quedó quieta. No jugó como otras veces, no persiguió olores como solía hacer. Se dejó oler, nada más. Y encima, en eso, otra señora se acercó; al tiempo que se acercaba se agachaba y decía con voz maternal, juntando los labios como para silbar: "Qué linda perrita".

"Vamos, Laila", le dije para cruzar. Me hizo caso, sí, pero en el medio de la calle se dio vuelta y miró. Era la primera vez que la ignoraban, que no la acariciaban a ella, tan suavesita y dorada. Antes le preguntaban -mejor dicho: me preguntaban- cuántos años tenía, cómo se llamaba, si se podía acariciar. Hoy, ni siquiera si mordía.

Al llegar a la puerta de casa, abrí y dejé todo en los primeros escalones. Laila quiso meterse pero no la dejé. Fuimos a por otras cuadras, como para levantar la noche. Ella, chocha. Al darse cuenta que la salida continuaría como que me lo agredeció, de alguna manera, quedándose a mi lado un instante para luego salir despedida y dejarme, como siempre suele hacer y le encanta, unos metros atrás.

A la vuelta, esperé a ver si hacía sus necesidades y no tenía que limpiar el patio. Me quedé parado ahí un buen rato y en eso una señora, con otro cachorrito, cruzó y justo se paró en la puerta de una casa al lado donde me había quedado. Me miraba a los ojos. No entendía por qué hasta que me estiró la mano y me ofreció si quería la bolsa de nylon que tenía: "No la usé", me contó y en esa frase como que también me dijo: "Me sobró la bolsa porque pensé que iba a cagar afuera pero nada de eso, me va a volver a cagar adentro de casa y eso no está bueno". La entiendo.

Igual, medio raro que me ofrezca una bolsa. Nunca me había pasado. Bah, una vez sí, pero luego de que Lailita haya cometido el impúdico acto de cagar unas baldozas recién lustradas de un local de ropa de esos tipo outlet que hay por Córdoba y Scalabrini Ortiz. En este caso, a diferencia de aquel, el acto no había sucedido, ni parecía que iba a suceder... Me la ofrece de buena onda, pensé, porque yo tenía la mía en el bolsillo y no se veía. Pero claro, ¿cómo no ofrecérmela si yo estaba sin bolsa en mano parado esperando la suciedad de Laila -que en cualquier momento podía sorprendernos- a tan sólo un metro de la entrada a su propiedad?

Fuera de eso, la mujer fue simpática. Cuando se dispuso a buscar las llaves, soltó la correa y dejó en libertad al pichicho, que empezó a arrastrar la correa y a dar vueltas en círculo alrededor de Laila. Se agachaba con las dos patas delanteras y parecía implorarle a Laili aunque sea un juego, una mordidita, algo; al menos una olfateada. Pero nada. Laila ni siquiera mostró los dientes, ni paró las orejas. Nada. Estaba como escéptica. Rara. Vieja.

La mujer siguió llamando a su perro durante dos minutos en vano, hasta que la ayudé un poco y le ¿ordené? a Laila que me siguiese para el otro lado.

Volvíamos. No había sido una de nuestras mejores salidas. Ella no hizo lo que tenía que hacer, pero tampoco jugó lo que podría haber jugado. Yo pensé y pensé, pero no resolví aquello por lo que salí a dar esa vuelta. Así que todo mal. Al menos caminamos un rato y tomamos aire, intentaba reconfortarme.

Empecé a abrir la puerta de casa, pero Laila no estaba desesperada para querer entrar como siempre. Me di vuelta y allí estaba, a unos metros mirándome con esa cara tan inocente que pone cuando se echa terrible garco y que parece implorar como un bebé: "Esperame un minuto, ya voy".

Eso ponía la salida en un mejor lugar. Me acerqué, cuando terminó le di una caricia y saqué la bolsa del bolsillo. Me la puse en mi mano como un guante con la misma valentía de siempre y con la experiencia que poseo en estos asuntos tomé sútilmente el buen pedazo que yacía, calentito y humeante, en el frío asfalto de una noche de jueves.

Ahí, otra vez, la noche volvió a su lugar: la bolsa estaba rota. No pude no pensar: supermercado de mierda.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me mueeeeeeeeeeeeero, jajja...
Nunca confies en los chinos y sus bolsas ni en las viejas y sus bolsas... ¡qué cagada! (valga la redundancia) saludos a Laila =)

locucho dijo...

Jajaja, buenísimo el relato. Un bajón la historia.

Anónimo dijo...

hola Dario me gusta tu blog.
Creo que llegue por otro blog,y yo votè por el fondo blanco,jaja.

Saludos



Ayez