lunes, 2 de mayo de 2011

Había que cortarla

Un amigo de él, apodado el Turco, fue el que se la presentó. Juan aseguraba que no había nada especial en ella, pero ante la insistencia de, además, varios de sus otros amigos, accedió a conocerla. Al menos a probar qué onda.

Las primeras veces que salieron Juan estaba desilusionado. No era todo lo que le habían prometido. No podía creer cómo todos, tan seriamente, le habían hablado maravillas.

Pero de a poco fueron conociéndose y entablaron una linda relación. Se empezaron a ver más y él aprendió a disfrutar los momentos juntos, que aumentaban. Así, le dio la razón, rápidamente, a sus consejeros, quienes hacían gala de su acierto. Juan, era obvio, iba a terminar cayendo, como antes habían caído otros.

En un primer momento, se veían sólo de noche cuando salían con el grupo de amigos de la secundaria que compartían, pero a medida que pasó el tiempo, comenzaron a juntarse solos, sin el pretexto de ningún tercero ni ninguna fiesta. "Ya es cosa seria", opinaban sus compañeros, a quienes, claramente, la relación no les sorprendía.

Sin saber bien por qué, Juan la ocultaba a sus padres. Había presentado antes a una muchacha con la que había salido poco más de un año, pero con ella, pensaba, era distinto: "a mis padres no les va a gustar", afirmaba sin ningún tipo de duda. Estaba seguro de que sospechaban algo, pero mantuvo el secreto con esfuerzo.

Cuando llegaron al año de relación clandestina, la mentira no daba para más. Sus padres, que antes ni siquiera le pedían datos de sus salidas, ahora comenzaron a cuestionarle cada una de ellas: a dónde vas, con quién te juntas, a qué hora venís. Incluso a veces lo esperaban toda la noche para toparse con él en la entrada y, quizás, hallarlo in fraganti.

Sin embargo, Juan había aprendido algunos oficios propios del amor. Sabía qué responder, cómo hacerlo; cuándo dar respuestas y cuándo mejor callar.

La relación, al cabo de un año, los estaba consumiendo. Era algo que les sucedía a los dos, pero ninguno podía verlo, aunque cada uno tuviese razones diferentes…

Juan sentía que se estaba alejando cada vez más de sus seres queridos, su familia y algunos antiguos amigos que tenía olvidados. Cada encuentro que realizaban era, pensaba, un modo de acercarse al final, un modo de acabar con todo lo que habían construido, con todo lo que habían crecido juntos. Ya los padres no figuraban en su cabeza; ahora sólo pensaba en tomar una determinación.

Y así fue que un día Juan decidió no regar más la planta de marihuana que había cultivado con tanto amor durante un año y siete meses. El Turco, cuando se enteró del asunto, le dijo: "Era hora, Juan. El amor tiene fecha de vencimiento".

5 comentarios:

Gonza dijo...

Magnifico Darito, muy bueno chabon!

Pd: Si sabes donde se consiguen esas plantas, traeme un gajito o unas semillitas

Atenea dijo...

Me gusto, me gusto.
Un beso Darío !

Jr. dijo...

Clara demostración de que no hay que comprometerse con plantitas, solo tenerlas de amante, jaja.

Divertido el cuento.

Hernán dijo...

Excelente man.

Arlequin dijo...

Me encantó !! Relaciones complicadas hay en todos lados jajaja. Besote