Sólo los bosteros entendemos qué pasó hace un rato. Sólo nosotros,
los que sabemos cómo en un par de años, en un par de éxitos, la cancha y la
fiesta popular cambió.
Sólo nosotros, que entendemos qué pasó con esas salidas
memorables, llenas de folclore verdadero, llenas de carnaval y de murga. Que
sabemos cuándo La Bombonera empezó a cambiar, que entendemos esas pintadas cercanas
al templo: “Que el pueblo vuelva a la cancha”.
Porque en un momento empezó la exclusión. Con el discurso de
la seguridad y la prevención a veces, con el del mérito otras, ya no hizo falta
hacer una fila, levantarse temprano, ir a la boletería y pagar tu entrada.
Tenías que ser socio. Tener un carnet. Asegurarle una cuota al Presidente para
poder pasar.
“Cartonero”, le dijo el Diego y nuestro máximo ídolo resignó gritar un gol ante el eterno rival para que escuchara a la hinchada, para que la sintiera.
Con ese ídolo crecimos. Viajamos, desde nuestras casas, por
el mundo. Festejamos en el Obelisco, conocimos la rebeldía en cualquier cancha,
pero también la humildad. De la mano del fútbol, conocimos y nos conoció el
mundo. Aprendimos la bandera de Japón.
Pero el ídolo se fue, lo echaron. Lo echaron como a los hinchas. Por guita, vos te tenés que ir. El Diez sufrió el exilio.
A nosotros también. A los pibes nos pasó lo mismo, pero nos
quedamos. A dónde íbamos a ir.
Con el verso de la seguridad, de normas y reglamentaciones
mundiales, europeas, internacionales o todo eso junto, la popular se hizo
platea y el hincha, socio. Tienen que estar todos sentados, fue primero el
verso. Pero el medio quedó intachable. La segunda bandeja, leal.
Fueron pasando los años, el Jefe puso un delfín, que resultó
un tesorero, el máximo enemigo de quien lo había desafiado. Y como en la
mismísima Ciudad, ni rápido ni perezoso, el delfín aprendió: construiremos una
Bombonera gigante para que ningún socio se quede afuera. ¡Haremos del Club un
Club social!
Llegaron las corporaciones, las entradas a los turistas, las
salidas del equipo cada vez más ajenas, más frías. Ni el Boca, mi buen amigo,
del minuto 0, se escucharía ya como un grito único. La Bombonera cambió el Boca
oro por el Boca Sinteplast, se cambiaron los carteles de las puertas del
estadio por publicidad. Los jugadores amigos del rebelde, afuera.
Y llegó el socio adherente, para completar. Otra mentira
para recaudar. Y hasta se cavaron pozos al costado de la cancha para meter -cada
vez más- guita, no gente.
Y así, de la mano de una Bombonera corrompida, de un templo
profanado, se empezó a perder sin equipo. Hasta desfilaron los ídolos, siempre únicos
responsables. Mientras los de arriba manejaban la billetera y el marketing,
siempre con grandes balances, midiendo qué decir en la tele de acuerdo a lo que
dictaban las encuestas (como harán seguramente hoy, tras el bochorno: basta de
violencia, y vaciarán el significante, apropiándoselo y haciendo los deberes
frente a la televisión).
Hasta tuvieron suerte de que un tipo desde Europa quiso
venir a cumplir su sueño. Pero censurado: “Una pregunta fuera de lugar y se
termina la nota”.
Pero no hubo –no hay- caso.
Ayer se escribió, por un gil y una responsabilidad, una de
las historias más tristes en la cancha de Boca. Una vergüenza. Por lo sucedido,
pero también por la falta de respuestas; por el bochorno, pero también por la
incapacidad después.
Inmediatamente, el lugar común: negros de mierda. Putos.
Cagones. Bolivianos.
Y les hubiese encantado a muchos que haya quilombo, que se
pudra, como pedía el periodista de Fox desde la impunidad del micrófono al
tiempo que la televisión mostraba imágenes de la tribuna desde donde vino el
quilombo, paradójicamente la platea baja: “¿A dónde está la policía? Yo me
pregunto por qué no está la policía ahí despejando ese sector”.
¿Traducción? Repre. La conocemos, pero no lo dijo.
En otro canal se resaltaba la actitud de las decenas de
miles de hinchas que, aún sin entender qué pasaba, daban media vuelta y se
iban, injustamente. Por un gil.
El equipo –el Equipo- falló, el director técnico también; y
el ídolo faltó.
Me hubiese gustado verlo a Román ahí, haciéndose cargo como
se hizo siempre, pero más me hubiese gustado verlo ayer, en la mediocridad y en
la falta de responsabilidad de burócratas y cómplices, de futbolistas y
dirigentes del Club, pero también de las estructuras mafiosas que representan
el fútbol como negocio.
Osvaldo tímidamente se acercó al banco rival, pero ahí quedó.
Arruabarrena seguía en la suya. D’Onofrio insinuó pararlo todo, pero no pudo. Y
me lo imaginé a Román asumiendo la que le tocó siempre, aún sin tener la cinta:
ser el capitán. Así no se puede seguir, mirar a la tribuna, en silencio,
desafiándola… como antes al Patrón. Sin importar las publicidades, los tiempos,
el resultado.
Faltó esa dignidad, faltó el ídolo.
Y la responsabilidad, como la de evitar lo que pasó, es
política. Tiene nombre y apellido: Angelici.
No hubo un solo incidente afuera. A pesar de la vergüenza, los
bochornos y el papelón, nada.
Y el día después, la interpretación en disputa.
“Este es el país que
tenemos, la sociedad que tenemos”. Inadaptados sociales. “Negros de
mierda, putos. Cagones”. Los lugares comunes de siempre.
1 comentario:
Esto no es fútbol...
Soy de river, lo que más me llamó la atención fue la falta de solidaridad del equipo de boca (exceptuando a Osvaldo) para con sus compañeros afectados. Loco, ponete en el lugar del otro, sé un poco más deportista, un poco más humano... mostrale a la gente que estas cosas no pueden pasar en una cancha de fútbol, que no se puede llegar a esos extremos, que eso no es fútbol.
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