martes, 5 de junio de 2012

Las palabras son las cosas II

Todo pensamiento, toda acción, tiene su palabra, no hay ninguna que no la tenga. Sin embargo, no hay razón ni verdad divina alguna para que sea esa la palabra que designe ese significado y no otra. Para que triste signifique estar triste y no con ganas de matar a alguien. Para que asociemos un cigarrillo con violencia o un tipo de traje con justicia.

Es decir, las asociaciones son arbitrarias, podrían ser de otra manera, pero no, son así y difícilmente cambien, o mejor: difícilmente cambien como uno quisiera.

Es que, como la sociedad misma, el lenguaje se hereda, viene de generaciones anteriores. Y esto no quiere decir que no exista espacio para el cambio, para su transformación. Este sí existe, y esto es más que una creencia, una profunda convicción, pero es poco, lento, y complicado; relativo. Y asumirlo es el primer paso para entenderlo. Convención o costumbre, da igual.

Así, el lenguaje resulta arbitrario e inmutable y mutable a la vez.

Podés, dice Seassure, inventar un lenguaje nuevo -una lengua nueva-, podés acordar con amigos que tal cadencia de sonidos se refiera a esto, a esta imágen, y que tal otra a aquella, pero una vez que el sistema de signos se expanda, dejarás de dominarlo y se irá, inevitable y naturalmente, de tus manos, de tu control. Pasará a no ser de nadie y a la vez, de todos. Porque la arbitrareidad resulta no de que pueda haber una libre elección por parte de los sujetos, sino de que no hay motivo alguno para unir un significante con cierto significado, de que no hay ningún vínculo natural en la realidad que lo sostenga, tan solo la asociación.

"El acto por el que, en un momento dado, se habrían distribuído los nombres para las cosas, el acto por el que se habría pactado un contrato entre los conceptos y las imágenes acústicas, ese acto podemos concebirlo, pero jamás ha sido comprobado", ni importa ya ni es una cuestión que haya que plantear, escribe Seassure. "El único objeto real de la lingüistica es la vida normal y regular de un idioma ya constituido".

Saltándonos algunos contratiempos, cada palabra lleva en su interior la lucha de clases, cada palabra es "arena de lucha de clases". Y de géneros, etnias, razas y grupos, agrego. En sus representaciones, en sus asociaciones, en sus batallas por detrás, en sus posibilidades truncas, se pueden vislumbrar esas disputas. Esto lo dice un teórico ruso, Voloschinov, que apuesta por una definición semiótica de la cultura, donde los signos ideológicos adquieran la relevancia mayor.

Según aquel, la conciencia sólo deviene como tal al llenarse de material sígnico, y esto solo ocurre en el proceso de interacción social. La conciencia, así definida, se realiza mediante y a través del material sígnico, que coincide con el área de la ideología. Y es en la palabra donde está la clave, entonces; la palabra, "signo ideológico por excelencia", escribe.

"Pero el carácter sígnico y el condicionamiento global y multilateral mediante la comunicación no se expresa en ninguna forma tan descollante y plena como en el lenguaje. La palabra es el fenómeno ideológico por excelencia. Toda la realidad de la palabra se disuelve en función de ser signo. En la palabra no hay nada que sea indiferente a tal función y que no fuese generado por ella". En suma, detrás de cada palabra, como signo, como el más puro entre los signos, hay lucha, disputa cultural; ideología.

De ahí su importancia, su relevancia; su reivindicación.

Será que la dificultad de cambiar el lenguaje es tanta, o más, como la de cambiar la sociedad misma. O será que no hay manera de cambiar el uno sin el otro. Así que quizás la manera no sea a grandes saltos, sino de a pequeños pasitos, siendo la palabra "capaz de registrar", como explica Voloschinov, "todas las fases transitorias imperceptibles y fugaces de las transformaciones sociales".

1 comentario:

martina dijo...

Muy buen resumen! Sencillo y conciso. Es tan verdad que es tan mentira que nos comunicamos, siempre interpretamos lo que estamos dispuestos a ver sin saber precisamente qué es lo que el otro ve...
y si, actuaba solo en su cabeza, quiero poner todo lo que implica eso, onda todo lo torpe que lo hace en el mundo concreto