sábado, 3 de julio de 2010

Dios no existe

Nos engolosinamos. Creíamos que con los tres delanteros chiquitos y picantes de adelante podíamos derrotar a una Alemania como antes cayeron Nigeria, Grecia, Corea. Pero no. Ya con México el equipo tambaleó, y sólo un error del línea cambió el partido. Fuimos un equipo de milagros, desde el primer momento. Desde el gol a Perú con Diego tirándose de palomita, hasta el gol de derecha en un rebote de, nuevamente, el Salvador, el Gran -y sobran los apodos- Martín. Era la resurrección, de Diego, también de Martín. Ese gol era insuficiente; nos reservamos las lágrimas porque creíamos en un final feliz. Creíamos todos que el final de la película del Titán podía ser aún mejor. Todos creíamos que se podía, si arriba estaban los mejores: el mejor del Barsa, el mejor del Real, el mejor del City. Pero a Alemania había que jugarle de otra manera. Le dejamos a un equipo con oficio el mediocampo, le regalamos la pelotita. Nos cegamos. Y claro; si antes fueron todas goleadas. ¿Porqué no contra Alemania? Cómo no ilusionarse. ¿Porqué no demostrarle al primer mundo que nos podíamos parar de igual a igual? Con el mejor jugador del mundo, y con el más grande de todos los tiempos en el banco, cómo no ilusionarse. Con Dios en el banco, otra era la cuestión. Pero no, el fútbol es simple. ¿Y Dios? No existe.

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