miércoles, 23 de septiembre de 2009

Cien

Suena el gatillo. Un ruido seco y un silencio atroz, profundo, se sucede. Las cosas de momento quedan suspendidas, inmóviles, y los pensamientos se confunden. El ruido del gatillo se repite, aún más cercano, y retumba en los oídos de los dos.

La misma sensación, el mismo escalofrío. Los cuerpos absortos y el mismo silencio se repite. Luego una frase; seca, rápida, que los devuelve de la confusión y el aturdimiento, que los petrifica pero devuelve a algo así como a la vida, que se sella en sus memorias y los reta a un incierto pero, al fin, último esperar: "Cuenten hasta cien, si cuentan noventa y nueve los hago cagar a los dos".

El ruido a pasos que se alejan y la indecisión y el desconcierto. Los segundos se prolongan como nunca antes y se suceden lentamente. Los dos cuentan para adentro con el temor a ser escuchados. Cuentan con el temor a que todo se acabe de un momento a otro, con el temor a la nada

Se sienten cerca pero lo desconocen. Sólo cuentan y esperan. "Noventa y ocho, noventa y nueve... cien, cientouno". "¡Alfredo! ¡Alfredo! ¡Estamos libres! ¡Ya está! Dejá de contar, boludo", grita una de las figuras mientras se quita la capucha con una alegría que recordará por siempre. Alfredo seguía contando, arrodillado y con la cabeza gacha, con la misma desconfianza del principio y con el miedo intacto, -el mismo pavor a la muerte que lo perseguía desde hacía siete años.

"¡Alfredo!". Todavía en la oscuridad, Alfredo recibe los brazos de su compañera y éstos le brindan esa seguridad que el número ciento uno no logró brindarle. Se levanta lentamente, con dificultad y lágrimas en los ojos, aún algo desconcertado. Repite los movimientos de su compañera y la abraza infinitamente, la aprieta fuertemente, y ella lo hace de igual manera. Una mirada más, sincera y reconfortante, reparadora. Ambos saben el infierno que han vivido; palabras no necesitan.

Luego el ruido lejano a coches que se alejan. No saben dónde están, ni qué pasará después, pero de momento están solos, y son libres.

1 comentario:

locucho dijo...

Pensé en Kunkel, por ejemplo. Y pensé en Emilio, y otros que conozco personalmente. Pensé en tantos testimonios y en escalofríos propios, inexplicables.

No se, abstraerme para opinar de lo literario es jodido, lograste dejarme la piel de gallina, ponerme serio y pensante. Creo que no es poco, creo que es demasiado.

Es un gran salto, che. Texto tremendo, gran solidez, fuertes referencias sensoriales. Sentí las rodillas peladas, el cuello dolorido por la cabeza a gachas. Sentí el ardor y el cansancio de los miembros que siguen funcionando sólo por esa esperanza infinita recostada en la sangre.