Siempre fue introvertida, de pocas palabras, ¿o es que es así sólo conmigo? Conmigo nada más que debo ser una de las personas con las que más confianza tiene, o tuvo. La conozco, ella también. Desde pequeños. Entiendo sus ojos; ella los míos. Sus miradas, sus expresiones. No hacen falta palabras. Está algo triste, se nota. Un poco sola, quizás. Un poco vieja, no sé.
-¿Cómo estás? ¿Me extrañaste?- le pregunto luego de darnos un abrazo sincero y de intercambiar sonrisas tiernas, con el mismo tono, con la misma ternura, que años atrás.
Sin embargo, Laila no responde.
Ni hace falta. Sólo frunce sus ojitos y se entrega como antes, como nunca, a una de esas caricias por detrás de la oreja que tanto le fascinan.
Ni hace falta. Sólo frunce sus ojitos y se entrega como antes, como nunca, a una de esas caricias por detrás de la oreja que tanto le fascinan.