domingo, 11 de marzo de 2012

Unas fotos con Marian

A Marian la conocí en un curso de fotografía. Ella estaba en tercer año y yo en cuarto, a uno de Bariloche, del decolarante en el pelo y de la tan ansiada vuelta olímpica. Por ese entonces ella no tenía nombre, era la compañera de foto de un año menos y yo, el pibe más grande con vocesita de puto que, encima, iba a fotografía analógica con todas minitas.

Así que algo extraño había, complotaba, articulaba Marian con su amiguita Luna, también por ese entonces desconocida para mí. Sin embargo, casi que por esa homosexualidad aparente de a poco nos conocimos y hubo onda. En unos meses, yo tenía de amigos a sus amigas y ella de amigos a mis amigos.

Hasta compartíamos los rollos recién revelados y la emoción de comprobar, otra vez, que la foto esa que sacamos con el diafragma súper abierto y una velocidad de 8 para sacar movimiento y que creíamos la mejor del álbum, estaba velada, obturada por exceso de luz o simplemente se trataba de algunas manchas negras sin ningún sentido. Es decir, todo esta unión casi tonta pero mágica teniendo en cuenta que a la mitad de nuestros viejos amigos dichas cuestiones les chupaban un huevo.

Al otro año, en quinto, no hubo más fotografía, por cuestión de horarios, pero a las salidas, ambos en turno tarde, integrábamos un lindo grupo para jugarnos unos trucos, tomar unas birras y hablar de mi quinto año que se terminaba y el del suyo, que se aproximaba como un tanque australiano y a las chicas las tenía como locos.

Es que, además, mis amigos eran sus presas, claro. La primera fiesta de quinto año la hicimos nosotros, ligaron todo alchol gratis y todo gracias a Marian. Encima, también allí, conocí a una chica con la que luego saldría y algo más y todo eso. Una de las mejores amigas de ella. Las sestas -nuestras divisiones- nos unían, la fotografía también, mis amigos más, pero ahora una chica terminaba de sellar un curso de fotografía y una relación extraña. Era mi amiga, mi madrina. Y pronto, mi hermana.

Viajamos juntos al norte hace un año; en este enero nos vamos al Machu Pichu. El tema será, claro, quién saca las mejores fotos este año.

Al comienzo, yo en cuarto y ella en tercero, nos unía la hermandad de pertenecer ambos a "la sesta", las ganas de sacar alguna foto con buenos colores y esa especie de pasión por el amor a las cámaras viejas casi rotosas que teníamos heredadas, legadas por abuelos y padres. También, por qué no, el rechazo a lo digital.

Sin dudas, mi cámara era mejor: la nikon FM2. Ella lo sabía. Heredada de mi viejo, reportero gráfico, que la usaba incluso para sacar fotos en la mítica Bombonera. Ella tenía una Canon, creo. Sí recuerdo -cómo no hacerlo...- que en uno de esos primeros rollos que sacamos a ella se le velaron todas las fotos. Y creo que hasta por un mes la decepción le duró, o más. Su primer rollo, velado completamente. Horrible; una experiencia realmente traumática que quién sabe hasta cuándo pudo durar o si es que en verdad dura todavía...

Hoy la entiendo como a pocas personas. El otro día me reí en la casa de un amigo. Fumando su última cosecha, hice un comentario, un chiste y no hizo falta que lo diga en voz alta. "Sé lo que estás pensando: qué pelotudo", le dije, a lo que ni siquiera me respondió que era así, sino que simplemente sentenció: "No me leas la mente", como pidiendo un favor de hermanos. De hermanos de padres diferentes, como bien decimos ahora.

Pero hay una cosa que siempre nos distanció: la escritura. Yo siempre adicto a ella; ella siempre reticente y crítica. Y un miedo: el día que se anime, me pasará el trapo.

4 comentarios:

algo de vos dijo...

esoooooo :)

algo de vos dijo...

nuestra querida MARU
(L)

Florci dijo...

Me gustó que te haya dicho que no le leas la mente. Y ahora me diste ganas de leerla, no creo que pueda pasarte el trapo.

Ayelén B. dijo...

Marian ! (lease con un suspiro enamorado). No hay con que darle.