lunes, 3 de enero de 2011

Cap. 3: "Su repercusión"

Juan le contó a sus amigos y amigas de su proeza, de su magnífico regalo. Era la envidia del colegio: "¿Cómo pudo Papa Noel obsequiarle su trineo?", se preguntaban sus compañeros, quienes despreciaban ahora sus recientes regalos, insignificantes al lado de aquel milagro que representaba el trineo. La noticia llegó a las madres y padres de sus amigos; fue extendiéndose rápidamente. Periodistas locales e internacionales tocaron el timbre de la casa de Juan; su foto con el trineo recorrió el Mundo entero en cuestión de días.

Sin embargo, no era Juan sino sus padres los más buscados: "¿Cómo pudieron permitir que haga ese pedido?", eran cuestionados. Así, Juan se convirtió en un fenómeno mundial. Era el regalo más fantástico de todas las navidades conocidas hasta entonces.

Las semanas fueron sucediéndose, y la noticia fue apagándose, ganando un lugar cada vez más pequeño en los diarios y revistas; Juan dejó de ser figura y su trineo dejó de ser noticia. Hacia marzo, desapareció completamente de los medios. Recién acercándose la Navidad, otra vez en diciembre, Juan volvió a la tapa, pero esta vez con pronósticos y predicciones horribles, con cargadas acerca de cuál sería esta vez su pedido.

Llegado el 24, otra vez el brindis, otra vez la espera. El mismo grito desaforado de su tía y la misma corrida, la misma frenética desesperación. Juan que abría la puerta, primero como siempre. Nuevamente, como si de una repetición se tratara, su misma inmovilidad. Otra vez, se quedaba quieto en la puerta, contemplando el árbol que prendía y apagaba. Otra vez, lo invadía la decepción, aunque ahora no sólo a él, también a su hermano y a sus primos: debajo del árbol no había nada. No había paquetes ni pelotas de fútbol ni caramelos. Sólo la madera, el cable de las luces... Si ya era 25, si ya eran las 12 y un minuto, ¿entonces qué?

Todos corrieron a mamá, quien, esta vez, no tuvo respuestas. La Navidad fue triste y terminó temprano. La decepción de los más pequeños se convirtió en la tristeza de los grandes, quienes intentaban consolar a sus hijos con promesas de más y más grandes regalos. Ellos sabían que, siendo las 12 y 5, no había chance de una posible demora: Papa Noel nunca llega tarde.

Sin embargo, Juan ni siquiera lagrimeó. No corrió a su mamá, no esta vez. Con sus ocho años recién cumplidos se quedó pensando unos segundos y luego se dirigió al garage, en donde contempló el maravilloso trineo. Lo invadió de repente una triste aunque ya sospechada certeza: Papa Noel era mentira. Los regalos los compraban sus viejos, eran puestos unos minutos antes de las 12. Por eso nunca lo había visto, por eso nunca nadie lo había visto. El trineo, el regalo más magnífico de todos los tiempos, había sido un esfuerzo de su familia por complacerlo.

Al día siguiente, otra vez los llamados, los reporteros en la puerta, los grabadores en busca de las palabras de Juan; periodistas que exigían una conferencia de prensa, noticieros que centraban sus transmisiones en sus papás. En miles de idiomas, el cuestionamiento era claro y volvía con más fuerza: no era Juan el culpable del fin de la Navidad, no era un niño de tan solo ocho años el culpable sino sus padres, aquellos que permitieron que Juan escriba en la carta a Papa Noel, un año atrás, el regalo imposible -el único regalo imposible; el regalo que no podía ser. Se hicieron marchas y movilizaciones en las que participaban chicos, niños y hasta bebes. La consigna era clara: Juan debía devolver el trineo.

1 comentario:

locucho dijo...

Jaja, está bueno. Mucha "tristeza" y gente o momentos "tristes" igual, eso te lo bardeo impunemente. Literalmente digo, el término tristeza invade demasiado un momento que podría estar lleno de "angustia", "desazón" o "decepción, como bien describís el ánimo de los chicos. Pero me parece genial, además mientras lo leía pensaba posibilidades de cosas que podrían pasar, pero nunca la que termina sucediendo; y me imaginaba lo que podía estar pasando pero nunca lo explicitaste, genial genial.