martes, 1 de noviembre de 2011

La planta fetiche

Estaba entusiasmado porque veía que crecía y que, como con un impulso loco por alcanzar el cielo, la planta se hacía cada vez más alta. Pero un día, como de repente, no creció más.

Tampoco se marchitaba, pero era como si de un día para el otro hubiese dejado de haber vida dentro suyo. Eso es lo que creía él, quien esperó unos días en vano a ver si, como él a los 15, necesitaba esperar un tiempo para pegar el estirón, pero no.

Probó con más agua, más tierra y hasta la trasplantó a una maceta más grande, linda y limpia, pero no, nada cambió. Probó cambiándola de lugar, haciendo que le llegue más luz, mejor luz, y hasta fabricándole un techito para protegerla del fuerte viento de la primavera y demás inclemencias del tiempo, pero ni con eso su querida, y cada vez más querida planta creció. Seguía en sus pequeños 15 centímetros y no había señal alguna de crecimiento; ni una hoja que se moviera, ni una raíz que sobresaliese, nada.

La planta estaba muerta, llegó a sentenciarle a un amigo, lo cual, claro, no tenía sentido: el tallo seguía firme y sus hojitas verdes, verdes como siempre, verdes como el primer día. Muy por dentro suyo había vida, o algo que se le pareciera, sin embargo no encontraba respuestas. ¿Acaso había hecho algo mal? Y en todo caso, ¿qué?

Desesperado, buscó en la biblioteca un libro viejo que le había regalado su abuelo en uno de sus cumpleaños de pendejo -ya ni recordaba cuál-. El libro no lo había abierto nunca, pero recordaba su título y su foto, en el centro perfecto, de una huerta de hortalizas: "Cuidados y consejos para una huerta", se llamaba, como para abrirlo.

Tardó dos días en encontrarlo. Entonces lo abrió, le sacó el polvo y buscó consejos, recomendaciones para su triste plantín. Todo lo había intentado ya, sentía. El libro, como la ciencia y la wikipedia, carecían de respuestas.

Siguió buscando en internet. Compró fertilizantes y hasta quita moscas y mosquitos, que aplicaba con rigurosa meticulosidad, como lo indicaban los envases. Preguntó en los viveros de su barrio a ver si algún jardinero, algún vendedor experimentado tenía una solución, pero eran pocos los que se interesaban. Algunos, sorprendidos por el caso, le explicaban: "Jamás vi ese síntoma". Otros directamente no lo creían: "No puede ser".

Sin embargo, él la medía con regla y los quince centímetros eran los mismos desde hacía meses.

Él se los explicaba inútilmente: que la planta no crecía ni se achicaba, que no cambiaba de color ni agrandaba sus hojas, pero no había caso. Ni era cuestión de insistir. La tierra, con más agua o menos, daba igual. Todo era lo mismo.

Tenía algunas otras macetas, que cuidaba de la misma manera, y todas estaban bien, salvo esa. Mientras aquellas crecían, o justamente por eso, la planta rebelde se convirtió en su planta fetiche.

Hasta que llegó un día que, finalmente, Juan se rindió. Fue casi de repente.

Compró otras plantas, algunas especies, y sembró algunas flores exóticas, que regó con un renovado amor. Todas crecieron rápidamente, derechitas y con una vitalidad ejemplar. Todas firmes hacia arriba, exuberantes y plenas.

Se las mostró a sus amigos, a sus familiares. Su huertita era, nuevamente, un orgullo. Conocía más de cientos de especies distintas, tenía montones de macetas, de tierras distintas, de semillas por germinar y abonos imposibles, pero, cada vez que alguien le señalaba la planta, ahora ubicada en el fondo de la hilera, la cosa volvía.

Es que la planta, olvidada por momentos aunque siempre presente, al menos a la distancia, continuaba resaltando, verde y caprichosa en sus 15 inamovibles, religosos, centímetros.

Enojado, algo resentido por ese tallo que se le negaba y era objeto de todas las preguntas y las difamaciones posibles, entendía que había que tomar una decisión, hacer un quiebre. Y así fue: casi a los seis meses, dejó de regarla.

De a poco fue convirtiéndose en una más. Quizás porque le regalaron otras más radiantes, o quizás porque ya había asumido su definitiva derrota, lo cierto era que dejó de pensar en ella.

Y así, de modo casi desapercibido, luego de meses de olvido, la plantita comenzó, intrépida y concienzudamente, a estirarse.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hay un dicho español que dice: 'La mancha de una mora con otra verde se quita'.

Florci dijo...

Debo admitir que estoy en una etapa de mi vida donde todo lo que se relacione con lo ''dulce'' me irrita. Lo de la distancia me viene bien, es una frase mas para apuntar a mi dia a dia, gracias. Florci.

Jr. dijo...

Me gustó la frase "abono imposible"

Saludos!