martes, 20 de septiembre de 2011

Nuestra primera vez

Bajaba las escaleras en uno de esos recreos de diez minutos, cuando de golpe, ahí, entre las columnas, apareciste, radiante, con una de esas binchas amarillas y ese pelito corto que, a pesar de tus quejas, te quedaba precioso.

Yo estaba distraído. Recuerdo que era un viernes de la primavera, en medio de esa manía loca que teníamos todos por terminar el quinto año. Entonces bajaba no sé bien para qué y estabas vos.

Estabas vos, hermosa como siempre, con esos pantalones apretados claritos que no te gustaban pero a mí sí, esas alpargatas negras y feas pero que daban con tu estilo, y esas remeras holgadas y casi rotosas que ocultaban una supuesta gordura que vos lamentabas pero que yo apreciaba con locura. Recuerdo que me sonreíste desde lejos, pero yo no comprendía tu felicidad. Entonces me abrazaste, quizás como nunca: con un abrazo de esos en los que usabas tus manos y te colgabas apretándome, sintiéndome. Esos que extraño.

Volviste para atrás y me diste un beso y me explicaste esa sonrisa pícara, esos cachetes sonrojados y esa alegría que buscabas compartir: "¿Puedo ir a tu casa hoy?", me preguntaste, en lo que significaba un ya está, hablé con mis viejos, quiero realmente estar con vos. Era una pregunta que no necesitaba respuesta, una pregunta que lo decía y contenía todo.

Es que habíamos venido discutiendo si estábamos o no de novios, si lo nuestro era sólo vernos después de clase y charlar unos ratos ahí apoyados en un auto hasta que cayese el sol y estuviésemos nosotros dos solos frente al colegio y sea la hora de irnos porque tus papás se empezaban a poner nerviosos de tus llegadas tarde -acaso este chico no te estaba haciendo bien, podría estar pensando tu mamá, o mejor, tu papá-.

Debe haber sido uno de los momentos de mayor felicidad en ese año y un mes que compartimos juntos. Porque fue compartida, única, irrepetible. Nos abrazamos ahí, apenas unos segundos, porque había que volver a clase. Pero no hacía falta más nada. Esas sonrisas lo decían todo. Todo lo demás no importaba; éramos vos y yo entre las columnas, llegando tarde al aula y besándonos entre los pasillos; amándonos sin decirlo. Y sin necesidad de hacerlo.

A las cinco y cuarto tocó el timbre. Salí con mis compañeros. Algunos proponían quedarse tomando unas cervezas en la puerta, otros ir a la casa de alguno o nada, quedarse charlando por ahí.

Pero los papeles, desde hacía tiempo, estaban claros. Yo me quedaría charlando un rato, saludaría a mis amigos uno por uno y les contaría, feliz, que hoy no me quedaría con ellos, que esa tarde me iría con Martina. Entonces te buscaría y quizás, no lo sabía, encontraría tu mirada perdida esperando la mía y tu sonrisa y ojos pícaros retándome en silencio pero con dulzura: "¿No ves que te estoy esperando?". Luego me acercaría, interrumpiendo a tus amistades, saludándolas quizás, y tomándote de la mano te preguntaría: "¿Vamos Marti?".

sábado, 17 de septiembre de 2011

Médicos

La médica, de rosa, me hace pasar a la última puerta, al fondo del pasillo. El cuarto es pequeño, triste, con una ventana que da al interior del edificio, una mesita pequeña con un aparato lleno de cables y una camilla. "Sacate la remera y acostate boca arriba", me dice sin mirarme a los ojos jamás.

Me acuesto y sin más me pincha los pies, las muñecas y las tetillas. Luego da vuelta con la silla y comienza a manejar el aparatito. Me da risa el frío de los "cables", pero la evito a toda costa. La médica aprieta un botón y manipula unos papeles. El electrocardiograma apenas tarda unos minutos.

Al rato, para mi sorpresa, me entrega un rollo de papel en donde aparecen gráficos de líneas rectas que por momentos, y en idénticos períodos, suben hasta arriba de todo abruptamente para luego volver a caer.

-Ya está
-¿Está todo bien?
-Sí, está todo normal. Vaya nomás

Era obvio, lo sospechaba desde un comienzo: la medicina y la ciencia moderna no iban a percatarse de este corazón roto en mil pedazos. Médicos...

martes, 13 de septiembre de 2011

"Un taper de cariño"

Un taper con cariño adentro mío. Lleno. A punto de rebalsar. Que por momentos pareciera que explota, que volara en mil pedazos, o que simplemente se destapa y el cariño fluye y se transforma en bronca, en impotencia, desvaneciéndose. Un taper "atado con alambre". Un taper que es una bomba a punto de explotar; una granada a punto de detonar. Una bomba que hace "pi pi" todo el tiempo pero que no hace "kabum" jamás. Que tiene miles de cables verdes y rojos, indescifrables. Una bomba cuyas posibilidades de desactivación no requieren mucha suerte, ni un especialista en bombología, sino que son nulas, completamente nulas. Un taper que no puedo esconder ni arrojar lejos. Un taper que se resiste a perderse, a ser olvidado. Un taper que, a pesar de toda el agua que haya corrido debajo del puente, está ahí, presente. Un taper que no puedo guardar en mi biblioteca detrás de los libros. Tampoco en un cajón de recuerdos. Un taper que está adentro mío, quieto, profundo, a la espera de, algún día, alguna respuesta.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Fuera de contexto

A 50 metros ella lo ve. Él, a la espera, mira distraído el reloj. Ella se acerca en silencio. Él nada. Ella se aproxima, le toma una mano y le sostiene una mirada intensa, de pupilas a pupilas. Él sonríe estúpidamente; siente la suavidad de sus dedos, el calor de sus manos. Ella, sin soltarlo, cierra los ojos y algo brusca pega sus labios a los suyos. Él se entrega pero no responde. Ella ahora sí lo suelta y pasa a sostener con sus manos sus cachetes, apretándolos por momentos, sintiéndose uno. Él, entregado, disfruta. Ella usa su lengua. Se sienten, se beben, se gozan. Hacía rato no se veían. Ella separa por primera vez sus bocas. A pocos centímetros, otra mirada. Nadie se decide a hablar. Él piensa: no hay nada que decir. Ella interrumpe y le dice te amo, pero con un beso, no con palabras. Él se entrega. Ella, confusa, aleja su boca, abre sus ojos y no encuentra los de él, tontamente cerrados desde un comienzo. "Feliz cumpleaños", sólo dice y calla. Él sonríe. Y al rato se despierta.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Hombres

No tienen punto medio. O un extremo o el otro. O tardan una eternidad (“dale, flaco, estoy apurada, me tengo que ir”) o en dos minutos listo (el famoso “ya terminé”). Cuántas veces los bancamos y hacemos como que está todo genial, pero no. Ni siquiera se dan cuenta, eso es lo más triste. Y encima, después, cuando algún día se los decimos: “¿Podrías tardar un poco más?” -o mejor: “Che, ¿te pasa algo?”- nos tenemos que bancar esa cara de perritos mojados y esa pregunta tan obvia pero que, depende el cariño que le tengamos en particular, callaremos o contestaremos de manera implacable y sin retorno: “¿Tan malo soy?”. “Nooo, boludo, no te preocupés, ¿no te das cuenta que sos un embole en la cama?”, deberíamos decir, pero a veces callamos y dejemos pasar la oportunidad. Y seguimos en el jueguito. A veces el tiempo arregla la cosa, pero a veces no. ¿Es que puede ser que los hombres sean tan egoístas? ¿Qué les cuesta sólo un poquito más? Un poquito de control, nada más. Hombres… si no tienen ganas que avisen. Así podemos dormir un ratito o comernos un chocolate o mirar alguna serie de Warner o, por enésima vez, algún capitulito de Friends que ya nos conocemos de memoria; pero no, ellos prefieren hacernos perder el tiempo. La próxima voy a mirar la tele de reojo, ya fue. Y si esto sigue así, la próxima te dejo, y ahí ya vas a volver a darme buen sexo, pescado, o te creés que no los conocemos, si son más simples que la tabla del dos. O dos minutos o dos horas, esa es la cuestión. Jamás un punto medio, jamás una noche que termine en goleada para nosotras. Después, para colmo, cuando una quiere asumir la conducción, la típica: si querés ir despacito (y más despacito también), sos una histérica; pero si querés sacarte todo de una e ir al grano, sos una trola, una “rapidita”. Si querés sentirlo, ir volviéndote loca y más loca con cada beso, cada caricia, cada sonido al oído, cada respiración; si tenés ganas de jugar con los dedos, las manos y recorrer la piel del otro suavemente, muy suave y cada vez un poquito más hasta volverlo loco, perdiste. Porque es como un partido de… Nunca sabés cuando todo puede terminar. Además de que después te tilden de lenta, aburrida y todo eso. Ahora, claro, si querés acorralarlo al otro contra la pared, comerlo a besos y gritarle todo lo que te surja, es demasiado rápido, demasiado pasional. Hombres… Para ellos no hay punto medio. Y cómo nos duele. Pero ya te voy a dejar, gordinflón, ya te voy a decir la verdad y te voy a bajar cuatro dientes de autoestima. Y sinó la ropa. Si te ponés una pollera, un short o un vestido corto es MUY corto, muy provocativo; estás insinuando. Ahora si te ponés un buzo de ellos que te queda grande, holgado, que no te marca nada, es muy poco, no insinuás. No nada. Dale, flaco, ¿qué te pensás, que me visto para vos? Dejame de joder. Si tengo ganas de estar cómoda con una remera 5 talles más grande que el mío no me rompás las pelotas. ¿No te gusta? Vení y sacámela. Hombres… Si querés más, te tenés que bancar alta cara de culo (qué hijos de puta) y si no querés más, ahí sí agarrate... En fin, como diría un gran compañero de la vida: lo mejor: tener sexo verdadero, ese en el que ambos se aman con locura y se quieren millonadas; ese en el que uno aprende a disfrutar cada segundo sin dejar de pensar ni un instante en el otro, porque la felicidad del otro es la tuya y la tuya es la del otro. Lo mejor, sin duda, es sentir… nunca, nunca, dejar de sentir.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Perdón

Por un rencor, por un pasado de soledad y desencuentros, te dije que no. Lloraste, me puteaste. Me había portado mal. Es que yo era un nene, un bebé comparado con vos, que eras grande, bien grande y madura en el buen sentido. Crecí con vos. Gracias a vos. Hoy entiendo: a costa de vos. Te hice mal, muy mal. Y tardé demasiado en entender que había sido yo el boludo. El egoísta. Porque habías dado todo. Mejor dicho: me habías dado todo. Hoy, aunque no sirva, te pido perdón. Tuve que esperar a que me pase a mí para darme cuenta. Tarde, como siempre. Como todo, bien tarde. Como lo nuestro, también; bien tarde. Pero mejor tarde que nunca, dicen. Y les creo. Son muchos los textos tuyos que hay acá, y son muchos los que no me animé a subir, ni siquiera cuando este espacio era sólo mío y de mi conciencia. Sí, nada nuevo te digo. Me lo preguntaste un día, no sé bien para qué, porque lo sabías y era obvio. Hoy te pido perdón, y me surge desde el alma pedírtelo, sincera y humildemente. Porque fuiste la mina que más me quiso y quizás, quién sabe, hasta seas la mina que más me quiso siempre. Y me expreso acá porque, lo sabés, este es mi espacio, pero siempre también fue un poquito el tuyo. Perdón.

Daro.

No tiene sentido

Que vengan cinco colectivos de la misma línea juntos y después no pase uno en 40 minutos.

Ir al súper a comprar una leche y tener que hacer una fila de dos horas.

Querer hablar con alguien como amigo cuando en realidad está enamorado de vos.

Que te quieran hablar como amigo cuando sos vos el enamorado.

Almorzar una ensalada, súper sana, súper liviana, para en la noche darte con unas papas a la crema bien pulentas.

Escuchar una y mil veces la canción que te hace acordar a la chica que te rompió el corazón.

Eliminar la canción creyendo que con eso todo va a andar mejor.

Querer engordar para estar fea y que nadie se fije en vos, ni de casualidad, ni por error.

Ir a una heladería y pedir gustos frutales.

Querer que te vaya bien en un examen y no estudiar nada.

Ir a mc donalds y pedirte una ensalada o una manzana de postre.

Ir a mc donalds.

Tener 19 años y no saber andar en bici.

Cumplir 21 y lamentarlo.

Tomar en una fiesta coca sin fernet.

Ir a la fiesta sabiendo que está ella.

Decidir no ir por las mismas razones.

No llevar a tu novio sabiendo que el otro te puede ver.

Seguir pensando en la otra.

Pedirte perdón después de tantos años.

Que queden cosas por decir.

Que queden cosas por hacer.

Que queden cosas por sentir.

Escribir y escribir sabiendo que ya fue.

Fumarme un porro sabiendo que no estás al lado mío.

Preguntarte cosas que ya te contestaron.

Pensar en un futuro y olvidar el ahora.

Insistir en olvidar.

Pensar que aún puede ser.



No haberte dicho todo lo que sentía.

Habértelo dicho ahora.

Que no me lo hayas dicho nunca.

Pretender ser el único.

Haber tardado tanto.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Mujeres

Se quejan cuando lo hacemos todo rápido. "Sos un hijo de puta", nos recriminan por no haber pensado en ellas, por no haber durado tan sólo un poco más. Se quejan cuando no tardamos como quieren, cuando nos acostamos derrotados después del placer máximo, cuando las desvestimos con extremada prisa... pero también cuando decidimos tardar un rato, cuando pensamos más en ellas que en nosotros y demoramos adrede. Ahí sí, los cuestionamientos -sus inseguridadades- se suceden. "¿Por qué? ¿Por qué tardaste? ¿Es que no te gustó?... ¿No te gusto?". Y después, peor, toda la semana se quedan pensando en eso y hasta por ahí te pregunten, mejor dicho, se cuestionen: "¿Es que lo hago mal?". Mujeres... Si no tardás es un problema, un gran problema, pero también si tardás más de la cuenta es otro. Lo mejor: tener sexo verdadero, ese en el que ambos se aman con locura y se quieren millonadas; ese en el que uno aprende a disfrutar cada segundo sin dejar de pensar ni un instante en el otro, porque la felicidad del otro es la tuya y la tuya es la del otro. Y eso es mucho más que hacer el amor, que simplemente hacerlo, es, como diría una gran compañera de la vida, sentirlo.